sábado, 12 de febrero de 2011

Yucahú


(Leyenda y mitos taínos)

Canto al Cemí

Por: Sadí Orsini Luiggi

Este es el principio de los mitos y leyendas taínas.

Luego pues, esta era la religión taína de los hombres de la isla de Borinquén. Este es el relato de cómo nacieron sus dioses.

Todo era desierto. El vacío imperaba. Las esferas daban vueltas monótonamente sin nada que les diera sentido.

El cielo estaba dormido. Todo estaba dormido. Nadie había osado sacarlo del profundo sopor en que estaba por siglos.

La tierra estaba deshabitada como los demás cuerpos celestes.

No había peces, coquíes, pájaros, cucubanos, árboles, higuacas, ni agua., pero había firmamento.

Y más allá del firmamento sólo existía Atabei. Ella creó el cielo, y no le preocupó poblarlo. Muchos siglos pasaron antes de que Atabei se diera cuenta de que algo faltaba en aquel espacio oscuro, lleno de tinieblas.

De manera que de Atabei nacieron Yucajú y su hermano Guacar.

Los formó de los elementos mágicos e invisibles del espacio.

Atabei ya tenía a quien confiar la creación. Su hijo Yucajú formó lo que faltaba. Atabei estaba regocijada. Ahora su hijo preferido sería el supremo arquitecto del universo, morando en el bello azul.

Yucajú meditó entonces, mientras se enseñoreaba por el cielo.

Luego, la tierra fue creada por el Supremo: “Tierra” dijo, y despertó la tierra de su sueño.

Y viendo Yucajú la belleza de la tierra y una gran cueva que se había formado en ella, habló: “Salgan de ti Boinael y Maroya para que irradien luz sobre la tierra de día y de noche”.

Brillante salió Boinael en aquel instante supremo, dispersando sus rayos por encima de las montañas. Y las montañas se tornaron verdes con sus árboles y plantas.

Llegada la noche, salió entonces Maroya revestida con su traje de plata y su radiante melena. Y la luna esparció las tinieblas.

Disipó la oscuridad para siempre. Y la luna rió largo rato porque proyectaba sombras y hacía refulgir la tierra.

Desde entonces Boinael y Maroya durmieron en la cueva para descansar de sus labores.

De manera que Yucajú se sintió contento con la creación del sol y la luna.

Pero Guacar, el hermano de Yucajú, al ver las grandes cosas que éste hacía, se retiró enfurecido a algún lugar oculto del firmamento, desconociéndose todavía su paradero. Aunque a mi me parece que se convirtió en Juracán para que nadie lo reconociera.

Y Yucajú, habiendo creado a Boinael para que alumbrara el día y a Maroya para que fuese la diosa de la noche, dio vueltas por el cielo, por el turey que estaba vacío, buscando alguna obra más que hacer. Y viendo cuatro piedras preciosas que estaban sobre la tierra, las puso en el azul para que, revestidas de poderes celestiales, guardasen también la tierra. Por nombre les puso Racuno, Sobaco, Achinao y Coromo. Y ya en el cielo estas estrellas se reprodujeron hasta los confines del universo. Sirviendo de guía a los dioses.

Luego, terminó Yucajú la formación de los animales y los pájaros y sus moradas en los árboles y en las cuevas.

Vio, entonces, que lo creado se manifestaba en todas sus formas. “Ustedes habitarán en los bosques, en los árboles y haréis nidos”, dijo Yucajú. Y los pájaros revolotearon contentos.

Pensó después Yucajú que alguien debería vivir sobre la tierra que no fuese animal completo y tampoco fuera una deidad. Y meditó profundamente como jamás lo había hecho. Deseaba formar algo sublime.

Entonces el primer hombre fue formado y la primera alma, su jupía. De un rotito del cielo, de una pequeña apertura que abrió Yucajú en el firmamento de ahí lo sacó. Lo llamó Locuo y el hombre, sentimental y bueno, embriagado de tanta belleza, recorría las montañas y los valles desde la aurora hasta el crepúsculo cuando se acostaba a descansar.

Ya todo tenía un propósito de vida. La tierra había sido dada al hombre para que éste la gozara.

Locuo se sintió alegre, muy alegre, y sonreía inocentemente, embebido ante la maravillosa naturaleza a su alrededor. Se arrodilló y con las manos tendidas al cielo dio gracias a su Dios, llegando entonces las palabras y dijo. “Yucajú, Yucajú, eres grandioso y bueno”. Y Yucajú también se sintió contento porque sus obras le gradaban al hombre.

Y aconteció que Locuo, viendo que las cosas eran bellas y tenían lujo de colores, sacó pinturas de las plantas y las flores para diseñar formas sobre su piel bronceada que resplandecía.

Ahora el mundo seguía su rumbo con mayor armonía.

Epopeya de Aumatex-Leyenda

Orlando Suriel (Sueko)

En el inicio de los tiempos, cuando imperaba el caos, hubo un dios que estableció

su reino entre las brumas del turei[1]. Tenía por nombre Yocahu Vaguá Maorocoti, y

unos vasallos semi­dioses llamados Cemies.

AlIá lejos, en la noche de los tiempos, Yoca­hu inició la creación. Fue la época de la luz

li­berada de las tinieblas. Recorriendo su vasto imperio hizo que de las aguas emergiera la

Isla del Edén; a la cual llamó Bohuí. Rodeó esta de voluble espuma y, sobre las tierras fértiles,

más arriba de las nubes, colocó la tímida nonún[2] para iluminar las noches. Sobre ella,

como un emperador, al majestuoso güei[3], para que ca­lentara su obra. Yocahu inventó la

yuca, el sa­rovei[4], y nubes de torva faz, para parir cadenciosas, sobre el páramo de

herrumbre seca, abundante lluvia.

En los árboles puso violines, en la trabazón de los cerros los ríos torrenciales y en su fondo,

la blanca ciba[5]. Danzando entre sus cauces los bajeles con escamas.

Formó una montaña tan enorme que besaba las nubes y le hizo dos picos: en cada cima una

caverna. A la montaña puso par nombre Cauta, a una cueva la llamó Cacibayagua y, a la

otra, Amayauna. El dios tocó con su rayo de fuego la primera hondura, entonces los varones

vieron la luz. Así creó a las gentes y les mostró el cami­no para que se expandieran sao[6] y

do­minaran la tierra sin vestidos ni corral.

Pero, el miedo llegó a los creados. Entre pes­ca, baño y siembra, se extinguiría su especie.

Les hacia falta la hembra para reproducirse. He aquí que una tarde, cuando las gentes se

bañaban en las charcas, desde los árboles, Yocahu dejó caer unos seres, eran amazonas

muy her­mosas. Trataron de agarrarlas, pero se les resbalaban. Buscaron a los que tenían las

manos más ásperas y encallecidas y al fin atraparon cuatro.

Su alboroto era enorme por las hembras que llegaron. Pero poco duró su regocijo, porque las

venidas no tenían de varón ni hembra sexo. Llamaron el Butihu[7] para resolver tan terrible

dilema. El médico brujo, aspirando por la nariz el polvo de la cohoba[8] , se comunicó con los

Cemies, para que intercedieran entre los dioses mayores y las gentes. Al volver el hechicero

de su estado de delirio, les dio la solución.

Todos corrieron despavoridos por el arcabuco[9] hasta el valle de las palmeras. Treparon a

ellas sigilosos y atraparon los Inriri Cahubial[10]. A los seres, sin naturaleza femenina, les

ataron pies y manos para inventarles el sexo. Los pájaros pico, atados en el bajo vientre,

fueron presas sobre presas, violines sobre vestales. Las aves, con sus poderosos picos,

hicieron agujeros donde lleva el sexo la hembra. Así completaron la obra de la gran

raza Taina[11] .

La gracia tomo el Edén, los valles el tocoró y musitando el viento se aposentó en la isla,

prestando al vistoso guani[12] su ligereza.

Entre las gentes del paraíso solo uno era in­mortal, el hijo del cemí Yaya y, por su origen

di­vino, he aquí el fiero destino que le adverso en la isla que hoy encierra la Sala de la Luz.



[1] Cielo

[2] Luna

[3] Sol

[4] Algodón

[5] Piedra

[6] Sabana

[7] Brujo

[8] Alucinógeno

[9] Bosque

[10] Pájaro Carpintero

[11] Gentes Buenas

[12] Colibrí



Epopeya de Aumatex
-Leyenda

Por: Orlando Suriel (Sueko)


Del turei bajó la noche y se durmió en los hombros fornidos de un nativo piel cobri­za y formó su hogar en el umbroso bosque de su pelo tieso. La luna se aposentó en sus ojos y le dio a sus pupilas el brillo de hombre sabio y gran señor. Aumatex era cacique del lugar de origen del poderoso Güei; dueño de gran yucu­bia[1] , de maizal y sarovei. Guabancex, diosa huracán era la cemí de sus dominios; pero Yocahu, receloso de la amistad que-ambos se profesaban, lo despojó de su protección.

Aumatex, de ancha frente y altiva mirada, era subalterno de Higuanamá[2], su consejero y fiel ministro. Pero la gracia ausente de vista, se ale­jaba de sus dominios y la dicha, siempre huidi­za e inconstante, de su lado marchaba de prisa. Guabancex, diosa menor, ama de los vientos, de las aguas y la destrucción, era voluble y bella. Tenía bajo su control a dos ayudantes, mensajeros de pesadumbre: uno era anunciador, el otro recogedor y gobernador de las aguas. Aumatex se protegía, pero Guabancex soltaba los vientos y arrancaba los buhíos y el guayabal. Guatauba el anunciador, alegre daba la orden: “que la desgracia deje el Averno”. Coatrisquie, el recogedor, ya tenía el gustoso encargo de recoger las aguas de los valles y del peñascal, para unirlas en un gran torrente sobre los predios de Aumatex, inundando el noval, la yucubia y el maizal.

Más allá de la soledad, halla el lamento asilo y recorriendo pedregales en el canei[3] hace su morada. Aumantex, embestido por la desdicha y olvido de la Gracia, se evapora entre los mortales, como la lluvia en el suelo. Solo le consuelan sus dos hijos., un doncel proclive a la ira y una beldad indescriptible que la diosa de las Bondades, enfogonada, le concedió en venganza de lo que su hija Antilex sufrió con Yocahu, dios de la yuca. (“Yocahu no resistía la belleza de Antilex., pero ésta, muy altiva, no quería ser doncella., ser diosa era su meta, sin tener el don supremo. Entre danza celestial, Yocahu tramó el engañó., se convirtió en casabí[4] y poseyó a la zagala. Esta posesión dio por fruto el nacimiento de la Discordia., y la hija de las Bondades se transformó en la Ciguapa[5], habitando en los bosquecillos y en las fuentes cristalinas, apartadas de los dioses y de la mirada de las gentes”).

Entre cirros pasea en silencio, de dos en dos, la queja y el llanto. Llegan preces de dos en dos, pero en el turei no encuentran eco. Los anhelos de Aumatex son humo y nieblas, y sus ansias sólo reciben el divino olvido. Así se desmoronan uno tras otro los días, se desvanecen meses y meses, y los años inmutables también pasaban sin que los dioses escuchen sus lamentos. Aumatex confundido, posa la vista en el techo, y a la caverna Jouanaboina van sus pensamientos y sus pasos. Al hacer las ofrendas vuelan sus ruegos. Al zemes[6] Bhithaitel le pide interceder por su dicha en el Edén

El eco de su plañir retumba en el coaibaí[7] y desde la fúnebre morada de su padre emana del cemí su cólera audible. A Yocahu Yaya reprocha:

-Tú, poderoso Louquo[8] , amo de truenos y lluvias y fuego y vientos, rompe la suerte adversa.,pon a los vientos cerco y, a la desgracia, murrall La furia de Yaya encontró albergue en la mansión de los altos dioses.

-¡Si! -exclamo Yocahu con su grande voz de trueno
- Si, muchas lunas han pasado después de la luz de mi sentencia, y fue borrada tu pre­sencia de la corte celestial.

El dios mira con sus ojos de lumbre, al través de la distancia el reino tenebroso de Yaya. El padre de Aumatex fue castigado por haber he­cho el gran lago[9], un trabajo reservado a los dioses, vedado a los subalternos. Por tal hazaña fue desterrado a coaibai, un lugar alia en sora­ya[10], residencia de operitos[11] , entre quejas, llanto y humo. También, castigaron a su consorte y a su hijo lo enviaron a Bouhi.
-¡Si! -prosiguió Louquo-, has pagado ya tu afrenta, al turei puedes volver; pero tu hijo, por haber morado en la tierra y procreado con una mortal, ha borrado ya su estirpe, su linaje y don divino.

Un grito desgarrador estremece la mansión de los que gimen. Yocahu se da vueltas y, dan­do una palmada, ensordece los sonidos y ante el aparece Yucahuguamá, el cemí de los desti­nos. Mirando la región atroz, el dios dice a Yaya:

-Yo pondré sobre tu hijo el sello del turei si logra cumplir mi mandato: superar a los morta­les.
Ordena la voz de trueno, al cemi ante su tro­no bajar hasta el Paraiso, hallar al hijo de Yaya e informarle de la empresa:

-Anda, lleva la nueva, Aumatex no es inmor­tal, puede retornar al turei; pero, si antes del tiempo prescrito, el fuese muerto por las manos de otros mortales, los verdugos de su cuerpo extinguirán a los tamos. Ellos que tengan de ser muy cortos de ventura, los que no mueran de hambre serán presa de lebreles.

Yaya respira hondo, le complace la senten­cia. Mas calmado el Señor de los cielos le dice al Destino:

- Tú podrás llevar vasallos; pero bien debes saber que de allí no partirás cuando logres lo propuesto. Este viaje es sin retorno, a un lugar fuera del turei; la distancia, allí existe; lo real, puede no serlo. Su belleza es sin igual, deslum­brantes sus paisajes. Mas la dicha que allí impe­ra es pasajera.

Yocahtú volvió a su trono a ejercer el gran dominio sobre todo lo creado. EI destino enfiló al Edén, hacia la choza de Aumatex.


[1] Yucal
[2] Muy Vieja
[3] Choza
[4] Casabe
[5] Hermosa Taína con los pies hacía atras
[6] Cemi
[7] Averno
[8] Gran ser, Dios
[9] Mar
[10] Religión Lúgubre
[11] Muertos

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