miércoles, 1 de junio de 2011

El general Ampallé


E. O. GARRIDO PUELLO | NARRACIONES Y TRADICIONES

A dos kilómetros de la población de San Juan de la Maguana tuvo su hogar un conocido personaje de nuestras contiendas civiles. Se llamaba Victoriano Alcántara; pero más bien se le conocía por el apodo de Ampallé

De origen esclavo, tenía una posición independiente creada con su trabajo y ayudada eficazmente por los cargos políticos que había desempeñado en distintos gobiernos. Fue hombre de confianza de Lilís. Siendo jefe de Fronteras protagonizó varios curiosos episodios. Los jefes de Fronteras de esos tiempos eran señores de horca y cuchillo, que hacían y disponían como mejor les viniera en gana en su jurisdicción, amparado por la distancia, las dificultades de comunicación y la resignada conformidad de los pobladores.

Los gobiernos tácitamente aprobaban todos los desafueros que cometían sus autoridades y amigos, en la creencia de que se obraba según convenía a la política del momento. Esa ligereza en la manera de obrar y pensar de los dirigentes fue la causa primordial del vía-crucis que atravesó el país durante varios decenios de su vida independiente.

La jefatura de Fronteras tenía como asiento el antiguo y desafortunado poblado de Bánica.

Un día se presentó ante el General Ampallé el Pedáneo de Guayabal con un haitiano amarrado, acusado del robo de cerdos. El General ordenó el fusilamiento. Dos días después volvió nuevamente el mismo Pedáneo con otro haitiano amarrado y rectificando su información anterior: el verdadero ladrón de los cerdos era el prisionero presente.

El General Ampallé oyó sin inmutarse la nueva in formación y ordenó el fusilamiento del prisionero. Su comentario sobre el particular fue:

—Caney, (expresión muy usual del General) el otro alguna debía.

Un secretario del general me contó muchas veces esta otra anécdota. Regresado de sus posesiones de Joca puso en manos de dicho Secretario varias notas contentivas de la cantidad de cerdos de su pertenencia para ser sumadas. El Secretario ordenó las notas y comenzó la suma. Ocho y siete quince y me llevo uno. Nueve y ocho, diecisiete, más cinco, veintidós y me llevo dos. Cuando el General consideró que el Secretario se había llevado bastantes cerdos, le dijo humorísticamente:

—Mariano, caney, suspende la cuentecita, pues te estás quedando con todos mis cerdos.

Aludía en son de crítica a la forma de sumar de su secretario.

Ampallé, Jefe de Fronteras, se había apropiado del predio de Joca, de la común de Bánica, por compra de una parte que hiciera a la Iglesia. Este predio está ubicado entre montañas, al norte del poblado y lo riegan los ríos del mismo nombre y Artibonito. Con la apropiación llegaron las prohibiciones: montear, sabanear y pescar. Un repentista, haciendo burla de las prohibiciones, escribió unas humorísticas décimas cuyo pie, con la estampa de Ampallé, se hicieron muy populares, aunque le costaron el abandono del lugar. Las partes que de ellas se conservan dicen así:

El lunes por la mañana mandaron de Mirabalé del río Artibonito un Morón con una A y una V.

Dizque va a hacer un corral en medio del Artibonito para estampar el pejecito que le queda sin herrar.

Hasta a los pejes del mar les pegará una barreta sólo falta una liceta que se salió del chinchorro.

¿Dónde está la plata y oro de la Santa Madre Iglesia?

A un triste alumbrador porque pescó un camarón lo metió en la prisión y lo hizo fusilar, y con Bánica quiere acabar Misericordia Señor.

Los hijos de siña Andrea fueron una noche a alumbrar y mataron una guabina con una V y una A.

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