jueves, 4 de septiembre de 2014

Símbolos o luchas contra el olvido

CUMPLO LO PROMETIDO...
Ra. Ramirez Baez

Al leer y al mismo tiempo juzgar a un escritor por algún libro se corre el riesgo de exagerar o simplemente emitir juicios erróneos. Y si el escritor es contemporáneo, siempre carecemos de perspectivas. Estas premisas exigen sumo cuidado, cuando existen notables vínculos de cultura y lo que es más complicado: tener en común asuntos de una determinada región. Esas posibilidades de equivoco aumentan cuando, como ocurre con José Enríque Méndez, él escritor conoce en profundidad los elementos de su cultura y los de otras más lejanas que se dejan sentir en sus amplios conocimientos de antropología e historia; y en consecuencia, lo que para otros parecería exagerado, para él es producto de profundas meditaciones que se mezclan con preclaros conocimientos de la historia. No obstante, esa mezcla es lo que hace de él, en muchos de sus trabajos, un genuino representante de aquella región mística, también violentamente, registrada en los mitos del Sur profundo.
Y si agrego nuestras conversaciones sobre temas, en ocasiones distantes y en otras, enclavadas en atesoramiento de continuas lecturas, llego a decir sin remilgos que en José Enríquez, la Mitología es utilizada con fines artísticos o literarios, y desborda refrescantes recuerdos de Homero que él nos hace llegar como las leyendas de aquellos mundos de la vasta y rica región, donde las modulaciones del espíritu, viven en cada palabra, en juicios, en pinceladas de la obra que escribió con su amigo y notable intelectual dominico-cubano Bismar Galán. De ahí que estos juicios ya de hecho contraen otra deuda. De tal manera que abordo una parte de la balanza de la obra regionalista y galardonada por el Ministerio de Cultura: Símbolos de identidad Sanjuanera.
Irónicamente, el final de la lectura me retorna al principio de la obra: referí al autor que bien podría agregársele “Mitos”; sugerencia que me llevo a hurgar sobre posibles trabajos referentes a otras regiones; de ahí que especulo y a la vez, no descarto la posibilidad de que hayan otras obras o al menos, yo no pude encontrarlas que describen con tal profundidad los más revelantes acontecimientos, ya tejidos en símbolos y mitos de una provincia enclavada en el mismo centro geográfico de la isla. Hasta pueda que en asuntos de conceptos físicos, Newton daría cuenta de la existencia especulativa que registra a la provincia como un centro de masa que concentra todo su peso en un punto. Y por supuesto, allí la gravedad ejercería su ley universal. Entonces, más que amparado en lógica que en la física, adelanto dos preguntas ¿cómo podría una obra llevar tan vivos a los símbolos y mitos, sin separarlos?; ¿cómo evitar la exageración, sin suplantar una categoría histórica por otra y luego dejarla eximida de toda superstición? Resalto dichos que autores a lo largo de su trabajo iban haciendo uso de la paciencia, con que la abeja lleva el polen a la colmena, sin que faltara materia prima para el producto final: la encomiable labor de producir miel, que en el caso que nos concierne, los autores iban de una cascada histórica hacia otra, sin que símbolo alguno, ni mitos escondidos, los tomasen desprevenidos: ellos se ha afianzado en razonamientos lógicos y científicos.
No obstante, adelanto que no existe en mis aseveraciones esos tan trillados juicios que tanto abundan en Dominicana cuando por la razón que fuera, se escriben notas o comentarios: pues, de una vez se les ocurre a un grupúsculos afirmar y al mismo señalar que tal o cual trabajo como “critico”. No tengo tal formación y por tanto, todo cuanto pueda decir lo atribuyo a un irrevocable asunto subjetivo.
Me atribuyo libre albedrío para decir que los símbolos son hilados sin sombras ni huecos en aquel lienzo de Mitología; Dichas investigaciones son registradas como si Jenofantes o Flavio Josefo, habrían estado ahí como arbitro de que las abejas dejen testimonios para la ciencia y la literatura. O las hormigas, como siempre han sido benevolentes y nos han trazado el camino. Como si todo lo allí investigado se pudiese escribir y expresar en palabras inmunes a la enigmática alianza de los Mitos y Símbolos. Sirve dicha obra para establecer algunas fronteras ficticias y hasta cierta curiosidad semántica y literaria que adornan la leyendaria lucha homérica con que intento subjetivamente inmiscuirme en tal rivalidad. Un símbolo se sustenta cuando responde a una realidad, cuando posa en las sólidas cariátides de su época. Todo símbolo es hijo legítimo de acontecimientos condensados en su propia época. Por contrario, el mito para casarse con la clepsidra del tiempo, se exige a si mismo superar toda realidad. Para luego ser un juego fantástico de la ficción. Todo símbolo muere con el tiempo pero con una salvedad: deja su legado inalterable en los rincones de la historia. El símbolo se alimenta de las fibras colgadas de la esperanza. Vive como patrimonio de un pasado que jamás retorna. La Ciudad Luz, Paris, no me deja mentir, el granero del Sur se destejió entre la penumbra y el abandono; pero aun tiene vitalidad de símbolo. Por ahí como un pariente, para algunos lejos y para otros vecinos de una emboscada, el mito se alimenta de los milagros, de la superstición y de leyendas que la mente elabora como algo que día a día se reviste de la sagrada túnica de la imaginación humana. Y para que un hecho adquiera la categoría de mito, requiere que alguna vez pase por el regio cedazo de un símbolo. Ese es su misterio, esa es su gracia.

Y por tanto, para que a un escritor se le ocurra plasmar en papel todo cuanto pueda recopilar sobre símbolos, ante todo, requiere de notable formación en varias disciplinas. Ahora, si la cosa es desentrañar los tejidos de un mito, entonces, la ciencia y las dotes artísticas tienen que irrevocablemente, sino van de la mano, tienen que confesarse en algún lugar del universo. Considero un riesgo, un desafió y a la vez, una seguridad rayana que alguien se introduzca en las aguas procelosas y decida navegar donde existe una beligerancia de espacio, lugar y tiempo, entre mitos y símbolos. He aquí por donde debí haber comenzado; sin embargo, dicha obra y sus autores no dejan mas alternativas que leer cada capitulo, cada razonamiento, debidamente documentado y por eso, considero oportuno, yo también formar parte de la fantástica travesía. Sin embargo, al terminar la obra si puedo lo mismo que Borges cuando leyó “La isla del tesoro” de Lois Stevenson: “me he entretenido”. O la misma frase de Lenin cuando en alguna ocasión escuchaba “La Patética” de Chaiskosvi y alguien lo abordó sobre la firma urgente de un documento; el Padre del Proletariado respondió: “la sinfonía aún no ha terminado”. Por ahí salta “La isla fascinante” de Bosch que por alguna razón la enlazo con estas leyendas aún vivas en la memoria. Admito que al leer Símbolos de Identidad sanjuanera en su totalidad, no hice mas que seguir aquel periplo de Jonás: me sumergí en el vientre de aquellas leyendas, hasta encontrarme en alguna calleja del San Juan con Liborio Mateo; y luego seguí por los senderos de calles repletas de hormigas por la morada de Caonabo. No queda corta la obra cuando recorre la cartografía del valle, como en busca de añoranzas que hacen de aquellos pueblos hijos de la Conquistas. Pero más que todo como bien dijo su autor, estamos en el regazo materno de tres culturas aun vivas. Durante la lectura vi a los símbolos con alas de murciélagos, surcando el lejano horizonte de mi infancia. Tuve tiempo suficiente como para ser parte de esa danza de mitos y leyendas que por todo el valle se bifurcan entre los acantilados de la Mitología. En alguna parte dije que un libro es la prolongación de otros libros; un recuento del pasado que el tiempo y su aliada la memoria elaboran una vez como símbolo y otra vez como mito. Y si a alguien, como ya he dicho, se ocurre enlazarlos, entonces, la proeza es en partida doble. Y más aún: una lucha frontal contra el olvido.

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