Por: Samuel Encarnación
LA DIVERSIDAD:
A Dámocles Méndez Rosado, en su cumpleaños.
Él y yo, hijos de la misma Madre Amada,
Él y yo, recogiendo flores distintas de su jardín.
Si los que están lejos observan que nos detenemos,
No hablen de disidencias aparentes;
La verdad es que discutimos los términos
De un dilatado acuerdo;
Sobre cuáles de entre todas
Serán las mejores para agradar
A la misma tierra que las produjo.
Me preguntaba un amigo en la capital a qué atribuía yo nuestro carácter; le respondí con lo siguiente: “Por una complicidad entre La Tierra y La Historia, el sanjuanero, para sobrevivir y ser lo que es hoy, se vió en la necesidad de crear un sin número de pasadizos a lo largo del tiempo que forjaron su carácter peculiar: 1. Tuvo que hacerse autosuficiente por no tenerse más que a sí mismo como pueblo vecíno; de ahí su laboriosidad; 2. El tránsito constante de los invasores haitianos se hacía por su territorio; tuvo entonces que construir los caminos de la Patria a sangre y fuego; de ahí forjó la personalidad valiente y solidaria que exhibe hoy en día; 3. Tuvo que honrar sus compromisos siempre con los comerciantes que se trasladaban hasta allá a proveerle sus productos y servicios, de ahí su honradez y hospitalidad; 4. Fue engañado muchas veces por políticos que iban a prometerle cosas, sin cumplirle; de ahí su actitud prudente y suspicaz, siempre; 5. No podía esperar a que alguien llegara a reconocerle sus méritos; tuvo que celebrar sus propios logros; de ahí su espíritu alegre, aún ante las adversidades; 6. Tuvo que asir el producto de su esfuerzo, también a la esperanza; de ahí su religiosidad”.
Creo que me entendió, porque se rió y no hizo más preguntas.
Si los pueblos se conformaran con que los etiquetaran por un acontecimiento histórico determinado, aún con carácter mitológico, leyenda o aún con certeza; sucedería que el pueblo alemán sería fascista; los árabes serían terroristas; los dominicanos seríamos trujillistas y así sucesivamente.
El ritual de la siembra de habichuelas de finales hasta inicio de cada año; las Mañanitas de San Juan; la religiosidad popular, en cualquiera de sus vertientes (Cristianismo, Sincretismo; Siervas de María; Fiestas de Palo; Olivorio; Ramón Mora; Pirrindín; Mamá Bona, etc.); los hábitos alimenticios, la Naivoa; el Casabe; el sancocho, el chenchén, el chacá, el arroz dulce, el gofio, etc.; las diversiones en todas sus variedades, etc.
Esos elementos, reunidos, identifican al sanjuanero; pero uno, por sí solo no constituye nuestra identidad. No necesitamos ser sanjuaneros para constituirnos en adeptos a uno o a alguno de esos hábitos o costumbres, igual que el que el que adopta la religión musulmana no se convierte en árabe o africano. Al igual que no renunciamos a nuestra identidad, si renunciáramos o renegáramos de alguno o, incluso, la mayoría o a todos ellos.
La identidad define un patrón conductual, una actitud preconcebida o predecible al momento de asumir cualquier evento en la vida; verbigracia, ante un tropezón exclamamos “¡ay!” y no “¡auch!”.
Ese comportamiento lo define la cultura que nos identifica; la cual se justifica en la ubicación geográfica en que nos desarrollamos; comportamiento que, a su vez, obedece a un conglomerado humano que comparte un sinnúmero de carácteristicas que, reúnidas, los impulsa a alcanzar fines colectivos.
Nuestra forma de hablar, nuestras aspiraciones y nuestros miedos nos identifican. Nuestra reverencia a una deidad; el respeto a valores y normas preestablecidas, etc.
Si, individualmente, nos sentimos tranquilos al llamarnos cristianos, estamos identificados con el cristianismo; si no tenemos algo que explicar cuando nos llaman olivoristas, entonces, ello nos identifica como tales.
Pero pienso que, sanjuaneros, identificados por una diversidad, reunida históricamente en ese valle, eso es lo que somos, vayamos donde vayamos, sin permitir que nadie nos encasille, jamás.
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