(CUENTO)
Cuando el Metro partió de la estación aquel día con su destino programado, en sus mullidos asientos sólo llevaba presidentes. Aquella media isla era un Estado insólito (muchos insistían que más que insólito era un Estado fallido).
Uno, que había perdido la vista, nunca pudo ver dónde se bajaría.
Otro, que perdió la memoria, ni recordaba que en una ocasión lo habían bajado.
Un tercero representaba el caso más patético: Había tirado por la borda la vergüenza y ensuciado sus manos en una poblada. Lo recordaba con descaro mirando indiferente por la ventanilla la miseria circundante. No le importaba bajarse en cualquier parte. Los últimos dos que le siguieron habían perdido por completo la moral en medio de chistes, malas-palabras, bravuconerías y malabarismos conceptuales.
Fue tal la situación que, Satanás lleno de admiración por estas distinguidas criaturas traidoras de los designios del Señor, en un acto de justicia se constituyó en juez- ya que Dios no lo hacía- descarrilando los vagones y llevándoselos al mismo infierno
Sobieski De León
17 de junio, 2008
Revista Racimos de uva No. 176
San Juan de la Maguana
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