Por: TEÓDULO ANTONIO MERCEDES
En mi existencia he observado el paso por nuestra tierra de
muchos huracanes, luego, motivado por inquietudes profesionales, comencé a
cuantificar los destrozos que ocasionan, los cuales algunos cronistas relatan
sus impactos desde el siglo XVI, después de fundada la villa de Santo Domingo.
Precisamente uno de los mejores documentados es el huracán
de 1502 que determinó el traslado de la ciudad, a la margen occidental del río
Ozama, iniciándose con esta decisión la construcción de los edificios que hoy
son nuestros monumentos coloniales.
De todas esas catástrofes naturales, en mi existencia el que
ha logrado a través del tiempo perdurar y convertirse en un sueño lleno de
brumas, desde donde se observa el transcurrir de la vida como desde una cortina
llena de tonalidades grises, ha sido el llamado El huracán Flora, el cual
atravesó la península de Barahona el 3 de octubre del año 1963.
Evento catalogado de categoría 4 que pasó distante de los
entornos poblados, pero sin embargo produjo inundaciones en el Sur, Suroeste y
numerosas muertes en esas regiones.
Para los habitantes de las periferias de San Juan, sobre
todo los que habitábamos en las últimas moradas de la calle Estrelleta, el día
4 de octubre nos levantamos envueltos en todas clases de frisas y mantas bajo
una lluvia torrencial, acompañada de un inusual viento y ruido que doblaba los
arboles y nos impedía poner el acostumbrado jengibre o café, para acompañar tan
infausto suceso.
Lo que siempre fue maravilloso de este acontecimiento, era
que los árboles y los suelos del gran jardín lleno de todas clases de rosas en
la que los Mercedes habían construido su morada, esta vez estaban repletos de
aves, que los vientos en su recorrido loco habían esparcido en todos los
alrededores.
Aunque no tenía nociones de sus nombres, escuchaba como un
Santo Rosario, como mi abuela murmuraba sus nombres y su rareza en nuestra
región.
Nadie se preocupaba por el pato de agua, el cisne con su
vistoso cuello, el cuervo con su plumaje de luto y las infinitas aves que
habían llegado en un vuelo impuesto por la fuerza de la naturaleza.
A veces dichas aves penetraban en los más recónditos
rincones buscando quizás refugio seguro, mientras las brisas y el viento
retrocedían poco a poco, tornándose el ambiente cálido y con menor tensión.
Cerca del medio día, los vecinos se preguntaban quienes
habían recibido noticias de las demás regiones y a mi casa acudían los vecinos
de los campos cercanos, que habían recibido noticia de su parientes, para que
mi abuela, cuando se pusiera en contacto con “Ciriaquita”, la de Felipa y
Macario, informara por medio de la comedia que no se había producido perdida
humana.
Dicho programa tenía una increíble cobertura en los campos y
las poblaciones campesinas que se formaban en la entrada de los pueblos.
Los hombres, desde que las lluvias amainaban, habían
comenzado a preparar los drenajes de los callejones y los patios de sus
viviendas y de manera silenciosa apilaban los escombros producido por la fuerza
de los vientos, sorprendiéndole el inicio de la tarde en ese improvisado
trajín.
Por movimientos climáticos, cerca, quizás, de las 3 de la
tarde, el día comenzó a esclarecer y los pájaros por designios del destino, con
la misma fuerza que aparecier
RELATOS DEL SUR.
Por Teódulo Mercedes
GALO
A veces pienso que su existencia es
un recuerdo sin memoria de mi juventud.
Pero no, como sería recuerdo sin
pasado, cuando lo busco en mi mente y lo puedo observar en las mañanas frías,
en la cocina techada de yagua del patio de mi casa, aplastado, meneando las
llamas que gritaban en el fogón de piedra, cuando el agua del café comenzaba a
llegar al punto de ebullición, para ser pasado por la tela parecida a una media
vieja que se usaba como colador.
¿De dónde vino? No lo sé. Pero pienso
que apareció en el barrio como los demás, de los campos cercanos que llegaban a
casa de Cristino, como hacedor de andullos, y que con el tiempo se convertían
en uno más de la familia de Juana y de los moradores del sector.
Como niño, al principio, cuando hice
conciencia de su existencia, me impresionó su destreza en la envoltura y
pericia que demostraba en el tratado del tabaco, al elaborar esos “estantes”
realizados con la colocación minuciosa de hojas de la planta, previamente
seleccionadas y tratadas con el esmero de un creador de perfume.
Luego, por las fuerzas desplegadas
en el tejido minucioso que tenía que hacerse, en las instalaciones largas que
se desplegaban, de cerca de cincuenta metros para el prensado del andullo, como producto final, proceso
al cual era necesario un hombre de musculatura fornida, no como la del pequeño,
pero corpulento Galo.
Su jovialidad era proverbial, sobre
todo, cuando estaba sometido a las fuerzas extrañas que producía en los
trabajadores de la andullera, la fuerza del Clerén, o del “Cara de Gato”, que
guardaban en unos delos bolsillos traseros de los pantalones, cuando se
producía la esperada paga.
Siempre se recordaba en los momentos
de broma su más lograda frase, cuando afirmaba que él era tan guapo que peleaba
hasta en el fondo de una botella.
Nunca escuché una queja sobre su
comportamiento, entre los vecinos y vecinas del barrio, era permanente su
nombre en las voces de los moradores, de los que me acuerdo a Bonito Señor, con
sus llamados para solucionar problemas caseros, de igual manera, donde Suna, la
madre de Yuyón, y qué decir de mi casa, donde pasaba sus mejores tiempos de
ocios, sobre todo en las noches, jugueteando con los niños, quienes no cansaban
de pedirle les contara cuentos de muertos y de vacases, famosos en la mitología
de ese inolvidable San Juan.
Pero lo que permitió, que en mi vida
se convirtiera en un personaje inolvidable, fue su colaboración en un
inolvidable día de San Juan, cuando las mariposa de múltiples tamaños y
colores, en centenares, revoloteaban en el inmenso jardín de mi casa, lo que
permitía que junto a David el de María, así como de Roberto, nos dedicásemos a
la casa de los preciosos lepidópteros, para con un hilo amarrado en su cuerpo
controlar sus movimientos.
En ese afanado trajín, nos acercamos
a las empalizadas de doña Valdez Pérez y sin darnos cuentas, al atrapar un
ejemplar blanco y grande de mariposa, molestamos un grandioso pañal de avispa,
que cubiertos por hojas de jazmín que perfumaba el ambiente nocturno, había
hecho de ese sector, su permanente morada.
Las avispas creyéndose atacadas
ripostaron produciendo en mí cuerpo y el de mis compañeros David, varias y
dolorosas picadas.
El llanto y los gritos alertaron a
mi abuela que presurosa salió de la cocina, donde trataba con una visitante, el
cambio de un hermoso gato amarillo, hijo de su gata predilecta, por dos
gigantes gallinas manilas, para crianza en muestra propiedad.
Luego de observar las picaduras
producidas, en su enfado decía que eso se solucionaría cuando Galo tuviera
tiempo y viniera para ensalmar las desgraciadas avispas que se habían
reproducido en algunas plantas y en los aleros de la casa, techada de palma de
cana, así como en el entorno dela cocina.
Para mí, era costumbre ir al final
de la calle Estrelleta por los predios de Balito, el famoso tocador de los
palos del Espíritu Santo, a buscar ensalmadores para dolores, sea de estómagos
o de muela, ahora escuchaba que también esas acciones espirituales eran validas
para las avispas.
Mi asombro no tenía límite, al
escuchar a mi abuela decir que eso lo solucionaría el inefable Galo.
Cerca del medio día, apareció el
personaje que escuchando las quejas de mi abuela afirmaba que eso no era nada,
que le prestara el cabo de Coa, que había en el cuarto de la cocina, para
prepararse y proceder al ensalme y limpieza de los picadores voladores.
Luego de proporcionar el utensilio,
se alejó del pequeño grupo que observaba con curiosidad su proceder, el cual
consistió en observar de manera detenida los aleros de la casa y la cocina,
ubicar los panales existentes en ellos, y luego hacer lo mismos en los arboles
del jardín.
Sacó de un macuto una funda de papel
marrón grande, como la que se utilizaba como embase en el “cemento Colón” y al
lado de la mata de higüero, en la parte atrás de la casa, cavó una pequeña
fosa, la cual media su profundidad con la funda de papel.
Luego, con una improvisada escalera,
transportada del almacén de tabaco, subió hasta los lugares de panales de
avispas y con misteriosos movimientos en su mano izquierda, se alejaba y
acercaba a los panales, al mismo tiempo en que se observaba en sus labios una
murmuración ininteligible. Luego de manera silenciosa las avispas se posaban en
su mano y con movimientos delicados la depositaba en la funda de papel.
Ese ritual sucedió en todo y cada
uno de los panales, sin ninguna picadura y sin ningún movimiento precipitado,
estando los niños asombrados cuando observaban la mano izquierda del encantador
de avispa, llena de las mismas, que cuan mansas pequeñas mariposas, en su
remanso de paz y tranquilidad, eran depositadas en la funda de papel.
Después, lentamente, saco la mano de
la funda, dejando su captura en el interior de la misma, depositó los insectos
en el hoyo preparado con anterioridad y cubrió la mayor parte con tierra y a
las no cubiertas procedió a darle fuego con un potente jacho de cuaba que de
manera apresurada había encendido mi abuela para tan importante ocasión.
10 de junio de 2012. Santo Domingo, Así se perdieron volando
en bandadas del entorno de mi morada, sin dejar rastros de su existencia, salvo
aquella que conservo en mis sueños como un espectáculo de increíble magnitud.
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