Salmo dominicano (J. Reynes)
Espíritu Supremo de los antepasados,
Señor Grande que vives en el cielo,
y haces salir el sol, diariamente,
sobre nuestro mar
como una torta de casabe
sacada del horno.....
¡ESCUCHA la invocación que te dirigimos
desde las sombras de nuestra historia,
desde esta tierra pequeña y aislada,
quemada por el sol del trópico y sedienta,
pero resistente como un farallón
a las inclemencias del viento y oleaje!
A Ti llamaban los taínos con mil nombres,
en tu honor bailaban sus areitos
y se montaban en la cohoba
para llegar a Ti ...
A Ti clamaban los negros
encadenados en el vientre de los galeones,
murmurando extraños y prohibidos rezos ...
De Ti predicaban los castellanos,
con sus pendones mágicos,
en un idioma incomprensible,
porque negaban con la espada
lo mismo que afirmaban con la cruz.
Y Tú ESCUCHASTE desde el alto cielo
tantos clamores diversos de tus hijos e hijas,
y en la evangelización del Nuevo Mundo
revelaste tú verdadero Rostro de Yahve
liberador, Defensor de los oprimidos,
Padre de Jesucristo Salvador.
«Iyi aya bombé», gritó Hatuey,
antes muertos que esclavos.
Y «como por esclavos los tuviesen
y en mayor menosprecio que si fueran
estiercol de la plaza»,
cuando el cacique Guarocuya
se rebeló en el Bahoruco,
Tú te pusiste del bando de Enriquillo;
y cuando Lemba se echó al monte
Tú te hiciste cimarrón
con todos sus negros ...
Enviaste PROFETAS, como los dominicos
que levantaron su voz
en el desierto de esta isla,
y amenazaron a los encomenderos
con el infierno ...
Así la fe impuesta a golpe de espada
fue purificada con la fe del Crucificado,
con el sufrimiento de los cristos
azotados, abofeteados,
crucificados, en los indígenas ...
Del mestizaje de estas tres sangres,
mezclada con la tierra del suelo americano,
de la sangre de conquistadores
y conquistados,
Tú hiciste un Pueblo Nuevo
de nosotros, que no éramos pueblo,
sin padre ni patria reconocidos.
Tú lloraste cuando partieron nuestra isla,
como el padre Jacob sobre la túnica
ensangrentada por los hermanos.
Los extranjeros se aprovecharon
de nuestra debilidad
para invadirnos una y otra vez ...
y Tú suscitaste DEFENSORES del pueblo,
pequenos enfrentados al gigante extranjero,
y era tu Espíritu quien los animaba ...
En tú Nombre, Dios uno y trino, autor
y supremo legislador del universo,
los primeros dominicanos firmaron
la Constitución de la República.
Pero luego nos olvidamos de nuestro pacto,
y engendramos monstruosos tiranos
de lo peor de nosotros mismos,
que convirtieron la isla en feudo personal
y la sembraron de tumbas y de mordazas.
En cada hora, Tú suscitaste
VARONES INTEGROS
como Luperón, «soldado de Capotillo y
prohombre de la Restauración dominicana»;
EXILIADOS como Duarte,
en un pueblo donde
«tan facil es ya pasar del destierro al solio,
como del solio a la barra del senado»;
GUERRILLEROS como Caamaño y los que
«querían derrocar la tiranía y a la vez
dividir la tierra, educar los niños,
alimentar al pueblo, levantar hospitales,
crear el Estado ... »
Y cuando los hombres parecían acabados,
Tú levantaste MUJERES dominicanas
como Anacaona, la cacique indomable,
Salome Ureña,
mantenedora de la llama patria,
Minerva, Patria y Teresa Mirabal,
parecidas a ciertas mariposas
incombustibles, libres y memorables.
En los largos años del miedo
y del sobresalto que no cesan,
TE PEDIMOS, Señor,
que no abandones a tu pueblo.
Nosotros estamos dispuestos a pagarte
con la sangre de un periodista
honesto como Orlando,
de una campesina anónima
como mama Tingó,
de los evangelizadores consagrados al reino
como el obispo Panal o el Padre Fantino,
o aquel campesino que preside la asamblea
con las manos llenas de callos ... ,
con nuestras comunidades comprometidas
en la construcción de un pueblo
libre y fraterno ...
Hasta que llegue tu gran día
«en que ya no sea milagro el de la vida ...
Que cada hombre tiene dignidad,
cada mujer sonrisa ...
El día en que estalle la libertad
suprema y soberana».
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