domingo, 31 de agosto de 2008

Hacia San Juan de la Maguana

LOURDES CAMILO DE CUELLO

Doña Lourdes, me llama don Carlos Hernández, director del Museo del Hombre Dominicano, debemos ir a San Juan de la Maguana. Debemos hablar con la síndico pues hemos sabido que la misma se apresta a limpiar y rehabilitar la plaza ceremonial indígena conocida como Corral de los
Indios, insistió don Carlos.

Junto a don Carlos, Harold Olsen y Abelardo Jiménez, todos antropólogos, y otras cosas más, abordamos el vehículo muy temprano y por la vieja carretera de San Cristóbal avanzamos para recoger a otra profesional de igual valía, Glenys Tavárez, quien en una estación de gasolina nos esperaba.

Camino a San Juan, un poco adormecida, oí a Glenys comentar: "La última vez que fui con Galeno a Elías Piña, acompañé al doctor Toñito Zaglul y a su esposa Josefina, quienes en aquella época eran embajadores dominicanos en Madrid, España." Toñito había convocado a una reunión a todas las mujeres de Elías Piña pues desde allí salían como oleadas hasta el aeropuerto de Barajas. (En aquel entonces las restricciones de visado hacia Europa eran menos rígidas, tanto que no existían). Al convite asistieron unas 500 todas mujeres.

Le preocupaban al doctor Zaglul las condiciones de las dominicanas que migraban y allí fue a decirles qué debían hacer, cómo debían comportarse, qué debían saber, cómo debían vestir, pintarse y hasta cómo usar el tono de la voz.

(En ese momento recordé qué poco nos importa el que migra. "Hoy murieron cinco". "Atraparon a veinte". "Zozobró otro bote". "Contrabando humano y lucro". Se ha hecho una rutina. Poco nos importa el pasajero, sus vicisitudes, su arrojo. Los denostamos. Ha habido casos de viajeras cuyas solicitudes debieron ser recompensadas debidamente.)
¡Gente como Toñito, con tal calidad humana, es difícil de encontrar!

Pero volvamos a nuestro viaje.
Una carretera nueva, a término su pronta inauguración, en un espacio limpio, de campos una veces frondosos, otras veces de escasa vegetación.

Hasta llegar al pueblo, no se perciben casas, ni comercios cercanos a la carretera. (Entonces recordé al arquitecto Eduardo Mangada, español, responsable del ordenamiento de Madrid luego de la dictadura franquista, quien recientemente ofreció una charla en FUNGLODE, y quien luego de una visita a Puerto Plata contaba, como lo más sorprendente, haber descubierto toda una ciudad al borde de la carretera Santiago Puerto Plata.)

Un arco de triunfo nos espera al acercarnos al centro de la ciudad de San Juan de la Maguana. "Lo construyó Trujillo" nos dijeron. Y muy próximo estaría el edificio del Ayuntamiento. Allí esperamos algunos minutos "La síndica está instalando una exposición en otro local".
Y como un torbellino la vimos entrar seguida de muchos: una muleta, una solicitud no recompensada, unos zapatos: son los pobres sin empleos.

E inmediatamente nos enseñó la remodelación del local en que estábamos, hablándonos de sus planes inmediatos.

Nos subimos a los vehículos para dirigirnos a la plaza ceremonial indígena, donde aseguran Anacaona realizaba sus areítos y donde también los indios hacían sus ritos ceremoniales.
En el camino nos detuvimos en una plaza de nombre Anacaona, que se propone ilustrar los distintos aspectos de la sociedad indígena. En medio de la rotonda hay una estatua de la reina Anacaona sentada en su trono.

Allí supimos que la arquitecta era la síndico: Hanoi Sánchez, la misma que nos acompañaba en este recorrido.

Seguimos nuestra ruta hacia el paraje de Juan de Herrera, y muy pronto llegaríamos al sitio histórico.
Llegamos al lugar esperado

Llegamos al lugar esperado: a la gran plaza ceremonial de los indios ubicada en el paraje Juan de Herrera de San Juan de la Maguana.

Piedras enormes rodean un perfecto círculo hecho en un espacio infinito sembrado de mansa hierba. ¡Cuánta paz hay en aquel sitio!

Y vinieron a mi mente los recuerdos del cuento leyenda "El Viejo Viento del Caribe y la Flor de Oro" del libro "El Romancero de las Estrellas" de Jacques Stephen Alexis, conocido escritor haitiano, autor también de "Mi Compadre el General Sol", quien junto a Jacques Roumain, creador de "Los Gobernadores del Rocío", uno de los más bellos libros latinoamericanos de todos los tiempos, signaron los años 70.
Y mientras avanzábamos para alcanzar la enorme piedra sagrada que marca el centro de la isla en la plaza ceremonial, vinieron a mi mente estos fragmentos del "Viejo Viento del Caribe". "Cuando Anacaona bailaba recreaba el misterio de la alegría. Cuando la Reina entonaba el gran canto de las Mariposas Negras, el Caribe entero se esculpía en silencio, el día detenía su marcha, y la noche llegaba, cuidadosa a escuchar soñadora e inmóvil." El Viejo Viento del Caribe cuenta por qué se quedó soltero, y narra, a su manera, la leyenda de la Flor de Oro: "Es cierto que ella, Anacaona, la Flor de Oro, prefirió al Gran cacique de la casa de Oro, al terrible Caonabo, pero yo esperaba que cuando volviera de la misión a que me envió, me amara a mí, sólo a
mí."
"Una noche sentí que la reina tenía una fuerte pesadilla. Dormida en su hamaca, la Flor de oro había soñado con el final de la felicidad."
"Soñó que hombres de otro mundo, provistos de armas fulgurantes que los pueblos taínos no tenían, apresaban a Caonabo y había sido necesario descargar contra aquellos un diluvio tan grande de lanzas que las armas se agotaron y ya no fue posible responder al ataque de
todos los lados a la vez."
"Al despertar, sobresaltada, se quedó pensativa largo rato, y luego de contar todos sus sueños me dijo:
" Sólo tú, Viejo Viento del Caribe, puedes avisar de mis sueños a los otros imperios y lograr que nos unamos ante las armas y los hombres que pronto llegarán."
"Es necesario alertar a lo soberanos aztecas, mayas e incas para que actúen de común acuerdo con los chemés, los taínos, los caribes y los pobladores de todos estos mundos."
"Partí de inmediato."
"Largo fue mi viaje, en el que llegué hasta los araucanos del sur y a los cheyenes del norte contando el sueño de mi amada Flor de Oro, sin que ellos me oyeran ni me hicieran ningún caso".
"Hube de regresar, y al hacerlo, la contemplé bailando, por última vez, antes de que el jefe de los hombres blancos, que ella agasajaba, pusiera la mano sobre un palo cruzado que le servía de apoyo, y ella, Anacaona, la Flor de Oro, la reina, se viera apresada y conducida a la horca y a la hoguera, después de que su nación fuera acuchillada y la aldea arrasada".
"Cuando las lágrimas de fuego subían alrededor de su cuerpo y la abrasaban, la Flor de Oro danzó sobre las brasas y entornó el más bello de sus cantos, mientras yo alentaba con mis brisas las llamas que la cubrían totalmente para que ese acto sublime terminara pronto y toqué por última vez aquel hermoso cuerpo que fuera mío tantas veces en noches de borrascas en ataduras de sueños".
Sobrecogida por los hechos que allí pasaron, nos detuvimos en el enorme monolito de la Plaza Ceremonial. Allí medité sobre el engaño, sobre la candidez y benevolencia de Anacaona y de nuestros indios. Y entonces me pregunté ¿qué hacían en aquel espacio sublime? ¿Qué les
pasó a los habitantes de la isla? Lo veremos en las próximas entregas.

Volvemos a nuestro viaje a San Juan de la Maguana donde tuvimos la oportunidad de compartir con la Síndico, que se llama Hanoi porque su hermana la llevó a declarar ya crecidita, cuando en sexto le exigieron el acta de nacimiento y así le pusieron. Ya no le molesta, pues le da nombradía.

Se siente orgullosa de la reconstrucción que ha hecho, ella como arquitecto que es y su marido como ingeniero constructor que fue, de la Iglesia Catedral de su pueblo.

Tuvimos que terminarla muy pronto, luego de tres años de construcción, nos dijo, antes de explicarnos con detalles las modificaciones de que fue objeto: dos naves laterales, una cúpula, nuevos altares laterales, los vitrales, las pinturas, los ángeles, las cornisas, los arcos, el patio y por tanto todo tipo de estilos: islámico, gótico, visigótico, moderno, ecléctico. De seguro será pronto una visita de gran interés para alumnos de arquitectura con espíritu crítico.

Antes, al llegar, la Síndico nos había explicado sus planes para hacer del Cercado de los Indios un lugar visitado por el turista con todo el cuidado que demanda una plaza ceremonial de tal importancia, única en América.

Precisamente en las sociedades tribales uno de sus elementos más característicos y sobresalientes era la plaza ceremonial. Ubicada generalmente en el centro del pueblo, o en su cercanía, podía tener forma cuadrangular, circular u oval.

En la República Dominicana se han identificado unas 30 plazas ceremoniales entre las que se encuentran además del Corral de los Indios de San Juan de la Maguana la de Vallejuelo, Cañada Seca y otras.

Con sus 200 metros de diámetro, la plaza ceremonial de San Juan de la Maguana nos indica claramente que allí se congregaba gran cantidad de gente para la celebración de ceremonias religiosas, areítos, juegos gladiatorios, fiestas colectivas, trueques y juegos de pelota.

Según señala don Narciso Alberti, esta plaza era también utilizada como instrumento astronómico. El sol y la piedra central, que muchos estiman el centro geográfico de la isla, determinan las sombras que ordenan los períodos de siembra y de cosecha.

Hanoi, con todo el dinamismo que le caracteriza como seguridad en sí misma, pretende, entre otras cosas, recuperar el camino empedrado que lleva desde el Corral al río.

Y a más, a desarrollar un complejo habitacional adecuado y cercano a la plaza que ha de albergar a los habitantes pobres de la zona cuyas chozas actualmente bordean toda la respetada circunferencia de la
plaza y a los cuales se dedicarían ingentes esfuerzos por dotarles de habilidades que les permitan ganarse la vida. Cuenta para ello con Félix Bautista, quien es también sanjuanero.

Además, aspira a completar el proyecto con un espacio para estacionamiento, y cabañas para la meditación y la investigación.

Su diseño es seductor, siempre que no se suelte de la mano de los investigadores del Museo del Hombre Dominicano, porque se trata de un patrimonio de todos, no sólo de San Juan de la Maguana.

Al regresar a Santo Domingo, ya un poco cansados, entre sueños, oí lo que se cuenta como leyenda de aquella zona "que entre el poblado de Juan de Herrera y el lugar conocido como el Corral de los Indios salía por las noches una mujer encadenada y en las norias de los alrededores
aparecían indias bañándose desnudas llenas de bondad, al igual que "cosas" en la proximidades de la factoría de Bachá y las gentes dejaron de ponerle comida a los indios y a las indias sobre las
piedras del corral con la frecuencia que lo hacían unos pocos años antes, porque los mulatos hambrientos de esos tiempos se la comían".

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