En una antiquísima y olvidada comarca, resumen de polvo, abandono y soledad, quedan aun los vestigios de una extraña casona, que según datos de una vieja leyenda, allí vivió el más brillante pianista de dichos tiempos tan remoto.
Le nombraban Antemiro de Antulio, quien tuvo una existencia fructífera, creadora y prodigiosa.
Su trato, noble, afable, gentil, exhibiendo una gran nobleza para los suyos y sus semejantes.
Fue entonce, que su corta y bella existencia en medio de la soledad plena y definitiva de su compleja vida tan extraña, se esfumo una noche cargada de un gran misterio, cuando la oscuridad, la brisa fría y el vendaval del tiempo lo envolvieron en el silencio.
Antemiro cayó de bruces sobre el teclado de su piano, lucia un gabán negro, con largos picos hasta los pies; aun conservaba sus guantes blancos, en sus manos sedosa y lozanas, que habían hecho vibrar el piano con la melodiosa nota musical de la tercera sinfonía de Beethoven.
Hoy, un siglo después, sobre los escombros del caserío de alto del molino, en aquella vieja cabaña, bajo el silbido de los sauces y el vaivén del viento se escuchan todas las noches la tercera sinfonía de Beethoven.
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