E.O. Garrido Puello
Para llegar al fin que me propongo al narrar la historia de El Cable, me ha sido forzoso hacer un análisis esquemático del medio donde se va a mover mi acción periodística. El panorama había cambiado. La vieja aldea, soñolienta y amodorrada, despertaba a la civilización. El pequeño pueblo se iba poco a poco convirtiendo en ciudad, empujado por el tiempo, por el progreso y por el desdoblamiento de su riqueza latente, puesta en circulación por el trabajo y la iniciativa del capital. Poco a poco se caminaba hacia lo que es hoy San Juan de la Maguana. Mis inquietudes civilistas; agravadas por la intervención militar norteamericana, me hicieron pensar que el mejor medio de servir al país era fundando un periódico, ya que no se podía hacer oposición armada al poder intervencionista. Sin medios adecuados para la acción militar, rota la espada de Santomé, caída ignominiosamente la gloriosa enseña de Estrelleta, había que salvar el honor combatiendo con la pluma. Se corrían riesgos, pero mi espíritu estaba templado para la lucha y el peligro no me arredraba. Lo había corrido en situaciones menos dignas. Cuando meditaba en la mejor forma de llevar a la práctica mi proyecto, leí en la prensa un anuncio indicando que el Gobierno militar vendía en Azua, bajo concurso, un taller tipo-gráfico era el viejo taller del gobierno que por muchos decenios había estado en poder del Sr. Silvano Noble y el cual el Gobierno Militar Yankee había reivindicado innoblemente.
Sin detenerme a considerar, mi impulso, ni madurar mi proyecto, escribí una oferta y la envié bajo sobre lacrado. Algún tiempo después recibí la contestación con la aceptación de mi oferta. Aquí comenzaron mis tribulaciones. Yo no sabía ni papa de imprenta. El taller que había comprado era un trasto viejo, bastante gastado y mutilado por el uso, el tiempo y el abandono. Fiel al compromiso contraído me marché a Azua con dos mulos regresando dos días después con mi flamante taller convertido en un sustancioso pastel. En el argot tipográfico se llama pastel a los tipos mezclados. Mi ignorancia en la materia hizo el desaguisado que más tarde me proporcionó trabajo y dolores de cabeza: ensaqué tipos, viñetas, interlíneas y todo material como en un sancocho.
Como de momento no pude conseguir un local apropiado donde instalar mi preciosa impedimenta, usé mi propio apartamiento dormitorio. Entre cama, armario y sillas, armé prensa y chibaletes. Desde ese momento no tuve un rato tranquilo. Todas las horas que me dejaban libres mis deberes corno maestro de escuela las ocupaba desatando el lío que mi imprevisión ignorancia habían armado por mis propias manos. Por intuición entendía que los tipos debían clasificarse según su forma letra y uso, pero la manera de hacer esa distribución la desconocía. Como no sabía ninguna, inventé una y de profano en la materia pasé a maestro. Con dos muchachos, uno de les cuales es hoy un artista en la composición tipográfica, Ramón de los Santos P., empecé mi odisea. En componer y descomponer perdí mucho tiempo; pero al fin con paciencia y constancia terminé mi obra maestra, poniéndola a disposición del público.
Mis improvisados conocimientos no eran suficientes para editar un periódico. Eso era un trabajo más serio que imprimir cabecillas y recibos. En vista de que el taller constituía para mí un ideal y no un negocio y que para ponerlo a funcionar necesitaba un tipógrafo competente, lo contraté en Azua. Mis tribulaciones no habían terminado; apenas comenzaban. El nuevo tipógrafo encontró malo todo hecho por mí y hubo que rehacerlo todo. Al editar el primer número del periódico nos dimos cuenta de que había una dificultad desesperante; pero ni el experto ni mí presumida maestría tenían nociones de cómo podría solucionarse el problema: las impresiones salían de la prensa sucia y borrosa. Todos nuestros esfuerzos por remediar el mal resultaban fallidos.
Frente a esa tragedia no me descorazoné. Evidentemente algo funcionaba con deficiencia y ese algo había que investigarlo de algún modo.
Comprendiendo que el único remedio a la mano era un viaje a la capital, me trasladé allí y más tarde al taller tipográfico de los Montalvo, donde inicié mis investigaciones. Observando el funcionamiento de las prensas y conversando con verdaderos expertos, advertí que la falla de
la mía estaba en los rolos que endurecidos por el tiempo, la suciedad y el desuso, necesitaban reposición. Compré a los Montalvo tipos, tinta, papel, pasta para los rolos y otros materiales que me hacían falta y con todo esto y el caudal de experiencia y conocimientos que había adquirido viendo el funcionamiento de un taller grande y bien organizado, regresé a San Juan de la Maguana listo para la batalla. Hice rolos, lavé planchas y organicé cajas, trasladando mí pequeño taller a un local más apropiado, disponiéndolo todo y preparándome para la ingente labor, quizás superior a mis fuerzas, que me proponía echar sobre mis frágiles hombro: la publicación de un periódico. Con estas reformas pudo el periódico salir limpio y decente con cara de combatiente honrado y viril.
Después de una preparación meticulosa vio la luz pública el primer número de mí periódico, al cual le puse por nombre Él Cable. La nominación pareció curiosa y quizás extraña al medio; pero a mí siempre me ha gustado hacer las cosas saliéndome de lo común. El 5 de febrero del 1921, fecha que lleva el primer número, representa para mí un gran acontecimiento, de repercusión en el futuro destino de mi vida. Mi propósito original al fundar El Cable no tenía otra mira que combatir con coraje la ocupación militar norteamericana que pesaba demasiado sobre la conciencia y la economía dominicana; pero al echar mi barco al agua para remar en el mar del periodismo comprendí que el ideario era estrecho y que debía darle mayor amplitud. Por eso El Cable fue, además de un combatiente sin desmayo ni sosiego contra la ocupación, un luchador incansable por el progreso y el bienestar de la Patria, siendo de inmediato el mejor paladín defensor de nuestra olvidada y desvalida frontera. Yo fui su Editor-Director-Redactor-Administrador. Mi hermano, el Lic. Víctor Garrido, durante algún tiempo ocupó la columna editorial. Más tarde también asumí esas funciones. Además prestaba ayuda en la composición y tiraje, sirviendo como cajista y prensista cuantas veces había necesidad de mi cooperación.
Colaboradores (de El Cable fueron los distinguidos intelectuales Dr. Pedro P. Sanabia, A. Portillo Gómez (1), P. G. Guf¬fain (2), Otilio Méndez A., Armando Aybar h, Tomás I.. Castillo, Max Uribe, Pedro Canó Soñé;, Martínez Bosch y otros que silenciamos por no alargar la lista (3).
El Cable se inició como semanario; pero en Mayo 3 de 1924 se convirtió en bisemanario con el No. 169. En el 1929 modernicé el taller y lo mudé a un local más amplio construido especialmente para la empresa. Un contrato que suscribí con la National Paper Co.., de New York, por valor de varios miles de pesos, me permitió adquirir gran cantidad de tipos, una prensa grande, cortadora de papel, numeradores, perforadora, motor para mover la prensa, chibaletes de lujo y otros artefactos indispensables para la modernización del taller. Ya, con anterioridad a este contrato, yo había hecho una pequeña importación de materiales de composición que fueron muy útiles para el periódico.
Con los materiales adquiridos mi taller quedó a la altura de los mejores del país. También importé papel de distintas clases y sobres. Bien preparado pude poner orgullosamente mi taller tipográfico a la disposición del público, en la seguridad de que nuestros trabajos serian ejecutados con nitidez y con presentación artística.
Mi taller imprimió libros, folletos y toda clase de trabajos de remiendo, inclusive en colores.
El Cable inició su vida periodística con un formato pequeño de seis páginas. Un tiempo después al mismo formato se le agregaron 2 páginas más. Cuando el taller fue modernizado se vistió de largo conservando en su nuevo tamaño las 8 páginas originales. Este suceso, que fue de gran trascendencia para la vida del periódico y de la región, se inició con el No. 685 del 30 de Abril de 1929. Como negocio editorial El Cable fue un fracaso. Las entradas no cubrían el valor del papel que se gastaba en su impresión, pero era un ideal dé mi juventud soñadora y no un negocio; por lo tanto me fue indiferente la pérdida, que la absorbía el taller. Gran cantidad de ejemplares se repartía gratis en¬tre instituciones y personalidades del país y del extranjero.
1. Venezolano 2 Puertorriqueño. 3. Me refiero a los colaboradores habituales. Los ocasionales no hay por qué nombrarlos.
Esa política publicitaria, que efectué sin omitir sacrificios, tuvo resultados óptimos… El Cable y nuestra región tuvieron un lugar en el mundo. Antes de la publicación de El Cable el Sur era una región ignorada hasta en la misma capital. Era una desconocida circunscripción geográfica que solo se mencionaba para relacionarla con Haití y con la aridez de sus tierras, en una absoluta indiferencia hacía el conocimiento del país. Ahora se sabía dónde estaba San Juan de la Maguana, su valor económico, su posición, su progreso agrícola e industrial, sus necesidades, lo mismo que de las otras regiones del Sur.
Siempre pensando en el porvenir, con mi aspiración levantada hacia la superación, y deseando imprimirle al periódico un carácter más general, contraté con una casa editorial extranjera sus servicios de publicidad, recibiendo de ella crónicas de París, Madrid, New York, Buenos Aires y otras capitales suscritas por escritores de renombre y tratando siempre temas de actualidad. Estas crónicas le daban interés y amenidad a las columnas de El Cable.
En canje El Cable fue muy solicitado. Recibía periódicos y revistas de México, Cuba, Colombia, España, Chile, Haití y otros países hispano-americanos (1)
La labor periodística de El Cable fue continuamente comentada y elogiada por eminentes intelectuales dominicanos y por casi todos los periódicos que se publicaban en la época. Américo Lugo lo llamó pequeño gran periódico. Entre los intelectuales que se ocuparon de El Cable en forma enaltecedora recuerdo a F. García Godoy, Américo Lugo, Canónigo Rafael C. Castellanos, J. Furcy Pichardo, Fray Cipriano de Utrera, Rafael Vidal, F. García Godoy, Américo Lugo, Canónigo Rafael C. Castellanos, J. Furcy Pichardo, Fray Cipriano de Utrera, Rafael Vidal, César Tolentino, Rodrigo Cervantes y otros que sería prolijo enumerar. El éxito fue tan extraordinario que periodistas de Cuba Puerto Rico y otros países hispano-americanos me ofrecían su colaboración gratuita, remitiéndome crónicas y artículos sobre temas diversos.
También recibía de los mismos países libros y folletos con honrosas dedicatorias.
Gran parte del material que se publicaba en El Cable, desde el editorial, después del segundo año, hasta la más ligera crónica, era escrito por mí. Los trabajos sin firma o los que calzaban los seudónimos Waldo de Silva, Víctor del Valle, Luis del Mármol y Observador, pertenecían a mi cosecha. Para cada género literario empleaba un seudónimo distinto. Cuando trataba asuntos doctrinarios o de interés público, utiliza Waldo de Silva; para crónicas del mundo elegante, Víctor del Valle; para trabajos literarios Luis del Mármol y para los comentarios políticos de carácter humorístico Observador. El encubrir mi identidad no tenía otro fin que dar a los lectores la sensación de muchos colaboradores locales, en una época en que eran escasos y los pocos que podían escribir resultaban alérgicos al periodismo, por desgana o falta de costumbre o de entusiasmo.
La vida de El Cable fue bastante larga, si se considera el medio donde actuó y las dificultades ambientales: algo más de nueve años. La política primero Y luego mis orientaciones comerciales me hicieron poner cese a una obra en la cual había puesto amor patrio y nobles ideales de juventud. Me retiré con la conciencia tranquila, pero el corazón amargado. Como Director recibí muchas invitaciones y distinciones de sociedades culturales, comités y otras instituciones en expresivas cartas demostrativas de la admiración y respeto con que se enjuiciaba la labor patriótica y doctrinaria de El Cable.
(1) Aquí me voy a permitir consignar una anécdota, muy significativa de la época. Al inaugurarse la Era de Trujillo la prensa fue amordazada. No congeniando mi conciencia con esa situación, El Cable dejó de ver la luz pública. Un día el coronel Blanco, que era mi amigo, me dijo: - A ti no te conviene recibir periódicos de Haití. - Cuáles periódicos? contesté. Yo no recibo ninguno. - Tú no los recibes porque nosotros los secuestramos. - Entonces, respondí sonriendo: Cuál es mi culpa en este asunto? Así fue que me enteré de que los canjes de El Cable eran secuestrados por el Gobierno.
Al comentar las funciones del periodismo en San Juan de la Maguana no puedo pasar por alto un pequeño periódico que circuló manuscrito durante algún tiempo. Me refiero a El Triunfo, este periodiquito, órgano de la Sociedad Fe en el Porvenir, se publicaba manuscrito porque en ese tiempo la ciudad carecía de taller tipográfico.
La fecunda y estimuladora labor de El cable y la existencia de un buen taller tipográfico, sirvió de acicate para otros empeños periodísticos. Así nacieron savia Joven, dirigida y redactada por Max Uribe, Arturo Rodríguez y José A. Suero, Juventud, Ateneo Sanjuanes, La Ilustración, El Rayo, El Regional, El Correo, Santomé y otros que escapan a mi memoria.
El Joven Daniel M. Pina fue propulsor de muchos de estos esfuerzos periodísticos, muertos en flor por la indiferencia desesperante del medio.
Savia Joven se enredó en dificultades con la Policía Nacional Dominicana, debido a una valiente y viril información que publicara protestando del crimen perpetrado en la persona del honrado y pacifico campesino Jesús Nin por miembros de dicha institución. Su personal fue preso y amenazado seriamente. El Cable había asumido la misma actitud, quizás con mayor vehemencia, y sin embargo su información la dejaron pasar sin tropiezos. Probablemente la razón se funda en el prestigioso nacional de este distinguido órgano de la opinión sureña.
Un grupo de señoritas, al tener conocimiento de las dificultades que atravesaban los jóvenes periodistas, actuó frente al Capitán Morse, obteniendo que fueran puestos en libertad. Los jóvenes periodistas no hicieron otra cosa que defender con energía la vida de nuestros campesinos, amenazadas por la brutalidad de engreídos policías que se creían con derecho de hacer y disponer en sus costumbres y en sus hogares. Los oficiales yankees siempre se solidarizaban con las depredaciones de los militares o policías a sus órdenes.
La influencia de El Cable se extendió hasta la frontera y otros lugares de la Provincia. Tanto en Las Matas de Farfán (1) como en Bánica y San José de Ocoa se publicaron periódicos que se imprimían en los talleres de El Cable. La juventud ponía a vibrar sus ideales y sus aspiraciones de mejoramiento regional, con fe en el porvenir y confianza a sus afanes por el bien de su colectividad. Lástima que los ambientes locales, llenos de humo y polvo, no respondían a la llamada del deber y de un regionalismo constructivo y edificante. La indolencia del Sur y la incomprensión de sus hombres, asfixiaba todo esfuerzo hacia cimas de superación.
(1) Patria Nueva, de Euclides García, Fernando Lamarche y Mateo L. y Luz y Acción de Nisio Ruiz.
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