Autor: Victor Garrido
Estoy triste, Señor, porque se muere
la amada de mi vida;
la que nunca me enoja ni me hiere,
la que puso en mi alma que la quiere
la blancura de un ala bendecida.
Me la llevas después que me la diste
como una rosa blanca.
Si en mi jardín de ensueños la pusiste
toda alma, toda dulce, toda triste,
¿por qué, Señor, tu mano me la arranca?
Para tu gloria tienes, cuanto aspira
el santo anhelo tuyo.
Yo no tengo más luz que si me mira,
más gloria divinal que si suspira,
ni ventura más tierna que su arrullo.
¡No la lleves, Señor, para tu lado!
¡No me quites mi aurora!
Permite que mi ser por ella amado,
viva en la gracia de su amor bañado
cual si fuera en tu gracia redentora.
Yo era malo, Señor: ahora soy bueno.
Ella me dio su albura.
Dejé para volar cuanto de cieno
había en mi ser y estoy de azul tan lleno
como lo está la fuente de frescura.
Era la vida para mí un sudario
que en hielos me envolvía.
En mi rudo camino solitario
cada paso en la sombra era un calvario,
y ella juntó su mano con la mía.
¡Y cuando todo para mi se anima
y es la vida una gloria,
quieres tronchar la perfumada rima
que me enseñó a vivir sobre la cima,
y trocar mis alburas en escoria!
de sus ojos azules,
de sus manos nevadas como un cirio,
y del cruel y recóndito martirio
gran poema,de un gran autor aprendamos a amar en el presente para rrecordar en el futuro
ResponderEliminarLa amada a la que se refiere es la patria durante la primera invasión americana.
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