Mitopoema
José Enrique Méndez
Persiguiendo el canto prístino de cigarras,
hombres y dioses optaron
por conocer lo impenetrable.
Mordieron las arboledas del valle;
siguieron los pasos de hierbas peregrinas.
Escalaron el cerro, contemplando al final
el santuario asilo de aves errabundas
que custodiaban la cueva y sus laderas.
De allí hurtaron, del yucayeque
la hierba de sahumerio,
materia de cojoba.
Todos inhalaron, olvidando
el abandono del tiempo.
Y así los behíques pudieron
atrapar la alborada
y el viento,
la sustancia última de su ser de piedras.
Alucinados en ritos y cojoba
ceremonias contestatarias, tuvieron
pesadillas omnímodas sus Dioses.
Los cemíes con manos en futuro,
la alborada y sus carnes.
Juntos, hicieron dioses y hombres
orgías en la noche de danzas
del violado Guayacán.
José Enrique Méndez
Persiguiendo el canto prístino de cigarras,
hombres y dioses optaron
por conocer lo impenetrable.
Mordieron las arboledas del valle;
siguieron los pasos de hierbas peregrinas.
Escalaron el cerro, contemplando al final
el santuario asilo de aves errabundas
que custodiaban la cueva y sus laderas.
De allí hurtaron, del yucayeque
la hierba de sahumerio,
materia de cojoba.
Todos inhalaron, olvidando
el abandono del tiempo.
Y así los behíques pudieron
atrapar la alborada
y el viento,
la sustancia última de su ser de piedras.
Alucinados en ritos y cojoba
ceremonias contestatarias, tuvieron
pesadillas omnímodas sus Dioses.
Los cemíes con manos en futuro,
la alborada y sus carnes.
Juntos, hicieron dioses y hombres
orgías en la noche de danzas
del violado Guayacán.
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