Roberto Rosado Fernández, educador
Proclamada la
independencia el 27 de febrero de 1844 y habiéndose constituido en nación la
otrora Colonia Española, Francesa y Haitiana,, los de Haití no quisieron asumir
la derrota, respondiendo con armas en la mano y ejército bien entrenado con la
finalidad de recuperar el territorio de la Isla que ocuparon durante 22 años(1822-1844).
Pero aquí se tenía
bien claro, sobre todo el sector liberal, de que la separación lograda en
contra del pueblo haitiano debía ser definitiva aunque para sostenerla haya que
“cooperar con mi persona, vida y bienes y a implantar una República libre,
soberana e independiente de toda dominación extranjera” como lo planteaba el Juramento
de los Trinitarios.
Sostenían que “los
males de un gobierno deben sufrirse mientras sean soportables”… “y su deber es
sacudir el yugo de semejante gobierno y proveer a nuevas garantías, asegurando
su estabilidad y su prosperidad futuras” (Manifiesto de los pueblos del este de
la Isla 1844)
Con esta decisión enfrentó la embestida del gobierno
haitiano por volver a controlarnos utilizando su poderío militar como puntal
para conseguirlo.
Pero el
convencimiento y el deseo de ser nación los hizo buscar respaldo, hacer
alianzas y conseguir recursos para impedir que aquel propósito se convirtiera
en patética realidad.
Esa decisión hizo que las anteriores batallas, 19
de marzo en Azua, y 30 de marzo en Santiago, entre otras no menos importantes,
el valor y el arrojo de las fuerzas militares y populares del pueblo dominicano
mostrara, con gallardía de un pueblo heróico , el interés de impedir por
cualquier vía la vuelta a la dependencia de los haitianos.
Una señal poderosa
y clara de que lo que se logró el 27 de febrero de 1844 no fue casual sino el
resultado del convencimiento que se tenía de defender hasta con la vida la
separación, para los conservadores y la independencia pura y simple, para los
liberales, lo fueron esas batallas.
LA BATALLA DE LA ESTRELLETA forma parte de la
insistencia del gobierno haitiano de volver a la jefatura de la parte este de
la Isla, la que creían corresponderle desde que en 1795 España cedió a Francia,
mediante el Tratado de Basilea, esta parte de la Isla.
A José Joaquín Puello, trinitario, junto a
los Coroneles Bernardino Pérez, Valentín Alcántara y Bernabé Sandoval les tocó
comandar con éxito el ejército que el 17 de septiembre de 1845 enfrentó a las
tropas haitianas comandadas por los Generales Morisette, Alexis Toussaint y
Samedi en la comunidad de Matayaya, Las Matas de Farfán.
En una avalancha
contra el enemigo burlándose de sus balas y metrallas lograron “que los
haitianos se alejaran abandonando
pertrechos, artillería, cajas de guerra, fusiles y miles de muertos y heridos”.
La disciplina, el alto grado de organización
que había alcanzado el ejército dominicano se puso de manifiesto en esta
batalla logrando con ello un receso prolongado para volver a intentar recuperar
la dirección del estado perdido el 27 de
febrero de 1844.
El éxito de esta acción,
que culminó después de varias horas en las que “el machete sustituyó la
metralla y la ferocidad del zarpazo al fuego vomitado por los fusiles, en
nuevos y relampagueantes laureles para las banderas dominicanas, se debió a
José Joaquín Puello, quien convirtió esa función de armas en una obra maestra
de estrategia, y, al denuedo, con que
los doce batallones que participaron en el encuentro se lanzaron a la muerte y
aceptación con fría resolución el sacrificio” (J.G.G).
Con esta batalla la
insistencia de los haitianos de recuperar el terreno perdido se desvanece. El
honor de los dominicanos se eleva al punto más alto. Los Trinitarios demuestran
que a pesar de la visible contradicción con Santana, para la guerra, era la
fuerza determinante, que sin ellos fácilmente haití volvería a ser nuestro
verdugo.
El pago del General
Pedro Santana a esas hazañas gloriosas fue el fusilamiento de Antonio Duvergé y
José Joaquín Puello por su apego a la idea de que la nación debía ser libre,
soberana e independiente de toda nación extranjera como se concibió en el
juramento que Duarte y sus compañeros firmaron con su sangre el 16 de julio de
1838.
La tarea,
principalmente de la escuela, es trabajar estos valores con sus alumnos.
Discutir estas ideas, llevarlas a la comunidad para que cualquier amenaza que
se cierna en el futuro que peligre nuestra condición de República pueda ser
enfrentada por toda la población consciente en base a la necesidad de la
preservación de nuestra soberanía.
YO CREO QUE ESTA
PARTE CONCIERNE A TODOS Y ESTAMOS OBLIGADOS A HACERLO, O POR LO MENOS
INTENTARLO.
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