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sábado, 6 de agosto de 2011

E. O. GARRIDO PUELLO: MIS PADRES


ESPEJO DEL PASADO


Al escribir estos recuerdos de mi niñez y juventud, es natural que dedique algunas páginas a mis padres, a quienes debo, además de la vida, lo que es más importante para el hombre: su formación moral e intelectual. Lo que nosotros (ahora me refiero a todos los hermanos) hayamos sido o podamos ser todavía nos viene directamente del ambiente sano y digno que se creó a nuestro rededor y de las preocupaciones de nuestros padres por nuestra educación, a pesar del ambiente negativo de la época.

La instrucción es cerebral. Nutre nuestra mente de conocimientos, la repleta rehechos y números, la empalaga de ciencia, arte y filosofía., pero deja vacío el corazón. En la educación que comienza en el hogar, la que va como hilo de luz derecha al alma y forma el individuo en su escritura ética. Es el arquetipo modelado de la personalidad y la que filtra en nosotros la conciencia de nuestros deberes y derechos, haciéndonos rasgar la cortina detrás de la cual están los principios que rigen la libertad y la dignidad humana. Es lástima que los padres de la presente época olviden el deber sacrosanto de formar el alma y la conciencia de los hijos.

Nacidos y criados en un medio alejado de los grandes centros educativos y con comunicaciones difíciles a los desvelos de nuestros padres debemos la instrucción que recibimos y la formación de nuestra conciencia cívica, la cual ha orientado todo nuestros pasos a través de los espinosos caminos de la vida.

Papá fue un soñador impenitente. Siempre mantuvo sus ojos fijos hacia la lejania e imbuido en ideales elevados, resultó un inadaptado en los medios que la suerte le deparó vivir. Nacido en Azua, de familia francesa y capitolina, se educó en un colegio de Filadelfia, Estados Unidos de América. Hablaba con fluidez castellano, inglés y francés. También se desenvolvía bastante bien en alemán, italiano y los tres patois de Haití. Su madre era francesa y desde niño lo acostumbró a hablar el francés como idioma vernáculo. El castellano lo aprendió en la calle, en sus correrías con los otros niños. Tenía una asombrosa facilidad para aprender idiomas.

El carácter de papá era franco y sus modales distinguidos. Destilaba simpatía. Su generosidad era derrochadora. Servicial y hospitalario su hogar fue un hotel de sus amigos. Tenía el genio vivo, explosivo., pero como la cerveza fácilmente volvía a su estado natural. Nunca fue rencorosos. Lilís estuvo a punto de fusilarlo, debiendo su salvación a la influencia de un amigo que ocupaba posición de confianza al lado del tirano. Sin embargo, cuando los azares de nuestra política llevaron confinados a San Juan de la Maguana dos de sus hijos, Paco y Belisario Hereaux, papá los recibió en su hogar por largo tiempo.

Su filosofía de la vida se basaba en el perdón y en la bondad.

La miseria ajena le conmovía hasta lo más entrañable de su corazón. Cuando él mismo sufría estrecheces, no vacilaba en compartir lo poco a su alcance con los que consideraba más infortunados. Su vida fue dar sin pensar ensacar provecho de sus gestos caritativos.

Buen conversador, ajeno a intrigas y a pasiones bastardas, trabajador incansable e inquieto, buen amigo, mejor familiar, padre amante y cariñoso, pasó por este insondable y tormentoso mar que llaman mundo sin herir ni maltratar a nadie. Su alma fue blanda y pura como la de un niño.

Mamá era reservada, menudita, de facciones bella, cabellera hermosa, abundante y larga, apegada a su familia y muy mujer de sus casa. Para nosotros fue báculo y guía. Algunas veces severa, otras afable, nos levantó dentro de una disciplina moral que hizo posible que resultáramos hombres de conciencia recta y de positiva raigambre cívica. Su severidad era aparente. Su corazón fue un tesoro de ternuras. Nada de corretear libremente por calles y patios ajenos. El patio de nuestra casa era de nosotros y de nuestros amigos. Allí podíamos jugar, hacer bulla, gritar sin que ella se sintiera incomoda por nuestras algaradas, Lo que ella no permitía era que nosotros causáramos molestias al vecino ni vagáramos como animales sin dueños conocidos. Cuidaba nuestra asistencia a clase, de nuestros estudios ysalud con extraordinario celo y paciencia.

Víctor era estudioso, aplicado y fácil de guiar. Desde niño prometió lo que luego fue: buen escritor y poeta fácil y exquisito. Yo lo imitaba., pero Joaquín fue siempre revoltoso y desaplicado, aunque inteligente. De muchacho dio bastante dolores de cabeza por su temperamento belicoso, aunque de corazón generoso, sano y servicial. Sus prontos se deshacían como espuma.

Mamá, cuyo nombre era Ana Josefa Puello, era hija del General Eusebio Puello, famoso militar de la Separación y de doña Paula de los Santos de Puello, de estirpe hispana. El General Puello, de los gloriosos de Santomé, más tarde Mariscal de Campo, siguió la bandera de España, adquiriendo en Cuba honores y altos grados militares. Nacida en San Juan de la Maguana, el 26 de junio de 1855, murió en Santo Domingo el 29 de junio de 1950.

Papá, bautizado Eugenio Víctor, hijo de don Antonio Garrido y doña Maria Cambier de Garrido, nació en Azua el 23 de diciembre de 1859, falleciendo en San Juande la Maguana el 5 de de marzo de 1929. Ambos están sepultados en el cementerio católico de dicha ciudad.

Papá era más bien alto, blanco, delgado, buen mozo, fino de facciones, nariz aguileña, bigote poblado, con una permanente expresión agradable en la cara. De temperamento cordial y efusivo y muy amigo de los niños. Sus relaciones tanto en el país como en Haití, donde ocupó posiciones diplomáticas, fueron muy vastas y valiosas, debido a su carácter amistoso y servicial. Mamá fue una belleza de su tiempo, a quien su exagerado concepto del deber sacrificó el hogar. Nunca comprendió que una mujer desatendiera sus obligaciones de la casa para salir de fiesta, dejando sus hijos al cuidado de manos mercenarias. Cuando nosotros formamos familia, ya estaban anticuados muchos viejos conceptos sobre la mujer y su función social. Mamá no quiso admitir esas nuevas ideas y rezongaba cuando nos veía de fiesta del brazo de nuestras esposas. Le parecía un delito. Yo reía de buena gana de sus cosas y la contentaba con un abrazo. Pero me decía: -En nuestra época las mujeres tenían más responsabilidades y mejor concepto de su deber en el hogar.

Yo le respondía sonreído:

-Vieja, estamos en otra época y nuevos tiempos traen nuevos modos de vivir.

Se encogía de hombros, pero mi explicación no la convencía. Seguía siendo de su tiempo.

Fue muy amante de su familia. Hijos, nietos, biznietos, sobrinos y amigos fueron tratados por ella con bondad y cariño, encontrando los medios de servir y ser útil a todo el que necesitaba su atención espiritual o económica.

Cuando las luchas políticas nos llevaron a peligrosas actitudes, mamá se comportó como una espartana: comprendía nuestros deberes. Jamás se interpuso entre ellos y su cariño. Sufría calladamente la angustia de los riesgos que corríamos sin demostrar debilidad. Su fortaleza de alma era monolítica, digna de su ilustre apellido, que llevó siempre con orgullo. Al cumplir los 90 años le celebramos una fiesta en mi hogar. Allí se congregaron todos sus familiares y amigos para rendir homenaje de respeto y cariño a su ancianidad, digna u augusta.

Papá sintió siempre gran despego por la política criolla, aunque era hombre de grandes ideales. Pensaba en un país organizado dentro de norma civilizadas, con principios democráticos influenciando su vida política y social.

Lucubraba como persona educada en ambiente de plena libertad. Inteligente, con una cultura bastante amplia, ingenuo, no era raro que sintiera y pensara más con el corazón que con la cabeza. Esa actitud en la vida le llenó de zarzas el camino: pero no emponzoñó la limpidez de su alma.

Cuando la fatalidad, como un aquilón, barrió mi hogar, destrozando el joven árbol que lo perfumaba con sus gracias y virtudes, mamá se ocupó de mis desvalidos retoños, apenas salidos de la cuna. Su avanzada edad no fue óbice para servirles de guia espiritual y sostén en sus necesidades materiales. Nuevamente ama de casa, asumió sus deberes con la misma recta conciencia que le había sido antorcha en la dirección de sus hijos. La recuerdo siempre firme y alerta, erguida y amble, hasta que la vejez la abatió como tronco añoso yla muerte coronó su cabeza blanca y respetable. Los años pasan., pero su recuerdo es luminoso guia en el camino de mi vida.


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