viernes, 5 de junio de 2009

Las Cuevas de San Francisco

Por: José Enrique Méndez

En el año de 1985 mi fallecido padre Héctor Enrique Méndez Guillú, en visita realizada a la pintoresca comunidad de Banica San Francisco, el día 3 de Octubre, víspera de la celebración de la gran fiesta en honor al santo patrón nos decía:

“Banica es un pueblo de leyendas, tiene para su meditación las naves moriscas de su viejo templo (1604), para la contemplación, su reloj de sol, para la evocación, el cerro o cueva de San Francisco, asilo permanente de aves errabundas que durante más de un siglo se han mantenido felices y alegres, disfrutando aferradas a sus estalagmitas y estalactitas, por el abandono de los tiempos, ya que por allí anda la vida igual para los pájaros que para los hombres, ni grandes odios, ni baratas virtudes.”

Como podemos apreciar la comunidad de Banica, vista a la luz de las reflexiones tiene un significativo valor místico, donde el influjo de sus tradiciones, es patrimonio espiritual, con sello particular físico en su viejo templo y la tradicional Cueva de San Francisco, improntas que le dan a la comunidad una unidad religiosa popular especial.

Este territorio desde sus comienzos contiene datos geológicos de estimable valor que nos permiten conocer mejor los orígenes de las creencias y tradiciones que dan hoy la categoría de Santuario a esta remota región del sur de la Republica Dominicana.

La historia primitiva de la región de Banica se remonta a la etapa en que se reventaron las fuentes del gran mar abajo, permitiendo la formación de Montones de grandes peñones de caliza de ese tiempo se le alcanzaban a ver en sus altas laderas.

Félix Servio Ducoudray las describe magistralmente de la siguiente manera:

“Caliza terrosa, no estratificada, masiva, como la de sus desgarrones blancos o paredes de falla. Esa es la roca del cerro San Francisco. Eocénica pero diferente de otra caliza de la misma época que también aparece en el costado sureño de la cordillera y aún cerca de allí: la de la formación Abuillot, empaquetada en nítidos estratos y que por las intensas presiones a que estuvo sometida (causantes del metamorfismo) resultó cristalina y con los mentados estratos levantados” .

Así ocurrió la consagración geológica de la Cueva de San Francisco, que posteriormente sería en la tradición un lugar santo, limpio, reservado para un propósito ritual específico, es decir un lugar ritualmente puro.

Hemos de suponer entonces que durante largo tiempo la nube sagrada estuvo sobre el santuario de la cueva durante el día y que durante la noche había fuego sobre ella y desde entonces las luces matinales brindan prístinos encantos de leyendas al territorio.

El resumen itinerario de Doucodray no se limita a interpretar la formación geológica de la Cueva, sino que hace un aporte a estudio del hombre desde una perspectiva biológica y cultural, etnologico, examinando las normas de purificación ritual mágicas que posteriormente la gente asume sobre el agua y la roca.

“La caliza del cerro de San Francisco es además cárstica y cuevosa. Y esta condición que a trechos por minería del agua, le pone obra como de orfebrería geológica en las entrañas huecas, ha convertido una de sus cuevas en estación terminal de romerías religiosas donde los campesinos van con sus hijos para cumplir la promesa del cabello.”

Como en el Antiguo Testamento, surgieron servidores de misterios, nazareos que realizaron ofrendas para la consagración del santuario de la cueva de San Francisco.
El Nazareo del heb. Nazir, que significa puesto aparte y consagrado (al Sr.), era una persona que se consagraba al servicio de Dios y exteriormente se distinguía de los demás porque no se cortaba el cabello.

Siguiendo la practica de poner las palabras significativas de la trama de la narración, Félix Servio, nos cuenta con una fisonomía particular las precisiones relacionadas especialmente con las ofrendas, fiestas y promesas de las romerías relacionadas con las Fiestas de San Francisco en las cuevas de Banica:
"Un día, estando yo cerca del cráter de uno de los volcanes sanjuaneros, por Asiento de Luisa, escuché esta razón que me daba un lugareño: —Yo tuve 24 hijos con la difunta, pero diez se me murieron. Y desde entonces, cada vez que nacía uno le he hecho la promesa a San Francisco para que me lo cuidara.
Esa explicación me dijo de las largas trenzas del varón que estaba a punto de cumplir los siete años, y que las tenía recogidas con cintas.
La promesa la iría a cumplir en la cueva grande del cerro, donde el 4 de octubre de cada año se celebra la fiesta de San Francisco.
¿Quién no se entretuvo alguna vez, viendo pasar las nubes, en descifrarles las figuras que simulan o sugieren? La humedad de la cueva, que en sus paredes cría hongos, dio pie a los creyentes de la zona para juego semejante: en un punto de la pared la parte más porosa y húmeda que delimita el criadero del hongo, compone una mancha que los campesinos, por la estampa del contorno y el color castaño de la oxidación, identifican como representación milagrosa del santo. Por eso le han puesto a la montaña cerro de San Francisco.



Los padres van con los hijos al cabo de la promesa de los siete años: al cumplir esa edad los llevan a la cueva —Eoceno religioso— para que allí les corten las trenzas que les dejaron correr todo ese tiempo. Es seguro que el día de San Francisco hallarán en la cueva a las mujeres que se encargan del corte sin cobrar. Por devoción ejercen la peluquería. Y el día del santo es un gentío. «¿Adónde van ustedes?» El grupo de muchachas respondió: «A prender velones a San Francisco». Para entrar a la cueva —situada a media altura de la loma— se ha construido una escalera de madera que va del piso de la falla hasta la misma boca. Adentro, una gran sala de cuyos lados arrancan las galerías en que dejan sus ofrendas los creyentes: generalmente cruces envueltas en papeles de varios colores, que al año siguiente buscarán y encontrarán. O si no, campesinos que van con animales. En este caso, ofrenda menos perdurable, porque allí mismo son puestos a remate. Al pie del ascenso y de la loma, dos cruces: la de Liborio, azul y muy sureña, con dos crucecitas cargadas en los brazos extendidos, y la cristiana de palos cruzados, pero aún ésa con tres piedras de superstición encima: una en el tope, las otras dos a los lados: «para que llueva».”


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