En el gran Desfile de Carnaval Dominicano 2011, el Caonabo que resistió ser vencido
De ¿ Cómo Caonabo destruyo el Fuerte de la Navidad
José Enrique Méndez Díaz
Mitopoema
Haciendo acto de depuración de sus sentimientos, Apito descendió bajo tierra, penetró a través de la cúspide de la montaña, que acostumbraba echar lenguas de fuego por la boca. Consultaba los misterios que yacen en el ramaje oculto de los huesos, en la penúltima frase del ritual desnudo de los cerros y los sueños, escuchó como alerta, la enormidad de un grito sórdido, un alarido primitivo consagrado al poder lítico
El Seboruco fue el parto originario de ese grito que ordenaba la guerra.
El alarido quedó grabado en la memoria primordial límpida, lascada en Silex.
La boca eterna de los Dioses dijeron que para seguir viviendo tenían que esconderse en la zona marrón cruda del tiempo, ocultos, camuflados de cima, de caverna.
Aun no existía la distancia lúdica, el recuerdo, ni el pensamiento. La memoria no regresaba cargada, venían de la paciencia de ver la vida como un todo indivisible, lo demuestran las huellas encontradas en el polen fósil de sensaciones que construyeron posterior sus sentimientos.
En las escarpadas cimas quedaron, casi invisibles, las crónicas de cimarrón, ocultas en la memoria de Guayacán en Seboruco.
Las lenguas de fuego, incitaron la niebla, asustaron la madrugada, ocultaron el poderoso Guey; el humo mensajero galopó como estandarte llevando un alerta al Atabey , transportaba un Osama, la ordenanza de organizar a los Carib, la de participar con urgencias de un cambio, uniendo sus conocimientos deberían asistir a enfrentar el mal de mentiras que desde la sombra visitaban estas tierras.
Entonces obscureció el Turei, el valle Niti se estremeció por las señales emitidas de los dioses ígneos.
Fue entonces cuando desde el Centro de la isla, Cahonaboa, Caonabó, el Cacique de razonamiento sabio y el honor, desató la visión, despertó su Ri y con atrevimiento desbordante se rebeló. Cubrió su desnudez natural con tintes rojo de la bija y el mangle, negro de la jagua, atravesó la yucabia la maraña, el bejucal, la tierra de piedras y montañas, los samanes y yabacoa, puso en pie de guerra a los suyos y marchó hacia el noroeste, en dirección de los venidos de tierra extraña, borrando así la última humillación de la primera avanzada europea en tierras de América.
Caonabó desentrañó el tiempo, hizo temblar la creación.
Había dejado degollada, ultrajada de muerte la conquista en el texto.
Como ángel triunfador recogió sus retoños, cargó en su odre caminos de luz entre siluetas repartidas.
Regresó juntando la victoria en una sola voz, la victoria de su pueblo contra el conjuro de los salvajes vestidos.
Herida de hoz estaba su manto de piel, en sus pellejos llevaba aceite del ungido
A cada lado de la vida del río curando estaba la imagen reducida renovando su concha primitiva de cristal de vidrio pulido.
Desde entonces no fue más principio el tiempo, fueron memorias del mañana, hojas de un ángel que resistió a ser vencido.
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