domingo, 10 de julio de 2011

Pupú



E. O. GARRIDO PUELLO | NARRACIONES Y TRADICIONES

Para hablar de esta mujer que fue por mucho tiempo, en las tinieblas del pasado de San Juan, el centro de reunión de la juventud, quisiera poder hacerlo en un poema.

Yo no recuerdo su verdadero nombre. Sólo retengo su procedencia: era neibera y había venido a San Juan como ama de llaves o cocinera del Padre Ciccone. La conocí ya vieja.

Estatura baja, ancha de caderas, color trigueño, cabellera ignorada, pues siempre tenía en la cabeza un pañuelo amarrado en forma llamativa. Todo en ella era espectacular, estrafalario.

Vestía de manera vistosa. La cola del traje, de extensión desusada, formaba un vendaval a su paso. Le gustaba hacer el ridículo. También llamar las cosas por su nombre. Para hablar claridades nadie las decía con mayor facilidad. Pero también nadie tenía un corazón más blando, propenso siempre a la dádiva generosa. Remedió muchas penas y enjugó muchas lágrimas. Su bolsillo o su persona estuvo siempre fácil a una acción noble o a un servicio oportuno. Eso era Pupú: servicial y regañona.

Vivía en una de las calles más antiguas de la población. Hacía dulces muy sabrosos.

Viajaba mensualmente a Baní para surtirse de ron viejo, que ofrecía a la clientela, lo mismo que sus dulces, en forma original y humorista. Presentando la bandeja de dulces, decía:

—Están buenos. Hoy sólo los sopetearon los perros. Naturalmente era una frase. Limpia y hacendosa gozaba haciendo estas pequeñas travesuras.

Allá en mis mocedades, la casa de Pupú era el único sitio de reunión del pueblo. Niños, adolescentes, jóvenes y viejos pasaban por su casa: unos por dulces, otros por el añejo de Baní. Para todos tenía una expresión de cariño, un regaño o un obsequio. Algunas veces refunfuñando; otras locuaz, se le conocía su estado espiritual por el ceño. Religiosa, cumplía diariamente con Dios rezando sus oraciones, ora en la casa, ora en la iglesia. No faltaba a ningún rezo de difunto, llevando siempre el tercio. Su manera de llevarlo era proverbial y hasta humorista, ya que se placía en hacer todas las cosas distintas a los demás. El tiempo, que arrasa con todo, de figura señera, la relegó al olvido.

La ciudad creció. Clubs sociales, hoteles y restaurantes sustituyeron a la modesta casa de Pupú; la miseria la abatió; pero su recuerdo perdura en todos los que supimos de su vida consagrada al bien y al trabajo. Para mí es un placer consagrarle este recuerdo.

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