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sábado, 23 de abril de 2011

A proposito del día del libro y su acto creador


Creación e Identidad

Autor: Tulio Cordero


-¿Que es lo que come el gusano de seda?
-Hojas del árbol de morera.
-¿Y que es lo que da el gusano de seda?
- Seda.

Lo que el gusano de seda nos da tiene más que ver consigo mismo que con el árbol de morera.

El buen escritor, el pensador - nos dice el sabio Lin Yutang - "es como un gusano de seda que no nos da hojas de morera sino seda" (1). El buen escritor, honesto no nos ofrece lo que come o traga sino el fruto de sus entrañas tras un lento rumiar. Todo lo que lo alimenta en buena parte esta fuera: la materia prima es el "fenómeno" multisono, temporal, a veces estridente y fascinante, a veces callado y escurridizo. Pero lo que predica tras el acto siempre virginal del pensar se gesta "en la interior bodega". Lo que ofrece es el resultado de un viaje acucioso por los propios mundos interiores, aunque parta de mundos exteriores. Por ello es muy suyo lo que da. Y es que la escritura "es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación"(2). Por eso Rainer María Rilke le aconseja a su joven amigo Franz Kappus aprendiz de poeta, que en el proceso creativo no hay que mirar tanto hacia afuera cuanto entrar en si mismo. "por eso, mi muy apreciado señor - le dice -, no sé darle otro consejo: camine hacia sí mismo y examine las profundidades en las que se origina su vida... El creador ha de ser un mundo para sí y lo ha de encontrar todo en sí mismo y en la naturaleza con la que se ha fundido".(3)


Si el proceso de pensar o de contemplar no se da la escritura, al menos la "verdadera" escritura. Y en este proceso tiene mucho que ver la atención (4) que a su vez, es hermana de la elección.. Porque se trata de dejar a un lado muchas cosas para quedarse con lo que juzga esencial; de desviar la mirada de muchos destellos para fijarla en un motivo que se impone como absoluto y necesario. Por lo mismo "elegir es rechazar”"(5). Es decir, se trata de desconfiar de la "abundancia" que se entretiene en merodeos alegres y ligeros y fijar la atención en un punto de apoyo accionador y nucleante. Es cosa estéril apurar el néctar de muchas flores si no se sabe que hacer con el resultado de este esfuerzo acopiador. "El pensamiento mas sólido -afirma Jean Guitton- es el que menos se ejercita sobre generalidades"(6). Y no se detiene en destellos insustanciales. Es lo que quería significar Mark Twain cuando afirma conminante: "Cuando dudes de un adjetivo, elimínalo". Porque "el verdadero método consiste en descubrir los accesorios e ir derecho al grano"(7), es decir, siguiendo el consejo de Montesquieu consiste en "saltar las ideas intermedias". La madurez de un escritor debe medirse por el tiempo que le dedica a lo verdaderamente esencial.

"Quienquiera, dice Vauvernargues, tenga el espíritu verdaderamente profundo, debe tener la fuerza de fijar su pensamiento fugitivo, de retenerlo bajo su mirada para considerar su fondo y reunir en un punto único una larga cadena de ideas"(10). Hay que imponerse, pues como aconseja el mismo J. Guitton, "regla, mesura y cadencia"(11). Hay que desconfiar, como aconseja este sabio de la abundancia. "San Agustín pronunció cierta vez una frase admirable, intraducible. Hablando de su vida (pasada) de placer decía: "Entonces era yo una vacuidad copiosa: copiosa egestas"(12).

El resultado de este es la precisión, que "quiere decir, en su origen, eliminación, abstracción"(13), amén de claridad, simplicidad, exactitud. "El buen pensador - ha dicho muy bien J. Balmes- procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay"(14). Esto es, trata de percibir la cosa en su verdad más inmediata -el verum de los escolásticos -, que es siempre misterio trascendente. Porque la verdad que solo "se halla oculta por el velo de la apariencia", se concibe como "aletheia o descubrimiento del ser, es decir, como la visión de la forma o perfil de lo que es verdaderamente"(15). Ello supone, además, que la verdad es "inteligible". Es decir el ser de las cosas existe para ser "descubierto" (para el filosofo Heidegger la verdad es descubrimiento) por el único ser que puede hacerlo: la persona. La intencionalidad de la verdad, opina el autor de “Ser y tiempo”, es "Mostrarse", "dejarse ver" (concepto aristotélico) en el tiempo de la historia. Es como un teatro con un telón principal y muchos velos transparentes; conforme se van retirando, se va mostrando el ser que está en la sombra. El ser se hace encontradizo en su verdad, pero no es culpa suya si no se le ve, pues hay que tener ojos despiertos, alertas, para ello. Ojos que solo los tiene el sabio en su humildad y pureza reconquistada.

Así, no cuenta sólo el ejercicio subjetivo de movilidad hacia el misterio del existente-objeto, sino también el existente-objeto mismo mostrándose en el tiempo (La verdad desea ser encontrada). Y es por ello mismo dable que en el ejercicio de rastrear la verdad, el sujeto cognoscente se muestre transparente. Ello indica que todo acto de "encontrar" auténtico es, al mismo tiempo un acto de encontrarse o "descubrirse". Esto es, no es solo la propia verdad del ser percibido lo que se transmite en el acto de escribir, cuanto la propia verdad. Porque el Misterio no está solo fuera, en el "contorno", sino, y sobre todo, dentro, en el "dintorno"(16). En sustancia, uno mismo es la razón de la búsqueda y el lugar del encuentro, aunque todo se explique sólo a través del Misterio, que ora te arropa, ora se esconde.

En suma, se trata de resaltar lo que Bruno Candelier llama "el imperio de la Poética Interior". Esta busca "inteligir el sub-iectum de las cosas, es decir el interior del ser y el acontecer", leyendo dentro" (intus legere), para poder "escuchar la voz del ser y su sentido oculto y trascendente"(17). Arduo ejercicio. Asumir la metodología, como actitud vital de tocar continuamente las puertas de la multiplicidad fenoménica de la vida que son las cosas, los elementos, las personas, los pensamientos, los sueños...Asumir la existencia como "pregunta" que jamás concluye; apurando los instantes de la vida en la espera graciosa de que esta nos permita asomar en los contornos de sus misterios. Y para ello es menester un oído atento, paciente, humilde, inocente de "iniciado". Porque no llegaremos jamás a poseer la Verdad absoluta, sino solo a ser poseídos por ella; esto, después de un arduo ejercicio ascético de oscuras ascensiones y descensos luminosos. Porque el ejercicio de la escritura no se sirve de la Verdad, sino que esta al servicio de ella.

Notas:

  1. Lin Yutang. La Importancia de Vivir, Ed. Sudamericana, Bs. Aires, 1987, p.393.
  2. Isabel Allende, Paula, Plaza y Janes, Barcelona, 1994, p.17.
  3. R. M. Rilke, Cartas a un joven poeta, Edic. Obelisco, Barcelona 1996,pp.22-23.
  4. En este tenor, conservan siempre su vigencia los consejos de Jaime Balmes sobre "La Atención" en El criterio, Editorial Bedout, Medellín 1973, pp. 11-14.
  5. Cf. Jean Guitton, Nuevo arte de pensar, Edic. Paulinas, Bogota 1981, p.38.
  6. Jean Guitton, o.c., p.58. Afirma muy bien este mismo autor que “una cosa es tener el espíritu estrecho, otra es explicar el espíritu a una cuestión estrechamente definida ...El pensamiento más sólido es el que menos se ejercita sobre generalidades”. Id.
  7. Jean Guitton, o.c., p.44.
  8. Cit. En Alessandro Prozato, Molinete, Edic. Sígueme, Salamanca 1980, p.313. Cit. También por J.

Guitton, o.c.,p.28

  1. Cit. Por Jean Guitton, o.c. p.36.
  2. Jean Guitton, o.c. p.32.
  3. Cit. por J. Guitton, o.c., p.50
  4. ib, p.57
  5. O.c., p.8.
  6. J. Ferrater Mora, voz Verdad, en Diccionario de Filosofía, IV, Alianza Editorial Madrid 1979, p.3398.
  7. La definición de dintorno que Julio Casares ofrece es que la “delineación de las partes de una figura, contenidas dentro de su contorno”, Diccionario Ideológico de la lengua española, edit. Gustavo Gili, Barcelona 1979. Tenía cierta razón Ortega y Gasset cuando definía la verdad como “la coincidencia del hombre consigo mismo”. Sólo así se explica el aserto de J. Guitton: “Sólo puedo comprender aquello que refleja algo de mi mismo”, o.c., p.42
  8. Cf. Bruno Rosario Candelier, El Movimiento Interiorista: Antología del Ateneo Insular, Ateneo Insular, Moca, 1995, p.11.


TULIO CORDERO

Es poeta y ensayista. Sacerdote de la Congregación de los Padres Paúles.
Nació en San Juan de la Maguana en 1957.

Desde muy joven se traslada a Santo Domingo, donde se desarrolla y educa.
En 1977 inicia la carrera sacerdotal, estudiando humanidades en la ciudad de Medellín, Colombia.

En 1980, regresa al país para estudiar Teología en el Pontificio Seminario Santo Tomás de Aquino.

Se ordena sacerdote en 1984.

Se licenció en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre Y Maestra en 1986 y de Teología de la espiritualidad en Teresianum de Roma en 1992.

Ha enseñado Historia de la Iglesia y Teología en la Escuela Teológica Dominicos-Unibe y en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Ha coordinado el Grupo de Sacerdotes Escritores “Fernando Arturo de Meriño” y el Taller Literario “El Arco y la Lira”, del Ateneo Insular de Santo Domingo. Miembro Titular del Ateneo Insular y Orientador del Movimiento Interiorista, publica una columna sabatina en El Siglo, donde da a conocer sus puntos de vista sobre la realidad espiritual del hombre con una orientación cristiana, un lenguaje pulcro y conocimiento hondo sobre el destino del hombre.

Tulio Cordero es narrador, ensayista y poeta. Su lírica contiene imágenes cautivantes con destellos místicos.

Su formación religiosa, su bondad sacerdotal y su sensibilidad social lo mueven a cultivar un iluminismo trascendente que se aprecia en la hondura espiritual de sus escritos y en la búsqueda de lo divino como expresión de necesidad de la Trascendencia.

Su creación poética contiene bellísimas imágenes que cautivan por la ternura de su lírica, el dominio del lenguaje, la diafanidad y sencillez expresivas, los símbolos interiores y la humanización de las figuras, concebidas para expresar la onda de los susurros intangibles.

En fin, con su talante lírico y su intuición mística, Tulio Cordero recrea el mundo que habita amorosamente para contemplación y deleite de los lectores que aprecian en estos versos lo que alienta y estremece el corazón de este valioso creador de belleza sublime.

“Cuando se toma conciencia de que el corazón late y se lo quiere escuchar, se apoya el oído sobre el viento y se oye entonces latir el Universo, que es lo mismo que distraerse en el aleteo nervioso de una libélula sedienta u otear en el horizonte una leve sonrisa recostada en una ventana triste”.

En este ejercicio, el de escuchar a mi corazón, un día me sorprendí contándome en voz alta lo que había experimentado Y “como no existen monólogos” –según dice el filósofo Enmanuel Mounier-, debido a que “siempre hay alguien para escucharlos” surgieron así estos versos.

La de Tulio Cordero es sin duda una lírica mística. Como recreación original y auténtica, es de una belleza asombrosa, con rebozo de ternura en su búsqueda de lo divino. Y como expresión de su visión del mundo en su gozosa contemplación y recreación.

“Agraciado con el don espiritual de la poesía y el don sagrado del sacerdocio, Tulio Cordero, con La sed del Junco, consolida y perfecciona la lírica mística que iniciara en Latido Cierto y continuara en Si el alba tardara. Su creación poética contiene, en efecto, bellísimas imágenes que cautivan por su ternura lírica, el dominio del lenguaje, la diafanidad y sencillez expresivas, los símbolos interiores y la humanización de las figuras concebidas para expresar la onda de susurros intangibles”.

Sus libros de poesía, Latido cierto, y Si el alba se tardara, inician una trayectoria mítica que se va intensificando en su más reciente producción poética, La sed del junco.

Primero fue Latido cierto (1986), que supuso una empresa atrevida: quise reunir casi al desgaire un manojo de estampas deshojadas de breves cuadernos poéticos que había que tensar, tarde o temprano, al sol de otras miradas. Páginas febriles, como un alucinado. Cuando aún la música y el ritmo exterior eran un imperativo; una cierta pretensión metafísica, una necesidad; y la ironía una excusa de quien empieza a olfatear los finos y extraños hilos que sostienen la historia, siempre repetitiva de este mundo.

Luego vino Si el alba se tardara (1989). Estaba claro que había que continuar con el oficio de poeta en un mundo en donde el bardo dejaba de ser para siempre el “sacerdote supremo” de la cultura. En este poemario las preguntas se hacen agudas y estridentes; el corazón se torna más frágil porque más humano; por tanto el dolor se hace más intenso. La mirada busca su serenidad en las cumbres, mientras Dios exige un lugar más definido en el discurrir cotidiano, donde la vida se torna un arduo ejercicio de “estar despierto” de bajar y subir, a veces, como diré más tarde ‘con la nada en la mano”. La cuestión era, en el fondo, a qué podría conducirme un amor sobrio, comprometido. Sólo trataba de ser honesto conmigo mismo.

Fue entonces que se me acusó de que yo “no escribía como sacerdote”. Menos mal que José Alcántara Almánzar, con una lucidez proverbial y cuando aún no nos conocíamos escribió a propósito de Si el alba se tardara: “No hay un ápice de beatería en los versos de Cordero. De principio a fin, su libro ofrece una plácida visión del mundo desprovista de ingenuidad, una alegría de vivir que no ignora ni desdeña la cara odiosa de la realidad social ni las flaquezas descubiertas en el intenso sondeo del “yo”. Pero eso, su concepción del amor está lejos de la idealización intencionada o la gazmoñería clerical” (Las pulsaciones del amor, en el Suplemento del periódico HOY, 18 de marzo de 1989). Alguna vez tuve que aclarar” “Yo soy un hombre que es, ante todo, sacerdote. Pero escribo como el sacerdote que es, primero que nada, un hombre”.

Finalmente, he descubierto con León Felipe que “el poeta va descubriendo y sin adjetivos”. Por eso La sed del junco, no he hecho otra cosa que asumir la “desnudez como virtud”. ¿Es posible que pueda el junco padecer sed siendo una frágil existencia vegetal que emerge en el silencio de las acuosas orillas? Es posible. La sed es un pre-existente que está por todo lado: la sed está antes del agua y se ahonda con ella. Pero “!sólo el corazón siente la sed!”.

En fin, La sed del junco no ha querido ser más que la continuación de un viaje hacia la transparencia; un deseo de simplificar mi decir hasta el silencio. En la espera de escribir algún día un verdadero poema. En la espera con Alfonsina Storni de algún día “tener el alma fresca, limpia, (y) ser como el lino que es blanco y huele a hierbas”.


Tulio Cordero

“Poesía Junta”

1986-1999

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