Moreaux de
Saint Mery, que escribe alrededor de 1790, dice en su obra Descripción de la
Parte Española de Santo Domingo: “El pueblo actual de San Juan, no fue
comenzado sino muy encontrado el siglo
XVIII y en 1764, estaba considerado como nuevo”, Ese año 1764, había en
la jurisdicción de San Juan 3600 habitantes, eran gente nueva,
Después de
cerca de siglo y medio de haber sido arrasados, acudían nuevos pioneros a
repoblar aquellos valles de milagrosa fertilidad, en donde la industria de la
crianza de animales sin mayores afanes, pronto los haría prósperos y poseedores
de tinajones de morocotas, como al
fabuloso Don Camilo Suero a principios del siglo pasado.
Hasta hace
poco tiempo, la pecuaria fue por excelencia la riqueza del valle de la Maguana,
de San Juan y de los sanjuaneros y aún de personas ajenas al solar de san juan.
Correlativos con los tiempos de las devastaciones en la relación de los bienes
de Don Francisco Dávila, cuando vinculaba mayorazgo a favor de su sobrino Don
Pascual, se declara que Don Francisco poseía en jurisdicción de San juan de la
Maguana, un hato con catorce mil yeguas….
! Catorce
mil yeguas! .
La riqueza
en ganado vacuno, especialmente, era cuantiosa. A la crianza absolutamente se
dedicaban los sanjuaneros con exclusión de oda actividad, y la razón era la siguiente.
La pate francesa de la isla , Haití, al revés
de esta parte, se había especializado en la agricultura y puede decirse que fue
una sementera en toda su extensión, notablemente en lo que respecta al cultivo del café,
producto muy solicitado por escaso y extremadamente caro para entonces en los
mercados europeos . El ganado de cualquiera especie era allí y haitianos se abastecían de carne y de
animales de tiro y de carga en esta parte y, en consecuencia, los criadores
dominicanos próximos a la frontera hacían
con ellos un comercio muy vivo y provechoso.
En 1790 se
hizo con las autoridades francesas un convenio por virtud del cual se enviaban a
Haití 800 novillos mensuales. El tráfico de ganado por la frontera y los embarques
de caoba por los puertos de la Colonia eran las únicas fuentes de ingresos de
nuestras arcas, particulares u oficiales. Este tráfico de ganado hizo
cotidianas y estrechas las relaciones de los habitantes fronterizos de esta
parte, con los pobladores de aquel lado. En sentido general, desde antes de
1760 los vecinos de la línea fronteriza en toda su extensión, y los radicados
en la proximidad de ella, especialmente los del Sur, tenían establecidos casi
todos sus contactos con la parte francesa de la isla y sus pobladores, y la
razón era obvia. Para comunicarse San Juan de la Maguana, con la ciudad de
Santo Domingo, en donde había un comercio mortecino, una vida lánguida y unas
autoridades apáticas y desinteresadas de
la suerte general de los colonos, tenía que hacerse un viaje de por lo menos
ocho días en ida y vuelta. Era un camino
largo e infinitamente malo, despoblado, con llanuras inhóspitas y caldeadas por
el sol. En las diligencias oficiales de urgencia era forzoso utilizar hasta
cuatro monturas que iban consiguiendo en etapas sucesivas, del otro lado, a la
mitad de la distancia, estaba la rica y siempre provista capital de la opulenta
colonia vecina, la ciudad de Puerto Príncipe, excelente mercado para vender y
adquirir las cosas indispensables para la existencia . Cerca de Bánica, en
territorio dominicano entonces, hay o había unas fuentes de agua sulfurosas que
eran sanatorio y un balneario muy concurrido por los colonos franceses
enriquecidos en Haití: ese sitio era objeto de atracción y de lucro, siempre próximo
a tratos y contratos y a otras relaciones entre los vecinos de aquella y esta
parte.
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