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domingo, 27 de diciembre de 2015

Theodoro Elssaca. Una visión chilena sobre el libro "No siempre el café está caliente".

Artículo de Theodoro Elssaca. Una visión chilena sobre el libro "No siempre el café está caliente".
Por Theodoro Elssaca
Santiago, Chile.- Rafael Pineda rompe los límites y presenta la abolición de las fronteras, en la unión latinoamericana. Desde las huellas bolivarianas, surge su poesía que construye con lenguaje crudo y directo.
A partir de esos altos ideales, es que logra la Universalidad, que devela ya en el título: No siempre el café está caliente, hondo Homenaje al más grande poeta y dramaturgo turco del siglo XX, Nazim Hikmet Ran (1901 – 1963), de quien toma y atesora ese verso rotundo desde el poema “En el sudor y en la sangre”.
Neruda conoció a Hikmet (lo dice en sus memorias Confieso que he vivido) le dedicó el poema Aquí Viene Nazim Hikmet a quien visitó en las cárceles. Cito de Neruda: “…la esperanza total que compartimos,/y más que todo/una lucha/de pueblos/donde son una gota y otra gota,/gotas del mar humano,/sus versos y mis versos…”. Fin de cita
Rafael impulsa un imaginario a través de la inmensa metáfora del café, que finalmente es el encuentro con el otro, con la solidaridad, con el compartir. Por ello en la portada no hay una taza de café, son dos las tazas, y Pineda nos dice en su poema “El rumor de las Cataratas” (página 18): “Aquí estoy/bajo la pertinaz llovizna/esperando para compartir tu pan/y tu mesa/antes de que el café se enfríe.”
Fin de cita
Rafael nació en San Juan de la Maguana, capital de la provincia de San Juan, que se encuentra en el centro de la Isla de Santo Domingo, donde está la única construcción que se conserva intacta de los aborígenes taínos del Caribe. El monumento consiste en un perfecto Círculo de Piedra, en el exacto centro geométrico de la isla, y es por ello que Pineda, aún en su trashumancia poética es un centro en sí, un eje referencial o centro y huella imborrable en el camino de la poesía latinoamericana.
En ese Círculo de Piedra, se han celebrado por milenios los rituales iniciáticos, impregnados hoy del espíritu ya mítico de la Reina Anacaona, quien gobernó con inteligencia el cacicazgo matriarcal de la Maguana y el de Jaragua. Su nombre significa “Flor de Oro”.
Se distinguió por su belleza y talento para la poesía, las que memorizaba para recitarlas en los “areíto” a los otros aborígenes. Fue llevada a la horca en 1503 y hay un grabado excepcional donde ella aparece, agasajada en gloria y majestad, en la vetusta edición española del libro Vida y viajes de Cristóbal Colón (publicada en Madrid en 1851, por Washington Irving, bajo el sello editorial de Gaspar y Roig).
Sin duda que Pineda fue concebido bajo las potestades ancestrales de la Reina Anacaona, y tal vez, sin saberlo, él fue su compañero y amante en otras vidas, bajo las mismas constelaciones que fueran adivinadas desde el mítico Círculo de Piedra.
Así, Pineda plasma la poética latente del acontecer, desde lo ancestral de su íntima sangre, y nos lleva con profunda humanidad hasta las figuras fundacionales de América, sus héroes, próceres y autores.
El poeta, que se define a sí mismo como “Sanjuanero de San Juan”, estremecido por las noticias de su tierra, nos presenta la figura de Sinecio Ramírez, asesinado en 2010 a cuchillo, en su casa de San Juan de la Maguana. Pineda nos dice en su Oda a Sinecio desde Uruguay… “Ha muerto Sinecio Ramírez/el amigo infinito/el de la ardorosa revolución/el de los bríos sin término… se ha marchado en las alas de Pegaso/con sus palabras y su tambor”.
En su Segunda Oda a Sinecio Ramírez, nos revela su fe en Dios y luego hace paralelos culteranos, poniéndolo junto a Rousseau (se refiere al gran Jean-Jacques Rousseau -Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712-Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778- el prodigioso polímata: escritor, filósofo, músico, botánico y naturalista franco-helvético definido como un ilustrado, a la altura de Voltaire) y nos dice: “Maestro de la creatividad/sube la misma escalera de Rousseau… Se ha marchado Sinecio Ramírez/el juglar de los vientos… Aquel que pelando el mango hasta la semilla/dilucidó la historia/sin perder el hecho/ningún vestigio...”.
Luego va directamente a enseñarnos, en versos elegíacos pero nunca vacuos, sino más bien de reconocimiento austero: “Maestro de las ciencias/escribió cuentos, una novela seca/y tuvo por pasión/buscar el origen de las pisadas/de los apellidos/de los antepasados/las bases de las familias”.
Y culmina el mismo poema manifiestamente panegirista, donde encuentra la belleza sublime bajo el misterioso manto de la muerte: “Su cadáver, hermoso como el del Che,/enluta a los buenos de la tierra”.
Su poema Palabras de Nazim Hikmet, lo lleva a citar “Voy a demostrarte con… el teatro combatiente de Miguel Hernández, con leyendas de Horacio Quiroga/con cuentos militantes de Juan Bosch y de Julio Cortázar/que el mundo no existe sin el amor”. Aquí devela el amor como puerta y puente, dejándonos una sensación redentora.
Se trata de un amor universal, del encuentro con el otro, al que susurra finalmente: “Abre esa puerta/voy a decirte tiernamente/que no siempre el café está caliente”, citando nuevamente el bellísimo verso de Hikmet, que da título a su nuevo libro.
Con todo ello quiero expresar que Pineda no hace una crítica tibia. No es jabonoso. No anda culebreando. Al contrario, escribe desde el dolor, que no es necesariamente un dolor físico, aunque también lo ha padecido en las cárceles de la dictadura chilena.
Tampoco es el dolor psíquico, sino más bien es dolor del alma que mana desde la pérdida, las ausencias, por ello es que nos remite al Ché, a Senecio, a Salvador Allende, a Víctor Jara, a Pablo Neruda.
Es el dolor de la herida abierta, la que no cicatriza porque sabe que mientras escribe siguen asesinando a miles de Sinecios, sabe que, como en Hiroshima, siguen cayendo las bombas sobre Gaza, en Palestina, en Siria, en Líbano y en ciudades de ensueño como Bagdad o tan míticas y genéticas como Caldea, Ur y Nínive, que nos hicieron soñar con las Mil y Una Noches, y los versos de Omar Khayyam.
Rafael sabe que los bombardeos sobre los colegios, las bibliotecas, los hospitales, no caen justamente allí por error, sabe que no son posibles esos errores en la agresión constante y programada que hoy desata millones de migrantes. No, no son errores, sino horrores.
En Balada de Amor en el Campo de Batalla, Pineda nos dice: “En la guerra se pierden muchas cosas/las haciendas/las cosechas/las prendas/… las fotografías/los recuerdos…”.
Por ello debo declarar que en Pineda hay un acto de sacrificio feroz. En un rito sacrificial uno sacrifica lo que más ama. El poeta se despoja de elementos que ama por su belleza lírica y con dolor emprende una poesía tan salvaje como eficaz, dando la espalda al juego creativo del Dadá, al surrealismo de Bretón, de Paul Eluard o Louis Aragón.
Por ello es que Pineda cita en un epígrafe a Gabriel Celaya (página 36) como si fuese una declaración de principios: “Nuestros cantares no pueden ser/sin pecado un adorno”.
Pineda renuncia a las vanguardias que enarbolaron la poesía automática y el fluir de conciencia, porque el surrealismo consideró que de esa forma el yo del poeta se manifiesta libre de cualquier represión y dejaron crecer el poder creador del hombre fuera de cualquier influjo castrante.
Pineda se alejó con ello de movimientos como el de La Mandrágora, que buscó una obturación de la realidad, derramando excitantes imágenes feéricas sobre el poema.
En ningún caso quisiera aquí denostar a esos otros grandes autores, que admiramos en su genialidad de creación pura, sino que, por contraste comparativo, poner de relieve el sacrificio de Pineda al asumir la responsabilidad de construir con eficacia una poesía que muestra la realidad por dentro, hasta llegar a la sangre fisiológica de los cadáveres en su trágico Rigor Mortis y las vísceras colgando sobre las tazas del café, “que no siempre está caliente”, sino que muchas veces se enfría por asumir una poesía de combate, progresista y revolucionaria.
Es una poesía útil para comprender y enfrentar las injusticias. Poesía que en su paralelo cinematográfico se acerca al Realismo Italiano, de Vittorio de Sica, en “El ladrón de bicicletas”. O “La Strada” de Fellini.
La poesía de Rafael Pineda emerge con fuerza como poesía valiente y heroica, que apunta con el dedo y denuncia. (Presentación y lanzamiento en Chile, en el Centro Cultural de España. Noviembre de 2015).
El autor es poeta y artista visual.
Reside en Santiago, Chile.

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