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jueves, 17 de diciembre de 2009

Ana Josefa Puello





Escrito por Ángela Peña

Vivió tan temerosa y callada que en sus últimos años de vida los dominicanos la olvidaron. Pasaba sus días solitaria, encerrada en la que fue sede de la más renombrada escuela de párvulos de Santo Domingo, El Jardín de la Infancia, la escuelita a la que mandaban a alfabetizar sus hijos las familias de la Capital.

Fue tras su muerte silenciosa, discreta, casi misteriosa, y luego de que el Poder Ejecutivo dispusiera una calle con su nombre, en 1969, que sus agradecidos discípulos comenzaron a evocarla y a exaltar sus elevados conocimientos intelectuales, la excepcional personalidad, el patriotismo y la entrega de toda su existencia a la enseñanza.


Ana Josefa Puello, una de las seis primeras maestras normales que dio la República el diecisiete de abril de 1887, apenas conversaba desde la ventana de su residencia de la José Reyes 55, donde ejerció sesenta años de magisterio. “Murió como una anacoreta, de miedo, de no comer.

Al final no quería recibir a nadie porque a unas vecinas las habían atracado. Cuando la visitaba, me abría la puerta al responderle que andaba solo”, cuenta su sobrino, el doctor Víctor Garrido Ramírez, quien recibió de ella las primeras letras y que, tras su deceso, fue el hijo que se encargó de las gestiones funerarias. “Murió un sábado lluvioso, el entierro fue familiar pues no hubo tiempo para avisos”, señala.

Eran las primeras horas de la tarde del veintiuno de agosto de 1953 cuando la abnegada maestra entregó su alma al Creador, según una escueta reseña de El Caribe del día siguiente. Monseñor Eliseo Pérez Sánchez, Vicario General de la Arquidiócesis, ofició las casi íntimas honras fúnebres. Tan reservado como el entierro fue el tributo a su memoria.

La muerte terminó de sepultar el nombre de Ana Josefa, la entrañable “Ana Jó” de Luisa Ozema Pellerano, su condiscípula y colega. “La decana”, como le llamaban sus compañeras de promoción por ser la mayor, sólo dejó el legado de sus prédicas asombrosas en el recuerdo de una legión de alumnos que eran los preferidos de las escuelas Normal Práctica y Teórica porque “salir de la Escuela de Ana Josefa Puello era un privilegio y un título de admisión que no soportaba discusión alguna”, escribió con gratitud el doctor Enrique de Marchena, a propósito de la designación de una vía en homenaje a la educadora.
Voz Melodiosa

Don Víctor Garrido, tomado de la mano por su padre, fue al Jardín de la Infancia en 1924. “Te voy a llevar donde tu tía Anita para que te alfabetice” y así conoció el menor a la esclarecida pariente, que recuerda piel canela, cabello lacio, agraciada de facciones, mediana estatura, vistiendo siempre faldas y blusas de seda con gemelos y muchos vuelos.

“Tenía una voz melodiosa. No hablaba alto ni usaba expresiones desagradables, le gustaba mucho la persuasión, así me alfabetizó. Tenía que llevar una sillita de guano, una pizarrita y un creyón. Al año siguiente llamaba a los padres: ya está alfabetizado y el alumno se llevaba la sillita, pues estaba marcada con su nombre”. Pero algunos, sobre todo niñas, permanecían con Ana Josefa hasta quinto curso, recibiendo clases en un alto que construyó como anexo.

A los más adelantados, cuenta Garrido, les impartía “aritmética, lecciones de objeto, lenguaje, buenas costumbres. Los viernes nos llevaba a la misa de la iglesia de Las Mercedes. En las primas noches arreglaba su casa y recibía intelectuales, periodistas o personas allegadas a la familia. Era muy bien relacionada”, manifiesta don Víctor quien conserva fotos, cartas, notas, recetas, la Biblia de 1901 de la señorita Puello y libros que le dedicaban Domingo Moreno Jiménez, Miguel Ángel Garrido, Arturo Logroño, Américo Lugo... “Tenía cantidad de incunables”.

Cita entre los amigos de la profesora a Mercedes Laura Aguiar y refiere que mantenía intercambio epistolar con don Federico Henríquez y Carvajal y Luisa Ozema Pellerano. “Cuando enfermaban ella, su hermana Inita o Cheché Ortega, que también era Puello, quien las atendía era don Pancho Henríquez, el esposo de Salomé, que vivía en la 19 de Marzo”, añade.

De aquellos años de aprender a leer y a escribir don Víctor no ha olvidado el texto llamado “Libro Mantilla”, ni las frases que por primera vez deletrearon su voz y su intelecto: “Te veo, Paco. Te veo, Anita”. Tampoco se han borrado de sus remembranzas los carteles didácticos en las paredes ni la Gran Logia Cuna de América y la Sala de Socorros frente al plantel escolar.

Además de los Garrido Puello, eran parientes de Ana Josefa “los Puello Morató y los Güílamo Puello que, según ella, eran nietos de José Joaquín Puello. Quería mucho a los Güílamo y sentía mucha distinción por sus primos Nandito, Luis y Elpidio Puello, lamentando mucho la muerte de su padre, Chuchú, que según se decía tenía amores con una querida de Lilís y un veintisiete de febrero un esbirro, Zulito, lo mató vestido de diablo cojuelo”, refirió Garrido Ramírez.
Aristocracia del Talento

Ana Josefa Puello nació el veinticinco de julio de 1866, hija del general restaurador Eustaquio Puello y de María Jiménez. Era nieta del general Gabino Puello y sobrina nieta de José Joaquín y Eusebio Puello. Al entregarle el título de Maestra, su padrino de graduación, el ex Presidente Alejandro Woss y Gil le dijo: “Señorita Puello: lleváis un nombre ilustre por las armas.

Ilustradlo en lo adelante por las ciencias”, en referencia a su abuelo, el prócer mártir de la Independencia, según testimonia el historiador Julio Jaime Julia. En sus relatos de historia estaba presente el martirologio de sus parientes, como guardaba en su armario el clarinete con que su ilustre antepasado salía a llevar, amparado en su condición de músico, el mensaje secreto de los Trinitarios.

Además de las clases y las tertulias, la maestra escribía en las revistas Letras y Ciencias y La Cuna de América trabajos sobre psicología infantil y pedagogía educacional.

“Pensaba como todos los discípulos de Hostos, con una gran liberalidad. Transmitía ésta sin alteraciones ni alaridos. No criticaba el clericalismo, pero de paso hablaba de la formación de las sociedades humanas, y entraba a veces a nuestras mentes juveniles –con gran cuidado- en el campo de la humanística. En general, formó nuestros temperamentos y nuestros futuros como una madre orgullosa y tolerante, amable y severa”, publicó Enrique de Marchena.

El reconocido intelectual habla de los elitistas centros sociales de la época, en los que no reparaba Ana Josefa Puello. Dice que la consagrada educadora, condecorada en 1944 con la Medalla de Educación Clase de Oro, hacia mucho hincapié en la aristocracia, pero la del talento, “a lo cual le agregaba la de la cultura como algo que debía cuidarse, atesorarse y cultivarse permanentemente”.


La Calle

Fue denominada Ana Josefa Puello, en diciembre de 1969, una de las calles del entonces fundado ensanche Los Maestros, en el Mirador Sur, honrando la memoria, también, de otras insignes educadoras dominicanas, “a manera de ejemplo y recordación”.

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