Por: E. Antonio de Moya, inédito,
1984
La palabra ‘Matum’ significa ‘generoso’ en nuestra
lengua arawaco-taina. Según Pedro Mártir de Anglería, uno de los primeros
cronistas de Indias, en sus Décadas del Nuevo Mundo (Buenos Aires, 1944, Vol. II,
p. 411), aquél fue el nombre que dio el cacique Caramatex a un cachorro de manatí
que cayó en sus redes. El cacique lo regaló
a su pequeño hijo como mascota y lo crió en su casa con casabe y otras raíces. Luego lo echó en un lago de Gurabo, donde el ‘pez’ anduvo libremente
en el agua veinticinco años y creció inmensamente.
Cuando algún vecino
gritaba Matum Matum, dice Mártir, el manatí acudía, comía de la mano de los
parientes del cacique, retozaba con
ellos, y tendiéndose los invitaba para cruzarlos al otro lado del lago. Cuenta
que una vez llegaron a subírsele 10 hombres, y a todos los pasó ‘sin novedad,
tañendo ellos y cantando’. ‘Era más gracioso que un mono,’ nos dice el
cronista, y ‘por mucho tiempo fue singular regocijo de toda la isla, pues todos
los días concurría gran muchedumbre a contemplar el portentoso monstruo’. Al
final Matum desapareció con las aguas
y los vientos de un huracán.
Este maravilloso caso
resulta el mejor ejemplo de la relación de la sociedad taína con otros seres
vivos con los cuales compartía el hábitat con un sentido de igualdad más que de
superioridad o propiedad. Las plantas y los árboles (‘Árbol, eres tan bello,
¿quieres que te haga una casa?’), los animales (‘guaicán --peje reveiso--, manicato
--sé bueno--, suelta ya a tu presa’), la isla misma (un gigantesco carey navegando eternamente sobre la mar
y respirando –como pulmones-- por sus guácaras
o cuevas), eran concebidos no solo como seres vivos y comunicantes, sino como
interlocutores con los cuales era posible interactuar aprendiendo sus códigos,
sus ‘lenguas’ sus mensajes.
Bien podría Matum convertirse en el símbolo de
nuestro ser extraviado por los huracanes
de la dominación. La población sobreviviente de manatíes entre las costas de
Venezuela y Florida está cada día más amenazada de extinción por la
contaminación de las aguas de las riberas donde aquellos formidables herbívoros
se alimentan y pacen, por la depredación a que los someten pescadores poco
conscientes de la situación, y por la acción genocida de unas 100 mil lanchas y
botes de motor fuera-de-borda que han invadido y colonizado sus ecosistemas.
Parece un milagro que aún
existan algunos manatíes en nuestra isla, pero de alguna forma han logrado
continuar allí tan graciosos y generosos como siempre. Tal vez las próximas
generaciones tengan que contentarse contemplando sus descarnados fósiles en un
museo, o puedan revivirlos, alimentarlos a mano y jugar con ellos en un acuario
de realidad virtual. Y los ingenieros genéticos los volverán a la vida usando
algún gen reconstituido del abdomen luminoso de un cocuyo prehistórico atrapado en una lágrima de ámbar, al descubrir
que el gen del altruismo, de la generosidad, se había extinguido junto al manatí. Algunas hipótesis importantes
sobre nuestra cultura original se desprenden de la historia de Matum. Veamos:
- La domesticación de animales como el manatí, era practicada por la sociedad taína con una tecnología basada en la creencia de una comunicación entre seres filogenéticamente diversos.
- El insólito caso de Matum sugiere que los moradores de comunidades posiblemente lejanas se trasladaban a otras a fin de presenciar algún acontecimiento o evento de interés común, lo que podría ser un antecedente del turismo interno en nuestra isla.
- Posiblemente el caso de Matum es una de las primeras crónicas americanas de la existencia de especies de jardines zoológicos donde los ‘monstruos’ están y no están cautivos, o si se quiere, transitan libremente como convidados en un nuevo hábitat compartido con los humanos.
1 comentario:
Muy linda y humana esta historia.
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