viernes, 4 de diciembre de 2009

LA GRACIA MÍSTICA DE TULIO CORDERO


POESÍA, INTERIORISMO Y ESPIRITUALIDAD


Por Bruno Rosario Candelier



“Sólo puedo otear la orla

de esta vida y a Ti

sentado sobre lumbre

en el Abismo”.

(Tulio Cordero)

La sed mística del alba



El instrumento musical que sirve para la expresión de los sentimientos, llamado lira, originó el término lírica, usado para aludir a la creación poética que canaliza las emociones entrañables. Y la palabra mística, del griego myein, ´misterio de lo divino´, sugiere el silencio y el asombro que inspiran el misterio, la dimensión de lo sagrado o lo divino mismo.


La lírica mística supone el desarrollo de la sensibilidad estética, la sensibilidad cósmica y la sensibilidad mística, que alcanzan los poetas contemplativos mediante el silencio, la soledad y la paz interior para usufructuar la contemplación de lo viviente. La interiorización de la realidad entraña la capacidad de sentir en el espíritu. El cultivo de la mística supone un proceso de interiorización, razón por la cual el Interiorismo postula el desarrollo de la sensibilidad interior para acceder a la vivencia espiritual de lo divino. Sentir lo divino bajo el esplendor de lo viviente es el principio de la vocación mística y sentirse concitado por efluvios trascendentes conlleva esa singular apelación de la conciencia.

El estado de emoción espiritual produce un júbilo interior cuya expresión nutre la lírica mística. La experiencia mística, como fenómeno de conciencia, trasciende la experiencia ordinaria y sumerge al contemplativo en los predios intangibles de la realidad trascendente. En tal virtud, el místico vive y disfruta la contemplación de la Naturaleza que siente como expresión de lo divino. Experimenta la emoción de la belleza, goza la Hermosura sutil y le atrae el Misterio inefable, que canaliza en su lírica. Poseído por la llama de la Creación, siente el corazón lleno de luz y canta.

Tres poetas dominicanos han consagrado toda su creación poética a la poesía mística -Freddy Bretón, Teresa Ortiz y Tulio Cordero- y entre ellos Tulio Cordero es quien ha logrado la más pura y luminosa lírica mística. Este valioso creador dominicano aúna, a su estado sacerdotal, su condición de místico y su vocación de poeta. Su formación teológica, su dotación espiritual y su sensibilidad estética reflejan su Humanismo trascendente con una entrañable ternura empática. Sus cuatro libros de poesía, Latido cierto, Si el alba se tardara, La sed del junco y La noche, las hojas y el viento confirman esa trayectoria lírica (1).

El místico contempla la Creación y disfruta lo contemplado como expresión divina. El producto de su contemplación, hecha vivencia interior o poesía, afirma una manera de sentir el Mundo. Como poeta, Tulio Cordero siente que su tarea no es nombrar las cosas, como lo hizo el primer hombre, sino vislumbrar a su Creador: “No soy quién para nombrar las cosas/ y volverlas a su jardín primero. /Sólo puedo otear la orla de esta vida y a Ti /sentado sobre lumbre en el Abismo”. El poeta crea símbolos y alegorías para expresar lo que impacta al yo lírico con sus sueños, anhelos y desvelos que confluyen en la actitud mística: “¡Tanto he vivido de memorias muertas! /¡Tanto, sobre pajas jugando, /distraído de lirios!/Y espinas me tocaron y no supe”.

Tulio Cordero revela una profunda sensibilidad empática. Su poesía afirma su talante espiritual y su apelación mayor, que es la búsqueda divina. Por eso interroga: “Y dura esta noche/ y no dejas Tú que yo te toque./ ¿Es que aún no te olvidas/que ayer verdores míos/ hurté de Tu mirada?”.

La conciencia del más allá forma parte de la visión mística del Mundo. La búsqueda de Dios o la preocupación por lo trascendente ha sido siempre una inquietud propia de filósofos, iluminados y contemplativos y, desde luego, los poetas y los místicos han puesto en primer plano esta inclinación excelsa de la tendencia espiritual humana. La mística no es una actividad exclusiva de la vida monacal y, aunque ha sido una preocupación central de las religiones, como tendencia excelsa del espíritu ha desempeñado un papel importante en la historia de la Humanidad, pero no es un logro que pueda adquirirse fácilmente, “ni siquiera un conocimiento superficial de esta forma, hoy tan rara, de nuestras funciones mentales” (2).

La mística refleja el más alto desarrollo de la conciencia, constituye el peldaño más elevado del ascenso del espíritu y abre la sensibilidad “a una percepción más honda y verdadera de la realidad” (3). Tulio Cordero vive la gracia de la contemplación mística y sabe recrear estéticamente esa singular vivencia. En “Búscame”, se dirige al Tú, con mayúscula, que es la forma gramatical de aludir a la Divinidad, a la cual ‘confunde’ con criaturas y elementos:

Búscame Tú

con tus ojos de rocío

Llámame Tú

con tu voz de paloma.

Sostenme Tú

con tus manos de espiga.

Y ríeme

con tus dientes de lirio.

El Misticismo tiene tres formas de plasmación: la MÍSTICA TRASCENDENTE, que concibe a Dios más allá de lo visible, propia de Occidente; la MÍSTICA INMANENTE, que percibe a Dios inmerso en lo viviente, propia del Oriente; y la MÍSTICA TRASMANENTE, que ve una huella de Dios en la Naturaleza, aunque lo sitúa trascendente al Mundo, concepción que integra las dos visiones anteriores (4). La lírica de Tulio Cordero concilia la tradición mística cristiana con la mística naturalista. El lírico dominicano ve a Dios en el rocío, la paloma, las cigarras, las espigas, la noche, la sombra, el viento y, mediante esa correlación, alienta la concepción espiritual que humaniza cosas y elementos, como en “Ascesis”:

Luna escondida.

Flautas y vihuelas de noches secretas.

Chatarras mudas.

Cantos y visiones luminosas.

Musgos, flautas, riscos, lunas.

Y mansa calma, cortina gris

detrás de lo asible…

Callad de una vez por todas,

o hablad y explicadme.

O tal vez salvadme de esta sombra feroz,

de esta sustancia abismal,

de estos ríos traviesos en donde las bestias

con ángeles de fuego danzan.

Al experimentar el proceso místico de la “noche oscura” del alma, según el paradigma sanjuanista, nuestro poeta llora entre las sombras: “Y no me ve llorar/ y piensa que el alma/se me ha ido./Y no sabe que yo lloro /también entre las sombras./Que, a veces, abatido,/recuerdo que tuve alas rebeldes, /como las suyas,/ que tuve manos gráciles/ y pies infatigables,/como los tuyos./Y que mi sangre fue gacela herida,/como la suya”.

La persona lírica de estos dolientes versos se siente “gacela herida”, expresión bíblica de El cantar de cantares que nuestro poeta emplea como símbolo de lo divino, para reflejar el movimiento del alma, la agitación que experimenta su espíritu cuando se lanza, en medio del fragor humano, a la búsqueda en que culminan todos los anhelos:

Y mi sangre fue gacela herida,

como la suya,

y que el tiempo entonces corría

con estridente prisa.

Y quería atraparlo todo.

Y todo se me iba.

Y un buen día el tiempo se detuvo

porque Tú apareciste.

Cada persona experimenta su singular momento para sentir la llama que concita y transfigura. Cada etapa del desarrollo espiritual llega a su oportuna hora. Y a cada uno le llega el rayo de luz que le atraviesa el alma, como dijera Quasimodo. La lírica es la más bella forma de expresión de cuanto siente el alma que, aunada a la mística, deviene la más hermosa manifestación de los iluminados, para quienes Dios es, según la tradición contemplativa, la esencia de la vocación sublime:

Dios te me trajo

como una gota ardiente,

como un soplo hondo y terrible,

como un ansia frenética,

como un suave brasero.

Como nieve reciente

detrás de la ventana.

Como inerme polluelo

que se aprieta en el pecho.

Como ese viento loco, el mar y el cielo juntos.

La reiteración del comparativo como se usa para enfatizar el propósito divino en cada instancia o fenómeno. Y como el poeta intuye el destino de su vocación suprema, busca el reencuentro con la apelación interior que reclama con gozo. Como factor de comunión entre criaturas y elementos, el místico enfatiza el vínculo entrañable, la relación cordial con lo viviente. Tulio Cordero concluye su poema situando la circunstancia temporal y la pauta indeleble de los seres y las cosas: “Otro otoño volvió y me miro al espejo. /Y me miro en tu espejo. /Y te amo”. ¿Por qué el poeta enfatiza, reiteradamente, la mirada en el espejo? Porque el espejo simboliza su otra dimensión, el referente del alter ego como expresión de misterio, reflexión y reencuentro. Ese mirarse a sí mismo provoca abrirse al otro, romper el autismo de la mismidad y descubrir el sentido de la otredad, lo que implica conocer y valorarlo con amor ágape: “Y me miro en tu espejo y te amo”.

El místico tiene una conciencia espiritual del Universo para asumir lo existente como una manifestación de lo divino. En tal virtud, posee una sensibilidad amorosa para identificarse con la realidad y una sensibilidad trascendente para sintonizar los efluvios sutiles. En “Encuentro” revela su percepción mística del Mundo:

Admito

que han habido tardes turbadas

por crepúsculos ausentes.

Que una voz tosca

ha herido tantas veces

estos capullos palabreros.

Que aquella mano violenta

-que impuso el silencio a mi hermano-

hizo que el pabilo de nuestra lámpara

temblara de frío.

Y que tanto dolor,

tanto quejido inocente han amenazado

con secar mi última lágrima.

Pero llegaste…

(Te juro que no estaba en acecho

cuando cruzaste el umbral de mi mirada).

…Y sonrió de nuevo la tarde.

El carismático creador interiorista vuelca su corazón hacia lo viviente. Su sensibilidad trascendente, motor de su labor pastoral, educativa y poética, se conjuga admirablemente con su apelación espiritual y estética para hacer más amable el Mundo con su visión edificante y luminosa. Cada uno tiene una expresión espiritual afín a su sensibilidad para vivir interiormente ese carisma del Espíritu. Dotado de una poderosa sensibilidad, este ilustre varón de la Iglesia combina, con su rol de sacerdote, poeta y místico, el cultivo de la mística, la pintura y la poesía, con su anhelo de saciar su sed de lo divino.

Con un título simbólico del ideario místico, La sed del junco, alegoría del misterio que atraviesa el corazón humano, como lo expresa el poema “Parábola”, es decir, ´la palabra preparatoria´ para entender el sentido místico, refleja la imagen que somos. Con profunda intuición mística, Tulio formaliza la búsqueda de lo divino en “Querría ser junco” (5):

-¿Es cierto que al junco le llega el agua al corazón?

-Siempre húmedo y fresco, su corazón sería como luz que permanece.

Sólo el corazón siente la sed. A nada obliga el poseer algo. Sólo el ser poseído es cosa formidable.

-¿Y si se ausenta por un instante la llama?

-Él sabe los secretos del viento. Él es el arúspice fiel de la noche y sus misterios. No podría ser desleal ni cambiadizo.

-Entonces, ¿es el junco poseído?

-No lo sé.

La conciencia de sentirse separado de la Totalidad lleva al místico dominicano a buscar, con el lenguaje del amor, “la cópula del ser extático y el objeto, verdadero sujeto de la búsqueda” (6).

El poeta místico pondera la fuente de lo creado, el Hacedor del Mundo, a quien busca ardorosamente, como lo sentimos en la lírica de Tulio Cordero. “Y el prado es tu pecho preñado de luceros”, proclama en “Inocencia”. Estoy hablando de un hombre dotado de una triple gracia: la vocación poética, el aliento místico y el don sacerdotal, triple llama que da cuenta de una vida consagrada, movida por un ideal cifrado en la onda sutil de lo Eterno, que el poeta engarza a la virtualidad operativa de la palabra.

Con términos contrapuestos, el poeta formaliza, en “Imagen crepuscular”, la connotación mística de un pozo iluminado por la lumbre que enciende el corazón en llamas: “Un nenúfar que se abre/en el fondo muy hondo. /Que se cierra /y se abre en aguas de un limpio pozo. /Un nenúfar muy quedo/que se abre y se cierra/en el fondo muy otro. /En Tu fondo, el silencio. /En mi fondo, tu fuego. / (Y el nenúfar risueño)”.

Tulio Cordero pertenece a la selecta legión de agraciados que habitan místicamente el Mundo, distinción que entraña una compenetración afectiva, imaginativa y espiritual con criaturas y elementos, percibidos como expresión de lo divino, actitud que genera una ternura entrañable y una empatía entusiasta. Y, sobre todo, la pasión de sentir en el espíritu la dimensión sagrada que late en lo viviente. El anhelo profundo de vivir ese destello infinito, que se trueca en una sed permanente de lo Eterno, subyace en la sensibilidad del poeta caribeño. En “Esta sed” el creador interiorista expresa esa ansia inmortal que atiza lo insaciable:

Si es cierto

que en este manantial

has de venir a encontrarme

entonces date prisa.

Cántaro no tengo y me dan miedo

estos montes inhóspitos

y estas bestias hambrientas

Tú sabes que yo sé de muchos pozos

pero ignoraba el tuyo

Ven

que mis manos se abrasan

y esta sed se hace honda

Esta sed no se calma.

En el silencio, la soledad y la contemplación fragua el alma humana su ámbito de cielo y la secreta música del concierto cósmico. Y la intuición estampa su prístino acento con su huella susurrante. Sólo los poetas atrapan ese aliento secreto y sólo los místicos concitan esa onda intangible. Tulio Cordero atrae ambos dones con la virtud de compartir la expresión de sus percepciones entrañables bajo el anhelo profundo de la nostalgia divina. Las personas atraídas por la belleza y el misterio suelen sentir esa nostalgia infinita que se expresa en una añoranza de la separación con una conciencia del más allá, que anhelan entrañablemente, razón por lo cual perciben la belleza natural como señal de la hermosura sobrenatural.

En “Ofrenda”, Tulio Cordero testimonia, con resignación franciscana, su renuncia al deseo de posesión, excepto el anhelo supremo de su alma: “Ahora sólo busco/ no buscar ya más nada”, para sentir la belleza y el misterio que su lírica concita. En virtud del singular don de poeta, el escritor místico puede canalizar a través de símbolos y alegorías el sentimiento inefable del misterio. La belleza que mueve su alma es la manera sensible que le permite canalizar las vivencias entrañables de su creación espiritual mediante el silencio, la soledad y la contemplación, paso previo para sentir la inspiración de lo sobrenatural, el sentido de lo sagrado, la vida interior, la luz espiritual y el amor divino. El poeta interiorista escribió que cantaba “con la nada en las manos”. En el reboso de su pasión sublime, llegó a sentirse “gacela herida” al correr tras lo divino para simbolizar que su sed no es de agua sino del amor sutil que imanta el alma.

Al comentar la interacción del poeta y el místico, ha dicho Emilio Orozco: “Si el místico ha podido decir algo de lo inefable ha sido sobre todo por sus dotes de poeta, pero si el poeta se ha lanzado a cantar ha sido esencialmente por una necesidad o impulso del místico” (7). Ese doble sentimiento, espiritual y estético, se aúna en “Esta noche”: “Si acaso la rosa presumida preguntase, / invéntate una excusa. / Esta noche quiero ascender estos peldaños / sin menester de lumbre”.

La unión mística es la más alta cima de la espiritualidad cuya vivencia supone transitar algunos peldaños de comprensión y humanismo. Tal la ternura mística con su vocación de empatía amorosa, como la del alma sacerdotal y contemplativa de este creador antillano. Nuestro poeta aprecia en toda criatura viviente la presencia de lo divino. La fuerza que imanta a Tulio Cordero a vivir y a luchar es el amor divino que lo inclina con dulzura y piedad hacia todo lo viviente (8).

La llama de la noche luminosa

Los antiguos místicos sufíes hablaban de la “noche luminosa”, misma que incendia el corazón en llamas del lírico dominicano Tulio Cordero. El místico se deslumbra ante la luz inmaterial que resplandece con su hechizo. La inspiración mística precisa de la iluminación interior que alumbra la connotación divina. A eso aludía William Blake cuando decía que se puede “ver un mundo en un grano de arena”. Los poetas místicos son amanuenses del Espíritu y, en tal virtud, saben canalizar las señales trascendentes: la inspiración de las Musas, como creía Platón; el Soplo del Espíritu, según los místicos de la Kábalah; los efluvios del Inconsciente Colectivo, como creía Jung o las intuiciones del paleocortex, como cree Fredo Arias de la Canal (9), ya que esas fuerzas superiores eligen a los poetas como canales de revelaciones de la cantera del infinito. Desde que Heráclito intuyó la energía interior de la conciencia y la sabiduría espiritual del Universo, coligió un vínculo de todo con el Todo, en cuya virtud los humanos somos copartícipes de lo divino. Con esa convicción espiritual, Tulio Cordero una poesía impregnada de erotismo místico:

En esencia todas las fuentes

son la misma Fuente.

Todos los besos son el mismo Beso.

Y todas las búsquedas nacen

de la misma Sed.

Con esa convicción mística fluye, mediante el logos, la vocación de trascendencia que se manifiesta en forma creativa. Con el desarrollo de la conciencia espiritual se despierta la vida interior, la capacidad de contemplación y el poder de la creatividad. El impacto de lo real en la conciencia abre la compuerta de la dimensión interna y mística de lo viviente. En ese proceso de interiorización fluye la poesía mística.

Para canalizar el encanto de la belleza y el sentido del misterio, Tulio acude a símbolos y recrea, en forma sugerente, lo que atiza su sensibilidad. La noche, las hojas y el viento (10), el cuarto libro de poesía de Tulio Cordero, potencia su legado poético con hondo encanto místico:

Sobre el pináculo de este día

cuelga su halo el azul.

Se postra.

Todas las gotas de agua

en mil fuentes salpican

y el miedo se repliega.

¿Eres Tú que te acercas?

Tarde la vida en esta esquina bosteza.

Y tiembla la llama azul de la vela

en la mesa.

¿Eres Tú que te asomas?

Espejo que son los vientos…

jadea la brisa y se espanta.

¡Tardaste tanto! ¡Tardaste tanto!

Un ángel duerme en la puerta

que nadie toca.

Espera.

Dime, ¿eres Tú que vienes a buscarme?

El poeta contempla el Mundo, se deja seducir por el esplendor de lo viviente y canta. Captura la dimensión prístina en sus sensaciones primordiales para darnos una visión luminosa y refrescante de la vida:

Pura como la piedra

en el arroyo va,

la noche.

A medio vestir la Luna,

calla.

Grillos se despiertan.

Viento zarandea puertas

que no abre.

Viento

alguna flor desnuda.

Canto de cristal

la Noche

es.

El “dolorido sentir” le ablanda el corazón. La sombra del Amado solaza su alma y se despierta su lira. Concitado por el amor que lo arrebata, vive místicamente el Mundo, según se expresa en “Llevo enredado el rumor”:

Llevo enredado el rumor

de las norias en mi alma.

También traigo

el corazón lacerado de sombras,

recocido de llagas.

Pero ahora que sé que me ves

puedo danzar desnudo con todo el Universo.

Yo amo los silencios

de este pasillo que me conduce a tus sombras.

Una noche, como tantas otras de lunas irredentas, el poeta se ensimisma. El horror vacui turba su sosiego. Discurre ante el paso del tiempo y la condición caduca. Su aliento disminuye como una cigarra retraída. El sentimiento de lo perecedero amengua su entusiasmo lírico, como se aprecia en “Un escarabajo”:

Anoche la Luna parecía una oblea de cristal.

Una oblea de cristal sin peso era.

Viento hacía y no la tocaba.

Hoy tenazas en ascuas.

Mañana no sabes para qué servirán

tus brazos, tus manos y tus besos.

Hierba se seca que ayer acequia

de cigarras era.

Polvo se hace el deseo.

Polvo se hacen las palabras.

Polvo. Nada.

Pero de pronto sacude su desaliento y se yergue su espíritu insumiso cuando contempla el encanto de lo viviente. Valora lo que alienta su interior profundo al sentirse criatura amada, según canta jubilosamente, en “Agua que albea mi pecho”:

Agua que albea mi pecho,

tu voz.

Fuego que se deslíe sobre el mar,

tu aliento.

Flor que acaricia el oído de esta noche,

tu mirada.

Bates cabe mí tus alas y respiro.

Y si estoy aquí

-después de temblar toda una noche en el acantilado-

es porque sé que me amas.

Ya no puedo ocultarte más el sendero

que lleva a mi morada.

La persona lírica de estos amartelados versos ausculta la sombra, se compenetra con la noche, nido de lo Eterno, con particular atención a los pájaros y plantas para sentir en el espíritu el eco del misterio desde la contemplación del Mundo, como se aprecia en “Y ahora que los pájaros”:

Y ahora que ya casi todos los pájaros

de la noche están dormidos

puedo oír, a lo lejos,

el agua que por las sombras desciende,

destilándose en el seno del Silencio.

Lavando llagas dormidas.

Abriendo ventanas por dentro.

Y aunque estos árboles

son siempre los mismos,

la Noche cada vez estrena

un aroma diverso.

El sentido místico es el más hondo grado de valoración de lo viviente. Tulio Cordero lo explaya simbólicamente al enfocar los diversos estadios que la vida le brinda. En “Crisálida” contrasta la dualidad vida-muerte para ilustrar el destino que a todos nos aguarda. Intuye el emisario de estos versos que todo lo que es, desde la Eternidad, es. Los tránsitos, despojos y muertes no son sino caminos para llegar a la meta establecida. Y toda adversidad es una ocasión propicia para el fin, que es morir para vivir:

Crisálida:

Un largo nacimiento sólo para librarse

de una inútil envoltura.

Ella piensa que muere, pero nace.

Mariposa: ¡Nacer al fin!

Nacer a lo que ya se era.

-¡Eternamente somos!

Hay un solo Nacimiento y mil muertes.

Vida:

Siempre hay alguna espina

en el trayecto de la Luz.

Las espinas del comienzo no son nada.

En un sutil rejuego lírico, en la fusión de contemplador y contemplado, la intuición mística del poeta parece interrogar el proceso que se opera en el fenómeno de conciencia del acto puro del yo que contempla. El espejo devuelve la imagen que genera y pregunta, como lo hizo el primer ser que pensó el Mundo y como lo hace el poeta en “Colgado de este instante”:

Colgado de este instante retrocedo

lacerado de espantos,

recocido de llagas.

Tanto fue dulce la palabra,

aún más honda la llaga.

Tanto, que este espejo

me arranca los ojos para verse,

y se espanta.

Cuando el místico contempla una flor, una hoja, una rama cualquiera, desde ella infiere un reflejo que, al tiempo que proyecta su dimensión sensorial y su connotación interna, abre un cauce expresivo y simbólico al significado místico. En “Una hoja”, Tulio Cordero se siente ser la hoja:

Una hoja duerme

sobre su propia sombra.

Sin más ropaje que su desnudez.

Tirita.

El iluminado que encarna Tulio Cordero sabe revelar, en el lenguaje de la lírica, la enseñanza del Eclesiastés, de que todo tiene su tiempo. Ni antes ni después, sino en su momento oportuno. En bellísimas imágenes, este fino cultor de la palabra encauza el hondo sentido que perfila su conciencia profunda cuando, en “No es verdad”, penetra la razón que lo encabrita:

No es verdad.

Nadie llega después.

Cuando te vi

tú recogías guijarros verdes en la noria

para hacerle un collar al alba.

Cuando tú me viste, yo recogía moras silvestres

para alimentar luciérnagas en el ocaso.

Y cuando te marchaste

tuvo un nuevo nombre la noche.

No es cierto. Nadie se marcha antes.

La mirada del poeta interroga el sentido. A veces, como le ocurre al agraciado poeta en “Esta noche”, no sucede nada, porque en el suceder de lo que acontece, el instante también apela y reclama su atención, tal vez para que detengamos el anhelo de querer, ignorando que todo tiene sentido, incluso la misma quietud que desinquieta el dintel del alba ante el extraño fulgor de la noche iluminada en su esencia intangible:

Esta noche el viento no quiere

jugar con las luciérnagas,

ni contar nada a los lagartos.

Es un cuadro desprovisto

de verde esta quietud.

Sabe el filólogo, a la luz del sentido de la palabra y el soplo de la intuición, que el símbolo expresado en ave, sombra, llama, viento o paloma, alude al aliento divino que el poeta otea desde el horizonte enhiesto de su mirada intensa. En “Gota de cristal” describe, en versos que delatan su mayor anhelo, lo que siente en pos de la sombra de lo Alto:

Gota de cristal

resbalando en la nada.

Nada es:

El velo que me arrojas

en este afán por asir un ápice de Tu sombra.

Por debajo de mi puerta has dejado una hoja

color del Otoño con esta leyenda:

“Soy de quien me espere

si no vuelvo”.

El poeta parangona el misterio de lo Eterno con la noche del Mundo en una reflexión simbólica de lo viviente. En cautivantes imágenes que sugieren la hondura intangible, el hacedor de estos versos luminosos fusiona la lírica y la mística en una cópula incendiaria de alcance trascendente. En “Se me ha concedido este oficio”, intuye una verdad de la sabiduría universal:

Se me ha concedido este oficio

de dar la bienvenida a los amaneceres.

Los pájaros me esperan

moteados de sombras

y frescos de rocío.

Cada mañana el cielo es nuevo

y virgen la luz que besa

el verde aquí y el azul allá.

Alguna voz lejana me trae este oráculo:

“No tiene voz la noche, sólo oídos”.

Y aunque ciega, la noche,

en vela están sus ojos.

Y cuando todo despierta,

Entonces yo retorno a mis sueños.

La intensa mirada de quien sabe auscultar el valle de lo ignoto es convertir en símbolo diciente lo que atiza el pabilo de la conciencia. En “Mira mi deseo tu sombra”, este singular cultor de la palabra acude a referencias culturales clásicas para significar el misticismo de su honda apelación en una moderna versificación con el lenguaje del yo profundo:

Mira mi deseo tu sombra

Dafne que huyes

por tus ojos cerrados y tu pelo vegetal.

Yo sólo quería regalarte

una espada de escarcha

o una cítara de ruda y de claveles.

Poblada de raíces,

buscas otras alturas

que las mías no atisban.

Pides cosas que no entiendo y ríes.

Yo también huyo de los abrazos

que quieren poblarme de hogazas

y arrancarme de mis hambres.

En fin, los rasgos que perfilan la lírica mística de Tulio Cordero son: 1. Creación poética mediante un lenguaje de suavidad y dulzura. 2. Expresión simbólica en lenguaje sugerente de la connotación mística. 3. Exaltación de la faceta hermosa del Mundo como expresión de lo divino. 4. Adopción de referentes naturales asumidos en su valor sobrenatural. 5. Formalización de un lenguaje jubiloso con ternura entrañable. 6. Ponderación de la dimensión interna y mística de lo viviente. 7. Valoración del vínculo interior de lo divino en lo humano. 8. Intuición de verdades profundas de la sabiduría espiritual. 9. Uso de formas antitéticas que resaltan lo sobrenatural. 10. Comunión de amor con lo natural, lo humano y lo divino.

La creación poética de este valioso poeta interiorista cautiva por su ternura lírica, la frescura de su lenguaje y la onda sutil de los susurros intangibles. Tulio Cordero posee la voz lírica y mística más pura y elevada, no solo del Interiorismo, sino de las letras dominicanas y americanas.

El agua que reclama la sed del junco es una alegoría trascendente del manantial divino al que se inclina Tulio Cordero cuyo espíritu imantado a lo celeste engarza al inmortal destello la sabiduría espiritual que recrea poética y místicamente en un hermoso junco iluminado.

Bruno Rosario Candelier

Encuentro del Movimiento Interiorista

San José de las Matas, R. Dominicana, 28 de noviembre de 2009.

Notas:

1. Perteneciente a la Congregación de los Paúles, Tulio Cordero nació en San Juan de la Maguana, República Dominicana, en 1957. En Santo Domingo estudió el bachillerato, estudió Humanidades en Medellín, Colombia y Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino, de la capital dominicana. Se ordenó sacerdote en 1984. Se graduó en Teología de la Espiritualidad en el Instituto Teresianum, de Roma, en 1992. Ha enseñado Teología en la Escuela Teológica de la PUCMM y en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Coordinó el Grupo de Sacerdotes poetas “Fernando Arturo de Meriño” y el Grupo Literario “Aída Cartagena” del Ateneo Insular en Santo Domingo. Dirigente del Ateneo Insular Internacional, Orientador del Movimiento Interiorista y Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua.

2. Alexis Carrel, La incógnita del Hombre, México, Diana, 1963, 8va. ed., p. 134.

3. S. Ros García, “Mística y nueva era de la Humanidad”, ponencia presentada al Centro Internacional de Estudios Místicos, Ávila, España, 1993, p. 3.

4. Cfr. Evelyn Underhill, La Mística: Estudio de la naturaleza y desarrollo de la conciencia espiritual, Madrid, Trotta/Centro Internacional de Estudios Místicos, 2006.

5. Tulio Cordero, La sed del junco, Santo Domingo, Editora de Colores, 1999. Los poemas citados se tomaron de esta edición.

6. Cfr. Julio Castellanos, “San Juan de la Cruz: el amor como lenguaje”, en Ciclo de poesía religiosa y mística, Córdoba, Argentina, Sade-Sección Córdoba, 2002, p. 28.

7. Emilio Orozco, Poesía y mística, Madrid, Guadarrama, 1959, p. 53.

8. Bruno Rosario Candelier, La búsqueda de lo Absoluto, Moca, Ateneo Insular, 1997, p. 218.

9. Cfr. Fredo Arias de la Canal, Filosofía de la Estética anterior al descubrimiento de las leyes de la creatividad, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2003, p. XXV.

10. Tulio Cordero, La noche, las hojas y el viento, Santo Domingo, Ateneo Insular, Colección Ínsulas Extrañas no. 15, 2009, 65pp.

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