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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Cueva de Seboruco/ Enclave Místico


ARTICULO PUBLICADO EN SURCO REVISTA DEL SANJUANERO CARL VALENZUELA, DISTRIBUIDA EN NEW YORK-CANADA Y REPUBLICA DOMINICANA . PORTADA No. 004
PARA SUBSCRIPCION
gvalenzuela68@yahoo.es

Sentados en una mesa del bar “El Caucho” nos apresurábamos a terminar la última cerveza de aquella tarde mientras el impaciente chofer de taxi gesticulaba desesperado por nuestra lentitud.

Abordamos el “pollito”, mini-van de nueve pasajeros nombrada así por el color del mismo, encaminándonos a la Zona Norte, rumbo a Sabaneta.

El grupo de ‘exploradores’ estaba compuesto por dos españoles uno experto en psicofonías. Decía él que era seguidor del método de investigaciones de Raudive, el llamado padre de las psicofonías. El otro era un estudiante de psicometría, destreza psíquica que permite leer e interpretar las energías que residen en el interior de las cy despiaosas inanimadas, el tercero era un viejo brujo sanjuanero, y yo; que aparte de curioso le hacía de fotógrafo. Llegamos de tardecita y tratando de no llamar la atención de los lugareños nos encaminamos hasta el promontorio que alberga la Cueva de Seboruco.

Después de algunas dificultades logramos penetrar a la cueva mayor, allí el ‘señor Resquera’, nombre con que se identificaba el estudiante de psicometría inició un lento ir y venir por el recinto mientras observaba con suma curiosidad la innumerable cantidad de artilugios religiosos que allí depositan los seguidores de religiosidad popular.

El hombre presentó mucha atención a las tres cruces pintadas de azul, y una jarra con asas de aluminio, la cual tenía atada un sinnúmero de cintas de todos los colores.

Una vez satisfecho con su examen comenzó a tocar suavemente algunos salientes rocosos. Mas que tocar la roca el hombre parecía acariciar la pétrea superficie y por instantes hablaba con el saliente con la misma naturalidad como lo hacía con cualquiera de nosotros. Yo no atinaba a comprender completamente, pero el pensamiento mío voló raudo en búsqueda de una camisa de fuerza virtual, el hombre aquel tenía que estar loco de atar. Ajeno a mi pensamiento el señor Resquera cerró los ojos permaneciendo en contacto con una gran roca por varios minutos, al abrirlos se dirigió a mí y me ordenó colocar cuatro cámaras fotográficas en lugares específicos por él escogidos. Hecho esto se dejó caer en el duro y polvoriento suelo de la cueva, invitando al otro español, el ‘señor Esteban’ a iniciar la parte correspondiente a su misión.

De su bulto de espalda al señor Esteban extrajo dos viejas y destartaladas grabadoras, un par de almohadillas y dos largos envases plásticos. Colocó las grabadoras sobre las almohadillas y después de conectarle un par de cable a cada grabadora las cubrió con los envases plásticos. Mientras tanto el viejo brujo Ismael y yo terminábamos de tender los alambres que conectarían las cámaras fotográficas y las grabadoras a un par de ordenadores portátiles.

Lo más temprano posible nos retiramos de la cueva y a algunos meros de distancia instalamos la tienda de campaña en que pernotaríamos, la inmensa cantidad de mosquito nos impidieron continuar estudiando el promontorio.

La tienda de campaña era bastante amplia y acogedora, afuera el viento soplaba suavemente y en horizonte la luna se paseaba majestuosa. El dulce silencio de la noche solo era roto por el interminable zumbido de millones de mosquitos que pugnaban por penetrar la gruesa tela de la tienda. Uno se maravillaba pensando como sobrevivían los animales al salvaje y despiadado ataque de ciento de miles de mosquitos buscando saciar su sed de sangre.

Horas más tarde, y como para matar el hastío el señor Esteban abrió un botella de ron y después de darse un largo sorbo la pasó al viejo brujo, de allí llegó a mis manos y finalmente al que más alejado se mantenía del grupo, el seño Resquera.

No bien terminó el señor Resquera de darse el trago de ron cuando extraños ruidos comenzaron a llenar la tienda. Gritos, quejidos, susurros y exclamaciones provenientes de la Cueva de Seboruco, llegaban hasta uno de los ordenadores. Todos nos arrojamos prácticamente sobre el aparato en el instante en que el segundo ordenador también daba señales de vida.

Imágenes fantasmagóricas, sombras de todo tipo tamaño y forma aparecían en la pantalla del ordenador como si un desfile carnavalesco se tratara.

Repentinamente las imágenes dejaron de llegar, los gritos aterradores, los susurros y las exclamaciones cesaron como por arte de magia. Toda actividad se detuvo y los ordenadores volvieron a dormir, pero nosotros no podríamos pegar los ojos en toda la noche, y quizás durante muchas moches más.

Ciertamente las piedras hablan.

Y los espíritus son capaces de mostrarse, de manifestarse con toda claridad aquí, en este enclave sagrado que es la Cueva de Seboruco.

La utilidad de la psicofonía y la psicometría quedaron plasmadas para siempre en los discos duros de dos computadoras y en nuestras memorias.

CV

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