DAVID ALVAREZ MARTÍN
SANJUANERO, Profesor de filosofía
en la PUCMM
El asunto de la identidad es cuestión que me ocupa intensamente. Mucho de lo que escribo gira en torno a ese tópico o le afecta de cierta manera.
Tengo mis grandes prejuicios sobre el asunto, algunas ideas debatidas y muchas confusiones. Una cosa tengo clara, la identidad social siempre es conflictiva en su comprensión y mucho más en su formulación.
Al ser hijo de emigrantes (papá es gallego y mamá era asturiana), lo de dominicano no me vino de manera natural. Una vez problematizado en mi adolescencia sobre si era un españolito nacido en San Juan de la Maguana o un sanjuanero de origen español, pasé en mi formación universitaria a pensar más seriamente mi dominicanidad y perspectivas caribeña y latinoamericana.
Pero todo eso es biografía que si de algo sirve es para afirmar mis inquietudes sobre el tema en cuestión más allá del simple prurito intelectual.
Llevó debatiendo desde el 98 la tesis de que ni la raza, la lengua, folclore o religión son factores de identidad. Se confunden con la identidad debido a un conjunto de procesos históricos y concepciones políticas que así lo afirman, pero no son el criterio substancial de la identidad de una
sociedad. Incluso representan esos factores tendencias inhumanas de forjar la unidad de una sociedad.
Lo dominicano, para ponernos de ejemplo, no se define en tal caso con el mulataje, el castellano, el sancocho o el catolicismo, ni una parte de ellos, ni en todos juntos. No tienen que ver con merengue, bachata, mangú o “hablar con las manos”. Por supuesto ni siquiera tiene que ver
con el territorio donde vivimos.
Un caso. Félix Sánchez. Nacido en Nueva York, fue él quien buscó y pidió al COD competir con nuestro pabellón porque se considera dominicano. ¿Cómo encaja eso? Si por un lado indicamos que debido a sus padres él es dominicano, pues todos los hijos de extranjeros en este suelo quedaríamos excluidos de ser dominicanos (no me refiero al sentido legal). O el caso de Junot Díaz. Es un dominicano que escribe en inglés o un americano de origen dominicano, o las dos cosas, o ninguna de ellas.
Recientemente discutía con unos amigos sobre la necesidad que tiene Haití de integrar otra lengua diferente al creole como parte de su educación básica si desea contribuir al desarrollo de su pueblo. Incluso en nuestro caso, donde la lengua materna ( el castellano) es una de las lenguas
universales por la cantidad de sus hablantes y el empuje de su desarrollo, debemos procurar que la mayoría de nuestros habitantes al menos se pueda entender en inglés.
En ningún caso, el haitiano o el nuestro, ni en el caso gallego o vasco (por incluir a otros dos), pretendo que se elimine la lengua materna, pero sí que los habitantes de estas sociedades integren otras herramientas de comunicación que enriquezcan tanto sus posibilidades de contacto
cultural, como sus opciones económicas. Por supuesto, bajo la premisa anterior, esto no afectaría la identidad de nuestro pueblo u otra sociedad, sino por el contrario, contribuiría a su fortalecimiento.
En definitiva, ¿qué es la identidad de una sociedad? Es ante todo el compromiso de un grupo integrado por determinados factores históricos y con cierta voluntad de autonomía que procura en primer término el bienestar y felicidad de sus miembros (ciudadanos y ciudadanas) y en segundo término contribuir al bienestar y felicidad de todos los seres humanos. Para que ese fenómeno ocurra como una experiencia que valga la pena vivirse y no simplemente padecerse, se impone el respeto absoluto de los derechos humanos, la tolerancia y apertura como sociedad que permita el desarrollo de los proyectos personales y la construcción de las instituciones y relaciones más justas posibles que nos permita acercarnos a la equidad.
La identidad basada en símbolos o valores atávicos conduce irremediablemente a la tiranía y la deshumanización de las personas. Los sueños totalitarios de un régimen unificado por la lengua, creencia, régimen político o económico, tecnología o estética, son medularmente perversos y
contrarios a la dignidad humana. La identidad de toda sociedad que realmente valga la pena vivirse se ha de fundar en el mayor grado de emancipación posible de las personas y la promoción de la equidad sobre la base de la educación y lo acuerdos.
Si algo bueno tiene la globalización y la tecnología de comunicación masiva es que nos confronta de manera brutal con un mundo lleno de ilusiones deshumanizantes y acciones de marginación desde las fuentes de poder. Hay un malestar surgido de esta “ cercanía” virtual que algunos de un
lado quieren canalizar hacia proyectos tribales propios de energúmenos y otros, del otro lado, promoviendo una neutralidad asqueante e incolora.
Frente a ambos la referencia ha de ser la posibilidad de que todo ser humano pueda encontrar el espacio y los medios para su desarrollo personal, en solidaridad con lo demás, pero nunca de manera tiránica, ni individualista. La fortaleza de identificación de un grupo humano es
menester centrarlo en la posibilidad de convivir y desarrollarse todos sus miembros. Llámese democracia plena o sociedad abierta, la calidad de toda sociedad abierta, la calidad de toda sociedad y el valor de su identidad, siempre estará referido a la libertad, bienestar y tolerancia de la inmensa mayoría de sus ciudadanos.
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