Rufino Pérez Brennan
Sembrado en tu entelequia de bronce,
Se advierte tu semblante de dolor,
Y te percatas que tu alma la han vendido,
Sin pagarte oro, ni paz. ¡Qué sacrilegio!
Tus lágrimas de cobre cuelgan silentes,
Como siniestras paradojas,
Y tu mirada se pierde en el sinfín,
Sin coraje, sin luz y sin sombra.
Tu rostro exhuma vergüenza,
Porque te han mutilado la esencia,
La que construiste en el exilio,
Y la que al morir dejaste como herencia.
Preso en un camuflaje de metal,
Eres símbolo de blasfemia y despilfarro,
Sin La Mañosa, sin un Camino Real,
Clamando por dignidad y por Ley Natural.
¡Es que han cercenado tus sueños!
Los que soñaste antes del exilio,
Los que aquí dejaste después del exilio,
Y los que ya son meros sueños muertos.
Ahora eres simple estatua sufrida,
Escudo huérfano, broquel de tontos,
Eres amuleto renegado de ignorantes,
Inerte talismán, presidiario eterno.
Ya sólo queda la fuerza de tu honor,
Porque la supiste guardar bien lejos,
Por allá, donde duerme El Sol,
A leguas, en el valle de la sombra.
Pobres mercenarios, los que te sacrifican,
Son tan cortos de espíritu, sin estaturas,
Y sueñan que al petrificarte se glorifican,
Pero jamás te alcanzarán, en las alturas.
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