Por: José Antonio Núñez Fernández
Aquí, en la República Dominicana, existe el nombre de una madre que se levanta hasta las alturas mismas del Pico Duarte. Una madre montaraz, pero de heroicas gestas y de leyendas bravas.
Hay nombres de mujeres que merecen respeto y admiración. Mujeres ésas que fueron madres ejemplares. En los clásicos tiempos de la vieja Roma, con luz de eternidad fulguró el nombre de Cornelia, la hija de Publio Cornelio Escipión el Africano. Cornelia representó el ideal de la madre romana. Sus hijos fueron Cayo Sempronio Graco y Tiberio Sempronio Graco: los Graco. Los Graco se propusieron imponer en Roma sus leyes agrarias. Pero la aristocracia romana, geófaga y ladrona, ávida de todas las tierras conquistadas por las legiones de la ciudad del Tíber, hizo matar a los agraristas hijos de Cornelia.
Otra madre ejemplar, digna de ser mencionada, se trata de la gran mamá de Cuba, doña Mariana Grajales y Cuello, la mujer de Marcos Maceo, fundadora de la tribu heroica de los Maceo. En el Oriente de la luminosa isla de Cuba, el venezolano Marcos Maceo y la dominicana Mariana Grajales fueron los responsables del nacimiento de la llamada “tribu brava de los Maceo”. Los hijos de doña Mariana y de don Marcos fueron ocho mambises que en todos los terrenos, en el llano como en la loma, desafiaron siempre del plomo y la metralla de las armas de España. De los ocho hermanos Maceo Grajales sobresalieron los generales Antonio y José. Antonio, “El titán de bronce”, fue el lugarteniente de su compadre el gran dominicano. Los ocho hermanos Maceo murieron por la libertad de Cuba. Y doña Mariana Grajales, entonces, tuvo un gran lamento. Se debió su estremecedor lamento a que ya no podía ofrecer más hijos para la guerra libertadora de Cuba, porque ya los había perdido a todos. Cuba ha sabido honrar a la abnegada madre. A la ejemplar dominico-cubana doña Mariana Grajales y Cuello de Maceo.
Aquí, en la República Dominicana, existe el nombre de una madre que se levanta hasta las alturas mismas del Pico Duarte. Una madre montaraz, pero de heroicas gestas y de leyendas bravas. Ella tal vez sea una madre de la que muy pocos se han dedicado a hablar. Una madre de la que muy contadas feministas se hayan empeñado en hablar. Esa gran Mamá se llamaba Catalina Encarnación. Ella era la mujer de Juan Ogando. En el Sur, en el paraje de Pedro Corto, fue asentado el humilde y pajizo bohío que fue el hogar, el taller, la fragua y la escuela donde una gran madre dominicana concibió y parió catorce hijos.
Los hijos de Catalina Encarnación, la mujer de Juan Ogando, fueron doce varones y dos hembras. La gran mamá Catalina con sangre india, de la misma que circuló por las venas de los rebeldes aborígenes del Bahoruco, con dignidad forjó, con el fuego de sus limitadas palabras maternales, el acero bien templado que dio sostén y reciedumbre a la “tribu brava de los Ogando”.
Los doce hijos varones de Catalina Encarnación, cuando en marzo de 1844, con el “bautismo de sangre de la Fuente del Rodeo”, empezó la guerra de la independencia, se convirtieron en soldados de la patria del Baluarte.
A la guerra restauradora, a la lucha contra España también fueron los hijos de doña Catalina Encarnación, vale decir, “la tribu brava de los Ogando”.
Para el año de 1865, al terminar la contienda anti-española, lucha empeñada para restaurar a la patria que había sido sacrificada en pública almoneda, de los doce hijos varones de doña Catalina, seis habían perdido la vida. De la tribu brava que representada estaba por una orgullosa docena de leones, seis habían perdido la vida peleando de 1844 a 1865 en dos guerras.
La primera contra Haití y la segunda contra España. Durante veintiún años, los hombres que llevaban los apellidos Ogando y Encarnación demostraron que todos eran valientes. La Gran Mamá Catalina Encarnación no necesitó de una academia ni de un politécnico, sino de la rusticidad de una pobre choza de Pedro Corto, para predicarle a sus hijos la divina virtud del valor y el supremo sacrificio. Esa gran mamá, fue la maestra corajuda de la tribu brava de los Ogando.
Los hijos de doña Catalina, para pelear por la patria de Duarte, se graduaron Cum Laude.
Podemos asegurar que la guerra de los Seis Años representa nuestra tercera guerra de Independencia. En la loma de Panzo iniciaron esa lucha Pablo Mamá y Timoteo Ogando. Esa lucha se generalizó y se hizo larga, tenaz y dramática, cuando pasó a ser dirigida por José María Cabral y Luna, el glorioso centauro de Santomé y La Canela.
Bajo las órdenes de Cabral peleaban los seis hermanos Ogando Encarnación que, para gloria de la patria, aún quedaban con vida. Para combatir contra los rojos anexionistas de Buenaventura Báez Méndez; con el gallardete azul, ufanos y gallardos se hombreaban en el Sur los seis hijos que todavía le quedaban a esa gran mamá que se llamaba Catalina Encarnación, la mujer de Juan Ogando.
Los seis que quedaban vivos eran Timoteo, Andrés, Benito, Gregorio, Enemesio y Víctor. De éstos, en el lejano y cálido sur, y frente a las ponzoñas y los aguijones del terrible jefe rojo Valentín Ramírez Báez caerían Benito y Andrés.
Cuenta la historia que cuando José María Cabral y Luna, hombre guapo por los, cuatro costados, se enteró de la muerte de Andrés, con lenguaje áspero pero franco dijo: “A la mujer que en la República Dominicana para un muchacho que llegue a ser un hombre más guapo que Andrés Ogando, se le secan los ovarios”. Andrés Ogando cayó en territorio dominado por Valentín Ramírez; entonces salió a recuperar el cadáver un coronel de Puerto Plata, un negrito de la traba de Luperón, a que apodaban Lilís. El cadáver fue recuperado y los azules realizaron las exequias merecidas.
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