lunes, 21 de febrero de 2011
Extinciones olvidadas
Todavía no termina el debate entre los académicos que discuten cuánta gente habitaba en las Antillas a la llegada de Colón. Este tema es de interés para los dominicanos porque la isla de Santo Domingo ha sido utilizada varias veces para ilustrar los argumentos.
Algunos dicen que los taínos no pasaban de cien mil personas en 1492, en tanto que en el otro extremo hay quienes han escrito que la población de la isla alcanzaba entonces los ocho millones de habitantes.
La cifra más plausible anda entre 400 y 600 mil aborígenes. Esta conclusión se basa en cálculos demográficos y datos comparados sobre la capacidad de la sociedad taína para producir alimentos con una tecnología agrícola basada en la coa, en la construcción de canteros de tierra (montones, les llamaron los españoles) y en una agricultura de tumba y quema.
Cualquiera que haya sido la cantidad de personas que recibió el impacto de la llegada de los europeos, lo cierto es que casi ningún taíno sobrevivió el choque de la conquista, y ya en 1514, apenas dos décadas después del descubrimiento, apenas se contaron 26,636 indios en toda la isla, los cuales habían perdido toda capacidad de reproducirse, con lo cual la sociedad taína terminó desapareciendo.
Esta no fue la única "especie" que se extinguió a causa de la invasión europea de América. En el caso de la isla Española entraron en extinción muchas especies de animales y plantas mencionadas como abundantes en tiempos coloniales.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la jutía. Los cronistas españoles dicen que era un roedor muy común en la isla, pero los perros y gatos introducidos por los conquistadores persiguieron este animal y otros similares hasta dejarlos reducidos a muy pocos reductos en la isla, constituyendo curiosidades zoológicas que crean olas noticiosas cuando aparece algún ejemplar.
Algo similar ocurrió con las iguanas, muy comunes también el el suroeste y noroeste del país, las cuales hoy apenas se observan en estado natural en la Isla Beata, en los alrededores del Lago Enriquillo y en algunos apartados parajes del bosque seco entre Azua y Baní.
A las focas o leones marinos de la isla Alto Velo sólo podemos recordarlos al leer la descripción que hizo de ellos Cristóbal Colón pues esos animales desaparecieron hace mucho más de un siglo. Lo mismo ocurrió con los numerosos cocodrilos que habitaban en la desembocadura del río Yaque del Norte. Los que quedan hoy en el Lago Enriquillo también se encaminan a la extinción.
Mencionemos, por otro lado, extinciones más modernas, como está a punto de ocurrir con la diajaca y el zago, dos peces fluviales que los dominicanos comían en abundancia hace apenas cuarenta años y que han desaparecido de la mesa criolla debido a la introducción de especies foráneas muy voraces que depredan los huevos y las crías de las especies nativas.
Estos dos peces dominaban los ríos de la isla hasta finales de los años 50 del siglo pasado, pero a partir de entonces, y con la introducción permanente de la tilapia nilótica, su población se ha ido reduciendo hasta desparecer casi totalmente en muchos ríos.
Algo parecido, pero por otras razones, ocurrió con la anguila que constituía una importante fuente de proteínas para los dominicanos.
A medida que los dominicanos fueron desarrollando plantaciones arroceras en las tierras llanas del país, o fueron creando granjas de vegetales en las montañas, los agroquímicos utilizados para proteger y elevar las cosechas terminaron contaminando los ríos y canales de riego que servían de refugio a las anguilas y hoy es rarísimo encontrar un ejemplar de esta especie en la parte oriental de la isla.
La construcción de la Presa de Tavera contribuyó a la desaparición de numerosas anguilas pues al construirse ese embalse quedaron en el lago, sin poder regresar al mar, miles de ejemplares que luego fueron pescados y comidos por los lugareños. Algo similar ocurrió en los demás lagos represados que fueron creados posteriormente.
Podemos mencionar también el caso de la cotorra criolla, que ha estado desapareciendo con una velocidad tal que ha sido declarada especie en peligro de extinción, y ya una convención internacional prohibe su comercio y trasiego, tal como ha ocurrido con la cotorra de Puerto Rico, de la cual apenas quedan unos pocos ejemplares viviendo en estado natural.
Las cotorras han tenido dos grandes enemigos. Unos han sido los sembradores y cosecheros de café. Un experto viajero que conocía bien las lomas de la isla, me contó en una ocasión la forma en que los cafetaleros de la región de Polo, provincia de Barahona, mataban las cotorras, consideradas entonces como una plaga.
Los cafetaleros identificaban los grandes árboles que servían de dormitorio a las colonias de cotorras que se agrupaban por millares en un solo árbol, como ocurre hoy con los pericos (muy distintos de las cotorras) que los capitaleños pueden contemplar en el jardín del Hotel El Embajador.
Con hachas los cafetaleros adelgazaban el tronco del árbol para debilitar su resistencia. Amarraban fuertes lazos de algunas ramas, y llegada la noche, ya bien oscuro, con el árbol cargado de aves, tiraban de las sogas y el árbol caía. Entonces, iluminándose con focos y jachos de cuaba, y auxiliados por una jauría de perros, iban bateando las confundidas cotorras con macanas y palos, hasta no dejar ninguna viva.
En otras partes del país, entre mediados y finales de junio, coincidiendo con las festividades de San Juan, antes de que los pichones aprendan a volar, muchos campesinos saquean todavía los nidos para vender los pichones, muriendo en el proceso más aves de las que logran colocar luego en jaulas.
La paloma coronita también ha desaparecido casi totalmente. Muchos dominicanos cazaban esta ave para comer pues su carne es sabrosa, pero otros, habitantes de pueblos y ciudades que practicaban la caza deportiva, hacían competencias para ver quién mataba más palomas en un fin de semana.
La marca superior de algunos eran dos mil palomas muertas por viaje. Algunos llegaban a las tres mil. El destino de muchas de esas aves muertas eran las pocilgas de cerdos pues los perros de los cazadores no podían comer todo el sobrante. Como les era difícil repartir tantos pájaros cazados, sólo un porcentaje muy pequeño era consumido para saciar hambre humana.
De esto pueden dar fe reconocidos cazadores hoy arrepentidos del daño que hicieron hasta llevar casi la extinción a esta especie que era tan numerosa que un soldado francés que vivió en Santo Domingo a principios del siglo 19 cuenta que las bandadas de esta ave a veces oscurecían el cielo.
Otra especie que ha sido mermada hasta desaparecer de la mirada de los viajeros es el cangrejo rojinegro que hace cuarenta años era tan abundante que en tiempos de migración entre el mar y la tierra teñía literalmente de rojo algunas costas de la isla.
Los que viajaban por la autopista de Las Américas en esa época deben recordar que fue precisamente con la construcción de esta vía que comenzó la desaparición de esta especie en la zona sur de la isla, entre los ríos Ozama e Higuamo.
Muchos dominicanos de cierta edad recordamos las ocasiones en que todo el pavimento de la autopista de Las Américas enrojecía totalmente, mientras los vehículos que transitaban por la vía machacaban cientos de miles de cangrejos en un proceso que a fuerza de repetirse terminó extinguiéndolos totalmente.
Otros cangrejos, como los azules que son favoritos en la cocina criolla, redujeron significativamente su población debido a la recolección masiva que durante años sufrieron por parte de exportadores de "jueyes" a Puerto Rico, a donde los embarques se hacían por docenas de toneladas en naves que venían especialmente al país a recoger esta mercancía.
He recogido testimonios de los antiguos habitantes de Uvero Alto, entonces un paraje semi-despoblado de Higüey, que recuerdan que hace medio siglo, se anclaba frente a ellos un barco procedente de Puerto Rico, el cual no regresaba a su país hasta que los pescadores no terminaban de llenar completamente sus bodegas de cangrejos.
De la paulatina disminución del lambí también es mucho lo que se puede decir pues las personas que conocen los grandes montones de conchas de lambí acumuladas por los indios en la isla Beata y las costas de Pedernales, desde antes de llegar Colón, saben que el tamaño promedio de las conchas fósiles nunca varía pues los indios sólo pescaban animales adultos.
En esos mismos residuarios que los pescadores republicanos todavía utilizan para descartar las conchas, se observa desde hace más de treinta años el decrecimiento del tamaño de las mismas pues los pescadores dominicanos y haitianos no están permitiendo que la población se reponga, y hoy la industria de lambí de Pedernales descansa en gran medida en la pesca de juveniles, encaminando esta especie a una disminución radical en la isla.
Quedan todavía tortugas Carey que visitan las costas nacionales a poner sus huevos, pero éstas también están en grave peligro y por ello han sido colocadas en la lista de especies cuyo cacería y comercio internacional están prohibidos.
Muchas otras especies animales están en vías de extinción en la isla de Santo Domingo. De ellas y de las plantas que también están desapareciendo se podría escribir varios artículos más. Pero, por ahora, basta.
Autor: FRANK MOYA PONS
Fuente: http://www.diariolibre.com
http://www.cuptboriken.blogspot.com
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