El pueblo taíno, que vivió en el estadio de desarrollo llamado por los antropólogos de la piedra pulimentada, es decir que no conoció el metal, ni la rueda, y sus instrumentos fueron hechos de los materiales más comunes: piedra, hueso, madera. Ya la arcilla, el algodón, las fibras vegetales, representaron un paso más allá en su incipiente desarrollo tecnológico. Por esas mismas circunstancias vivió en una cultura muy cercana a la naturaleza, donde el tiempo de lluvia o de sequía, las fases de la luna, la época del huracán, eran tenidas muy en cuenta para la actividad primordial de producir alimentos.
Esa cercanía con el planeta (el taíno andaba descalzo y desnudo, con excepción de las mujeres casadas; nacía dentro del agua y la natación le era tan natural como caminar) le hizo estar muy consciente de la calidad de las energías planetarias, energías que hoy definimos como yin y más comúnmente llamamos energía femenina.
Según narra Pané en la misma introducción de su Relación Acerca de la Antigüedad de los Indios(1) la deidad o cemí principal Yucahú Bagua Maorocoti, inmortal, invisible y celeste, tiene una madre de nombre Atabey, que luego ya no es vuelta a mencionar. Lo que nos interesa destacar es que hay un principio femenino en la cosmovisión taína por encima o que dio origen al cemí más reconocido y más respetado.
Mientras Yacahú era representado en las figuras de los cemíes modelados en arcilla o hechos en madera, piedra, hueso o algodón, cemíes colocados en los bohíos y en la entrada de los bateyes, Atabeira el principio más alto, el infinito, el absoluto, era sentida por el taíno en la visión del cielo azul, cuya profundidad no tiene límites, y también en la línea del horizonte, donde confluyen los azules del cielo y del mar.
Este azul era sagrado. La yerba llamada digo que también menciona Pané, con la que se limpian el cuerpo cuando van a lavarse (Cap. II), no es otra que el arbusto ahora llamado añil, planta tenida en mucha estima por nuestros ancestros, pues aparte de otros remedios, de ella elaboraban una pasta que puesta en la cabeza estimulaba el siquismo. Atabeyra era honrada en la cueva Iguanaboina o Iguanabonia, y ellos la tienen en mucha estimación y la tienen toda pintada a su modo, sin figura alguna ( Pané, Cap. XI). Recalcamos la expresión sin figura alguna, que es lo que corresponde al Absoluto, a Atabey, y es fácil colegir que la cueva estaba pintada de color azul, lo que unida a la calidad de los minerales contenidos en sus paredes, producía un efecto sanador y tonificante. De Atabey, el cielo azul, de su inmensidad (no de la cueva) procede el Sol y la Luna y también del cielo procede la lluvia, por eso allí, en su cueva, en tiempos de sequía se iba a pedir la lluvia a través de sus cemies intermediarios: Boniayel, el que guarda el conocimiento de la eternidad y Marohu, el que regresa los moribundos a la vida.
Atabey era el cielo azul del que procedía el agua que formaba los ríos y el mar. El padre Sol era parte del cielo y no al revés. Todo nacía del cielo (que era femenino para el taíno, era Atabey) a través del agua que todos necesitan, a través del líquido que envolvía el feto humano y animal. Y el mar era interpretado como una extensión del vientre materno, como también lo era la cueva Iguanabonia, cueva que lleva el nombre de un animal que vino del agua y que era honrado porque representaba el origen de la vida.
Ese color azul que representa a Atabeyra es uno de los rasgos de la cultura taína que sigue vivo en el subconsciente del pueblo dominicano. Esa es la causa de que en toda la región sur de la República Dominicana se pinten de azul las cruces de los calvarios cristianos y, con cierta frecuencia, también las cruces de los cementerios. Inclusive hay algunos poblados donde un alto porcentaje de las casas están pintadas de azul.
La otra palabra o el otro concepto que nos ayuda a conocer esa visión taína del planeta y de sus fuerzas, que para ellos eran divinidades, Sol, lluvia, viento, es la palabra nonún.
Nonún, o simplemente nun, designaba a la Luna. Recordemos, a pesar de todo lo que han dicho diferentes cronistas, que el idioma taíno no tenía artículos, y que los nombres se contraían para unirse a otros y así elaborar ideas o conceptos más complicados. Por ejemplo, Güeynún era un nombre femenino, sol-luna o la hija del Sol y la Luna. Nun o nonúm, cualquiera de los dos términos, designaba a la Luna, pero nonúm también designaba el mes lunar, el conjunto de las cuatro lunaciones (luna nueva, creciente, llena y menguante) que dura 28 días.
Nuno o nun, también era la noche, el período en que se ve la Luna, y nuna designaba el concepto madre. Parecido al castellano que hoy usamos, nuna-madre se diferenciaba de bibi, un término que podríamos traducir por mami o mamá. Nuna implicaba respeto, bibi conlleva familiaridad. Nuna envuelve a la mujer-madre en el poder femenino de la luna, en el siquismo, en el conocimiento intuitivo, en la energía yin de las sombras o de la medialuz . Bibi es el inicio de la vida, la mujer que porta el feto en su vientre protector y ya nacido lo alimenta de su pecho.
Yanuna era la Tierra, el planeta, la naturaleza. Ya, de Yaya (el grande) y nuna, madre. Yanuna es la Gran Madre, la Naturaleza que aporta las cosechas y los animales y se manifiesta en el viento y en el agua. Yanuna era la palabra taína equivalente a nuestra palabra Tierra, con mayúscula, pues se refiere al planeta, no al suelo. Yanuna yahila taiba: la gran Madre te devolverá lo traído, era y es una expresión que manifiesta un profundo agradecimiento y, además, el conocimiento de una ley: la Ley de Causa y Efecto.
Finalmente, recordando un hecho que la historia recoge como “la matanza de Jaragua” (cuando el gobernador Ovando exterminó a la clase dirigente de Maguana-Jaragua) que en el mundo taíno fue recordado como “la tarde roja”, tenemos la expresión nun bixa, tarde roja. Nun por “ luna o antes de la luna” y bixa, bija, la planta que daba el tinte rojo para pintar los cuerpos en las festividades o protegerlo de las picadas de los insectos durante la temporada de lluvia. Nun bixa, porque la matanza fue en la tarde y también porque los taínos se habían pintado de rojo, en señal de alegría pues ejercían el para ellos inestimable don de la hospitalidad.
(1) Colón, Hernando; Vida del Almirante; Cap. LXII; www.artehistoria.jcyl.es/cronicas.
Nota: Artículo publicado en la Revista Habla, año IV, no. 4, marzo, 2011, Santo Domingo.
2 comentarios:
Muy bueno.... explicación sobre el conocimiento intelectual, social y profundamente espiritual de la gran cultura taina.
Muy bueno...interesante el conocimiento de gran cultura taina
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