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miércoles, 12 de enero de 2011

El Gobernador D…


E. O. Garrido Puello
En el primer Gobierno del Presidente Jimenes la situación política de la Provincia de Azua se presentó incierta y confusa. Se notaba descontento acentuado en la población y un fermento de protesta sorda que podía degenerar en rebelión armada. Frente a los posibles acontecimientos, el gobierno se adelantó enviando por distintas oportunidades personalidades destacadas del Gabinete para auscultar la opinión de la Provincia y tratar de morigerarlas con promesas y ofrecimientos que bien se sabía que se las llevaría el viento.

La prudencia de los mensajeros aconsejó enviar como Gobernador de la Provincia un hombre sin nexos en ella, pero que fuera enérgico, a la vez que comprensivo y conciliador.

El escogido para esas delicadas funciones fue el general D…, antiguo legislador, abogado y hombre de letras, muy conocido por sus gestos de independencia. El general D… era valeroso e ilustrado. Su selección pareció atinada para el momento crucial que atravesaba la Provincia.

El nuevo Gobernador inició sus gestiones cordializando con todos los elementos de la cabecera, no tomando en cuenta sus opiniones ni sus simpatías; pero como hombre ducho en los recovecos de la política criolla, se orientó sobre las cualidades personales de muchas de las personas que él juzgó podrían perturbar su pacífica dirección de las cuestiones públicas.

En Azua había un abogado, antiguo maestro, que era fabricante al por mayor de propagandas subversivas. Se complacía en aterrorizar el ánimo del pueblo lanzando olas de rumores sobre sucesos imaginarios acaecidos en diferentes partes del país. Favorecían su insidiosa conducta las comunicaciones difíciles y el estado caótico en que vivía la República.

El Gobernador tomó nota de esta información.

A la primera propaganda que circuló lo hizo comparecer a su despacho. Lo recibió con cara adusta y mirada fría y penetrante. Con un gesto lo hizo sentar, continuando en su labor cotidiana aparentando olvidarse del sujeto que ocupaba un asiento frente a su escritorio.

El abogado, que era muy cobarde, temblaba de miedo. El gobernador tenía fama de hombre duro, voces que dejó correr pensando que no le dañaban, pero que sí podían serle útil en el desempeño de su cargo.

Pasó bastante rato. La intranquilidad del abogado era notoria; su nerviosismo desbordaba. De improviso el gobernador se incorpora, mira a todos los lados inquisitivamente y deteniendo sus ojos con severidad sobre el detenido dice, poniendo cara de asco:

—Fooo… Este hombre se ha ensuciado.

Llama un oficial a su servicio y continúa:

—Ponga ese sujeto en la calle. Yo contiendo con hombres, no con gallinas. Efectivamente, el abogado, impresionado por los rumores que circulaban sobre el Gobernador y lleno de susto por su actitud fría y severa, se juzgó en peligro y como cada uno coge la cantidad de miedo que le da la gana, el suyo fue de acuerdo con su tamaño. Era crecidito y peso completo. El miedo tiene muchas modalidades: afloja, entumece, quita el habla, encanece. A nuestro hombre se le trastornaron los fuelles.

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