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miércoles, 23 de marzo de 2011

La muralla de la ciudad atávica

Rafael Pineda
Rafael Emilio Pineda



Esta pared abandonada
Golpeada
Enemistada y compañera de la vida
es una pared antigua, traspasada por infinitos cuchillos
de infinita escala legendaria.


Ella vio morir tantos
y fueron tantos los que la vieron pernoctar incólume
tras la aureola fronteriza de la Ciudad.


En efecto,
la Ciudad tiene una frontera envejecida, impenetrable,
profunda.


A ella fue a parar Liborio
cuando aquel gringo execrable y loco lo reventó en el frente
Liborio murió pegado a la pared,
dándose topetazos,
retorciéndose en mil dolores;
pero Liborio era el hijo de Dios
y desde entonces una tragedia no ha faltado al pueblo:
El amor relega su antigua condición,
falta agua en los ríos,
los cueros muerden a sus chulos,
los ladrones se comen a los niños para seguir robando.


¿Quién ha dejado una mancha de su sangre proletaria en la tierra?
Nadie se declara:
Sólo quedan testigos silenciosos de los crímenes
y las orgías.


Los enamorados bajo su presencia cotidiana se hacían el amor.


Y entre otros,
a esa pared fueron a dar los drogadictos,
aliados aurorales en el tiempo de los asesinos.
Camino por las fangosas calles de la Ciudad.
Pienso en el Ayuntamiento.
En las clases de historia.
En los que no han explicado a las nuevas generaciones
quién fue Liborio Mateo
ni por qué, siendo éste un pueblo de mártires,
hay tantas plazas sin nombre.
La Ciudad atávica es así.


Por eso ha crecido esta frontera imborrable.
De un lado vive la maldad.
La negación.
El atraso.
Del otro habita el bien.
La libre existencia.
La anciana sabiduría.
La joven inteligencia.
El doctor Achín y los médicos honrados.
Esta muralla invencible
fue levantada por los enemigos de Liborio Mateo.
Nadie sabe cuándo.
Muchos de los que la vieron levantar
murieron más tarde en Palma Sola.
Ahora nosotros
aguardamos la desaparición de los enemigos de la verdad.
Para que nuestro rostro asome con amoroso rencor
junto a la nueva historia.

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