Roberto Rosado Fernández, Educador
La ambición desmedida a la obtención de dinero, en la mayoría de
los casos, es fuente de actos que riñen con la ética, la moral y las buenas costumbres. Es fuente de toda
inmoralidad. El tener busca por todos los medios distinción. El tener es más
importante, para el ambicioso desmedido, que el “ser”, aunque para ello pierda
su estatura moral. Eso no es lo que le importa. Quiere mucho dinero para tener
distinción y principalía en la sociedad y llenar de esa manera su ego personal.
Lo demás no está en su agenda. Importa lo que le hace conseguir dinero a costa de lo que sea.
La ambición desmedida le hace
caer en la trampa de la corrupción. Busca poder, sentirse igual que los que
poseen mucho dinero. Ser como ellos, que lo vean igual que ellos. Salir de la
condición de pobre aunque para ello tenga que delinquir en todas las variables
en que se expresa la delincuencia.
Desarrolla un miedo de si mismo
que lo hace presa de la delincuencia y le acerca a los corruptos y esto lo impulsa, cada vez más, a involucrar
más personas en sus actos delictivos. Ya quiere compañía y la busca de
cualquier manera y a cualquier precio.
Es importante acotar que lo ético está en cada
persona. Los principios morales son individuales. El apego a principios morales
no es institucional, no es exclusivo de nadie en particular, es un
comportamiento producto de la asimilación que hace cada individuo de los moldes
que rigen a la familia, que regulan los comportamientos en la escuela y los
códigos que se establecen en cada sociedad y sus instituciones para sostener
sus principios éticos, morales, culturales, políticos y religiosos.
Romper con estos moldes es la tarea
fundamental de los que promueven acciones
delictivas por lo general en busca de obtener dinero y más dinero para
financiar sus exigentes actividades cotidianas. Tener el vehículo del año,
viajar, ir a los más encumbrados centros de diversión, andar de placeres cada dia, es solo parte de su ego,
sin darse cuenta, tal vez, que por ahí anda su destrucción.
Poder económico para conseguir
poder político y pasar desapercibidos en su accionar delincuencial cotidiano,
es el método común entre aquellos que ya perdieron su compostura moral. Ya tienen con qué
disfrutar, invertir y variar hasta la sentencia en caso de que sus actividades
delictivas sean descubiertas y se le quiera aplicar correctivo legal a sus
perversas acciones.
El dinero lo compra todo y tenerlo
da principalía y distinción y garantiza impunidad. Eso es lo que pregonan
olvidando que los ojos de las gentes ven
y juzgan aunque se sientan impotentes e incapaces de enfrentar ese poder. A
esto se agrega los avances en la tecnología que captan cada actividad que se
realiza poniendo al desnudo a sus autores.
A medida que pasa el tiempo se hace realidad el viejo refrán de que “a
cada puerco gordo le llega su San Martin”, entonces sus victorias se convierten
en fracasos y la derrota le llega cuando más se cree poderoso y más seguro está
de lo que ese poder le garantiza y, más aún, con toda su compañía, debido a que
involucra demasiado gente en sus actos a los cuales les llega por igual el castigo y la
derrota, a pesar de abrigarse en el poder político.
El control de estas acciones reñidas con la
ética, la moral y las buenas costumbres
solo es posible con una buena formación. Solo la educación está en
condición de transformar esta triste realidad. Es la única que puede producir
cambios. Es la clave de una estrategia transformadora. Es la clave del
desarrollo de las sociedades. Esta transformación debe comenzar en la familia
para inculcar valores y desde el ESTADO y sus instituciones, como forma de
evitar que la ignorancia se convierta en arma de los que delinquen para
encontrar más aliados debido a su ausencia de razonamiento.
De acuerdo con la frase del gran
educador Paulo Freire de que “La educación es acción y reflexión del hombre sobre el mundo
con la finalidad de transformarlo”, es de urgencia una acción educativa
institucional que fomente valores éticos y morales que influyan, a su vez, en
los comportamientos de los ciudadanos. Hacerlo es tarea de la Escuela, los
profesores que creen en esa transformación y la familia, eje primario en la
formación de los ciudadanos.
Se impone en la presente
coyuntura que la sociedad asuma una agenda educativa que tenga efectos
deseables en materia de conocimiento y moralización y que, a su vez, obligue al
ESTADO a asumirla con la finalidad de
formar un hombre que sea capaz de rechazar
las propuestas de participación en actos delincuenciales convertidos en
la gran preocupación de la sociedad de hoy.
TAL VEZ EL ESTADO
PUDIERA APLICAR ESTA PARTE. OJALA
No hay comentarios:
Publicar un comentario