Costumbres de Antaño
Autor: E. O. Garrido PuelloEspejo del Pasado
La hamaca era tan esencial y útil a la vida sanjuanera de antaño como el caballo, el río y las sabanas. En cada hogar había tantas como personas del sexo fuerte.
La Hamaca representaba la comodidad y el descanso, la necesidad y el lujo. Se confeccionaba preferentemente de una tela de fuerte azul conocida con el nombre de blé, por su resistencia y su anchura. En los hogares pobres o de casas pequeñas, los varones dormían en ella., los niños en una especial, en forma de caja. Se viajaba con la hamaca sobre la silla. La distancia y las posibles incidencias del camino aconsejaban ser cauto y previsor.
En un tiempo en que los hoteles eran escasos, las comodidades tan inciertas como la época, la hamaca se imponía como un menester indispensable., descuido imperdonable no llevarla consigo. La hospitalidad campesina podía brindar su cama con gesto de hidalguía., con gentileza soportar molestias., pero la hamaca calladamente, en la sala o la despensa, ofrecía al castellano comodidad y descanso.
Para viajar a Azua, 83 Kms. Hacia el este, Josesito Mamela, en Arroyo Salado, y José Lucia, en Los Toros proporcionaban albergue, yerba para los animales y comida pero el descanso, si no se caminaba provisto de hamaca, el duro suelo, sobre arganas, por cabecera las valijas, el recurso heroico como urgente necesidad de una noche de expectativa, anhelante y quejosa, en la cual la espera del nuevo día era una luz en las tinieblas de la desesperación. Por decenios interminables el Sur fue la región remota y olvidada, perdida entre montanas y sabanas, que muchos dominicanos, en desdeñosa ignorancia confundían con Haití. Sin ferrocarriles y sin caminos viables con los primitivos medios de comunicación para las relaciones humanas, el caballo, la mula y el burro, eran los medios de moverse, de acercarse al mundo. Para viajar el caballo o la mula. El transporte de carga se hacia preferentemente a lomo de mula. Para el mercado y los servicios domésticos el pacienzudo burro, filosofo y cansino.
San Juan de la Maguana adquirió fama, que todavía se conserva como ironía del destino, por la calidad y hermosura de sus caballos y de sus mulos. Para ponderar la bondad de alguno se decía Es sanjuanero. La expresión envolvía calidad y belleza. Lo de buenos caballos es una linda historia que se la tragaron los camiones y los automóviles.
Sobre la silla de montar el pellón, las valijas y los furoles. El pellón la valijas, las mas débil el estomago., pero también servia para llevar una muda, si se trataba de un corto viaje. Dentro de los furoles se colocaban los efectos que se deseaban llevar a mano. El equipo lo completaban unas flamantes espuelas de plata, si el jinete era persona acomodada, o de hierro en caso contrario. Los viajeros de posición holgada se movían con un peón a su servicio, en cuya montura iban equipaje y alforjas.
El Catre, que la ironía casera llamaba criminal, formaba parte del ajuar de la familia. Muy pocas podían darse el lujo de adquirir una cama de hierro, no por su valor, sino por la dificultad de su transporte y la costumbre que arrastraban los anos y la tradición. El lujo era la cama de hierro., la caoba para el menester no contaba en el gusto de la época. El hierro era el lujo, el brillo, lo que daba personalidad y prestigio.
Los Fogones fueron durante muchos años el comedor del mercado. Situado a lo largo de la regola del pueblo, al aire libre, recibiendo su nombre de la cantidad de fogones que las mujeres dedicadas al arte culinario encendían para ofrecer comida y bocadillos a los frecuentadores del mercado. Los fogones estaban desparramados como un puñado de habichuelas lanzado al viento a lo largo del canal. Allí se podía comer un suculento sancocho, un bien preparado mondongo, arroz con pollo, carne guisada, longaniza, empanada de catibía, etc. No solo campesinos concurrían a Los Fogones., también lo frecuentaban los aficionados a los placeres de la mesa. Constituía regalo para el estomago y satisfacción para los ojos visitar tan incesante lugar, que el abigarrado conjunto hacia pintoresco y llamativo.
Tomar leche al pie de la vaca o de la oveja, acabadita de ordeñar, se puede catalogar entre las viejas costumbres sanjuaneras ya relegadas al olvido, tragadas por el progreso urbano. Beber leche de oveja donde Manuel López (Manuel Pabita) , que tenia un corral aledaño a su casa, en la prolongación de la calle Santote cerca de río, o de vaca en la hacienda de don Domingo Rodríguez en Manoguayao, propiedad que se esta engullendo la ciudad, constituía un delicioso placer y una necesidad física., pero también, un motivo sutil para acercar novios y enamorados. Con su recipiente en la mano, usando locomoción pedestre, damas, caballeros y niños, al rayar el alba, envueltos en la claridad y la alegre brisita mañanera, se hacían presente en el corrar para tomar su amamantada.
El pretexto se disimulaba en la salud necesitada de remozamiento. Leche fresca y cruda que alimentaba el. Con su recipiente en la mano, usando locomoción pedestre, damas, caballeros y niños, al rayar el alba, envueltos en la claridad y la alegre brisita mañanera, se hacían presente en el corrar para tomar su amamantada. El pretexto se disimulaba en la salud necesitada de remozamiento. Leche fresca y cruda que alimentaba el cuerpo, devolvía colores al rostro y euforia al espíritu, pero que también ofrecía oportunidad a las travesuras de Cupido.
Las Tortillas de Guazumal, confeccionadas de almidón de yuca, tenían fama por sabrosas y porque nunca faltan en el mercado. Cuando se quería indicar la asiduidad exhibicionista de una persona se decía: Fulano está en todas partes como las tortillas de Guazumal.
Nuestro campesino usaba la sal de Neyba en la confección de sus manjares y la raspadura en las necesidades caseras. La sal llegaba al mercado en recuas de burros. El acarreo proporcionaba un intercambio comercial entre las dos regiones, pues los neiberos regresaban a sus hogares con géneros adquiridos en el comercio sanjuanero. Muchas familias vivían de ese trueque. La raspadura, que se fabricaba en trapiches, se comía como dulce y servia además, para todos los usos a que se destina el azúcar. Muchos campesinos fundaban su economía en esa industria. Anualmente el producido de la molienda, como se decía, se utilizaba en ampliar la finca, mejorar la vivienda, cubrir gastos extraordinarios o en reservas para el futuro. Leyes protectoras del azúcar eliminaron esa industria regional y el comercio neibero lo arruinó Trujillo con su monopolio de la sal., pero el pueblo añora sus raspaduras y su sal de Neyba con la melancolía de un pasado que se extravió entre sueños y esperanzas.
Los sanjuaneros, como habitantes del interior, no son muy aficionados a consumir carne de pescado. Una pierna de cerdo o una lonja de ternera les sabe a gloria. Pero en la cuaresma el pescado como las habichuelas o habas con dulce, dos golosinas gratas al paladar dominicano, era plato exquisito en toda mesa sanjuanera. Rito o tradición el día señalado por la iglesia el pescado hervido, frito, asado o en escabeche se consumía con deleite y placer. Los ríos de la región provenían el morón, un pez grande y carnoso, la viejaza y la guavina. Los días de mercado se veían sobre árganas, salados y bien olientes, ofreciéndose apetitosos a la voracidad de los comilones.
El Morón y la Viejaca, que abundaban en los ríos del Sur, han ido despareciendo acosados por la imprevisión y la ignorancia. Desde que pescar resultó negocio, el torpedo y el guanibré, métodos usados por los pescadores rutinarios, diezmaron de tal manera esa riqueza pesquera que el morón es ya una leyenda para el sanjuanero joven.
Las Lajitas y Agua Muerta, así como otros lugares de la región, eran propicios para la cacería de palomas, otro plato sabroso de la mesa dominicana. La cacería para algunos es deporte, pero para otros, jugoso negocio.
Al dominicano le fascina ponerse frente a la ley. Violarla s un pasatiempo entretenido y placentero para el humor criollo.
Las ley de Veda protege las palomas durante la época de empollar y cría., pero esa saludable ley, como otras tantas, nadie las respeta. Eso dio lugar al exterminio de las palomas y que desapareciera la cacería como deporte en la región sanjuanera. Durante la veda, de Sano Domingo llegaban semanalmente grupos de deportistas acompañados como garantía contra la infracción de oficiales del Ejercito, siempre prestos a la complacencia, no importa que para ello sea necesario pasar sobre la ley.
La matanza que hacían destrozo la fuente de producción. La cacería de palomas, como la pesca de morón, pasó a ser leyenda del pasado sanjuanero.
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