lunes, 2 de enero de 2012

RECUERDO DE LA ÑINEZ EN LA ESTRELLETA 23.


Por Teódulo Antonio Mercedes.

En mi existencia he observado el paso por nuestra tierra de muchos huracanes, luego motivado por inquietudes profesionales, comencé a cuantificar los destrozos que ocasionan, los cuales algunos cronistas relatan sus impactos desde el siglo XVI después de fundada la villa de Santo Domingo.

Precisamente uno de los mejores documentados es el huracán de 1502 que determinó el traslado de la ciudad, a la margen occidental del río Ozama, iniciándose con esta decisión la construcción de los edificios que hoy son nuestros monumentos coloniales;

De todas esas catástrofes naturales, en mi existencia el que ha logrado a través del tiempo perdurar y convertirse en un sueño lleno de brumas, desde donde se observa el transcurrir de la vida como desde una cortina llena de tonalidades grises, ha sido el llamado El huracán Flora, el cual atravesó la península de Barahona el 3 de octubre del año1963.

Evento catalogado de categoría 4 que paso distante de los entornos poblados, pero sin embargo produjo inundaciones en el sur, suroeste y numerosas muertes en esas regiones.

Para los habitantes de las periferias de San Juan, sobre todo los que habitábamos en las ultimas moradas de la calle Estrelleta, el día 4 de octubre nos levantamos envuelto en todas clases de frisas y mantas bajo una lluvia torrencial acompañada de un inusual viento y ruido que doblaba los arboles y nos impedía poner el acostumbrado jengibre o café, para acompañar tan infausto suceso.

Lo que siempre fue maravilloso de este acontecimiento, era que los arboles y los suelos del gran jardín lleno de todas clases de rosas en la que los Mercedes habían construido su morada, esta vez estaban repletos de de aves, que los vientos en su recorrido loco habían esparcido en todos los alrededores.

Aunque no tenia nociones de sus nombres, escuchaba como un santo rosario, como mi abuela murmuraba sus nombres y su rareza en nuestra región.

Nadie se preocupaba por el pato de agua, el cisne con su vistoso cuello, el cuervo con su plumaje de luto y las infinitas aves que habían llegado en un vuelo impuesto por la fuerza de la naturaleza.

A veces dichas aves penetraban en los más recónditos rincones buscando quizás refugio seguro, mientras las brisas y el viento retrocedían poco a poco, tornándose el ambiente cálido y con menor tensión.

Cerca del medio día, los vecinos se preguntaban quienes habían recibido noticias de las demás regiones y a mi casa acudían, los vecinos de los campos cercanos, que habían recibido noticia de su parientes, para que mi abuela, cuando se pusiera en contacto con “Ciriaquita”, la de Felipa y Macario, informara por medio de la comedia que no se había producido perdida humana.

Dicho programa tenia una increíble cobertura en los campos y las poblaciones campesinas que se formaban en la entrada de los pueblos.

Los hombres, desde que las lluvias amainaban, habían comenzado a preparar los drenajes de los callejones y los patios de sus viviendas y de manera silenciosa apilaban los escombros producido por la fuerza de los vientos, sorprendiéndole el inicio de la tarde en ese improvisado trajín.

Por movimientos climáticos cerca quizás de las 3 de la tarde, el día comenzó a esclarecer y los pájaros por designios del destino, con la misma fuerza que aparecieron, así se perdieron volando en bandadas del entorno de mi morada, sin dejar rastros de su existencia, salvo aquella que conservo en mis sueños como un espectáculo de increíble magnitud.

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