lunes, 22 de noviembre de 2010

La Muerte de Cachendo

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Sobieski Suvarov


“Cachendo”, está muerto. Entre las tres y cuatro de la tarde de hoy domingo, 15 de octubre, lo llevaron al cementerio. Apenas recorrió su cadáver tres esquinas de la calle Pedro J. Heyaime, donde vivía, y doblando en la Capotillo, recto hasta el final, diez esquinas exactas, que lo llevaron a la eternidad.

“Cachendo”, fue un personaje folclórico de San Juan de la Maguana. El Pastor y poeta Francisco de Jesús Acosta, lo recoge en un canto épico a San Juan de la Maguana. “Cachendo”, fue ampliamente conocido en nuestro pueblo, como ejemplo de lo que no debe ser nunca un joven o un hombre de bien en la sociedad. Creo que no fue ni mejor ni peor que otros seres humanos sanjuaneros. Como todos, ganó lo que se propuso en la vida.

Se autodefinió como: el “pedilón” por excelencia; nadie sino él, tenía esa exclusividad en San Juan de la Maguana; pedía para tomar ron, y una vez embriagado, hacía y deshacía a su antojo. Era bocón y provocador, y contador de historias y experiencias vulgares; caía en todo tipo de degeneración moral y social, y se jactaba de ello. Podía vanagloriarse en público de lo que había “hecho” a un hombre o a una mujer en la intimidad.

Era exhibicionista; cuando venían personajes “importantes” a nuestra ciudad, o sanjuaneros que habían “triunfado” fuera de San Juan, y regresaban, se les pegaba como sanguijuela; era necio y procaz; el clásico “lumpen” de la sociología dominicana.

Tuvo dos padres ejemplares: “Garrotito” (Ney Rodríguez) y Rosita. El, trabajador honesto hasta su muerte; ella, humilde y afanadora con su familia, hasta la suya. “Cachendo”, fue el hijo descarriado, la oveja negra de la familia. Su familia provenía de un recio tronco ejemplar, de hombres y mujeres destacados en la Historia de San Juan y del país. Su padre, era del tronco de Lorenzo Piña Comas, padre de Adolfo Rodríguez Piña, abuelo paterno de “Cachendo”.

Se mostró siempre como un insensible y deshumanizado. Cuando murió su padre, en pleno cementerio, cuando el albañil usaba la plana y el cemento que sellaba la tapa del nicho, en medio de aquel obligado y respetuoso silencio soltó una de sus groserías características, dirigiéndose al obrero: “!tápalo bien, paraque no se salga!”. Ya antes, se había burlado y emborrachado el día de la muerte de su madre.

Un día se dirigió a mí con desparpajo en medio de uno de sus momentos etílicos, insinuando no sé que cosas relativa a la muerte. Estábamos en una funeraria velando a alguien. Yo le respondí agresivo con estas palabras: “!Como a Rosita, a quien tú mataste de dolor!”. Nunca nadie vio llorar a “Cachendo”; yo lo vi hacerlo aquel día. Me di cuenta que tenía un alma sensible como la mía o la de cualquiera, y recordarle a su madre muerta me lo demostró.

Siempre me avergoncé por aquella acción. Nunca le pedí excusa. Ahora ya es muy tarde para hacerlo, pero lo expreso públicamente. Ofendí a “Cachendo”, en la parte humana que tenía, y no tenía derecho a eso.

Lo último de “Cachendo”, fue lo de “la mujer y la botella introducida en su vagina”, el suplicio de la mujer en cuidados intensivos del hospital público y su consecuente muerte. Luego, “Cachendo” preso en la fortaleza, y su desfachatez de preso. Y “Cachendo”, libre nuevamente por las calles de San Juan. en lo mismo de siempre: el trago pedido o lambido, su insolencia, su exhibicionismo, el pegarse gratuitamente como“ guardaespaldas” de algún recién llegado buscando la posibilidad de un pote de ron.

Dicen que últimamente dormía su etilismo y su soledad, en los fríos y polvorientos pasillos de la respetable Logia Masónica de la Dr. Cabral, frente a la residencia de las monjas. Que unos ladrones, penetraron en la recién inaugurada boutique, al lado de la Logia. Que “Cachendo”, dormía en un pasillo y lo despertó el ruido, que vió a los ladrones; que conocía a los ladrones y los ladrones lo conocían a él; que para que no los delataran le hundieron el cráneo a golpes de “pata de cabra”.

Eso ocurrió el domingo 8; el lunes 9, el Dr. Mora, lo envió referido desde el Dr. Cabral, al Dr. Darío Contreras, con traumas craneales severos y hundimiento de cráneo; el martes 10, no se sabía nada concreto sobre “Cachendo”, sino que se debatía entre la vida y la muerte; el miércoles 11, se anunció su muerte; alguien expresó entonces: “Ya San Juan, se libró de Cachendo”; pero no era cierto; el jueves 12, siguieron las dudas sobre su agonía, sobre si había sido o no enterrado en Santo Domingo. Por fin, el viernes 13, en la noche murió; el sábado 14, en la tarde, lo trajeron a San Juan, a su casa materna; el domingo 15, permanecía en su ataúd en medio de una salita de la humilde casa de Ney y Rosita.

Estaba solo, supremamente solo. Nadie lo acompañaba. Ni familiares. Ni amigos. Ni conocidos o desconocidos. ¡Nadie! Sólo su propio ataúd, dos cirios encendidos, un crucifijo en medio de los cirios, cuatro sillas plásticas vacías, dos muebles de palitos, también vacíos, un abanico girando con sus aspas hacia “la caja”, un block de ocho, una piedra grande y ancha encima del block, y aún encima de ésta, una ponchera azul llena de hielo rozando el fondo del ataúd. Había un olor a descomposición en el ambiente, algo orgánico que ya hacía tiempo había empezado a descomponerse; un vaho fétido empezaba a inundar la calle saliendo de la puerta abierta de par en par, sin que nadie se dignara entrar y hacerle compañía.

Ramón C., fue quien trajo al barrio la noticia. “Trajeron a Cachendo, desde ayer y está solo, completamente solo en su casa”. “Fueron unos ladrones quienes lo mataron”, observé yo. Entonces, Ramón, me miró con una sonrisa lastimera, mas bien con sorna. “¿Unos ladrones…?”, preguntó en voz alta, como si reprendiera algo ingenuo en mí.

Tenía que irse, y al despedirse del grupo lo hizo con una frase lapidaria: “…El que a hierro mata, a hierro muere

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