Ofrenda a San Juan de la Maguana
VICTOR GARRIDO
I
Llevo en mí ser cuanto me dio mi tierra
Del fondo de sus hatos se levanta
la savia augusta que nutrió mi planta
y me afinca a sus valles y su sierra.
Mi corazón en su raíz se aferra
A aquella realidad que no quebranta
El paso de la vida que no adelanta
Con nuestra vieja tradición en guerra.
Ella me dio con la mujer amada,
Esta pureza a mi vivir pegada
Como el rudo capá de la campiña.
Y este soñar que me dejó de herencia,
Formado con el alma y con la esencia
De aquellos campos que el Señor
aliña.
II
¡Os: evoco,
rosada lejanía!
os guarda el
corazón. ¡Oh, verdes campos
envueltos en
la gloria de los lampos
con que os
adula al despertar el día!.
¡De mi tierra
mirificadas praderas
que cubren de
verdor los arrozales,
y estrechan
con sus brazos los canales
para llevar
el agua hasta las eras!
Dais a mi
vida su frescor lejano
con vuestro
río que atraviesa el llano
bordeando cerrejones
y colinas,
y vuestras
albas, llenas de arreboles,
tejiendo su
mantón de tornasoles
con el blanco
vapor de las nebinas.
III
Con sus
viviendas de sequiza cana
Que la
intemperie sin cesar mancilla.
Dominando el
recinto solitario
con la paz de
su cruz que el tiempo arruga,
la torre
secular del campanario
donde la aurora
a saludar madruga.
En busca del
claror de la llamada,
al descender
la noche, la vacada
inunda silenciosa
los senderos;
y asoman las
estrellas en la altura,
cual si
invisible mano en la negrura
abanicase un
ramo de luceros.
IV
Es el abril con sus ardientes albas,
Con sus
lentos crepúsculos dorados,
Con sus
patios de rosas y de malvas
y sus rebaños
en los quietos prados.
Desde las
cumbres de las altas lomas
Llegan al
valle las tranquilas lluvias,
e invaden las floretas los aromas
y las
silvestres campiñas rubias.
Con el sol de
la bruja primavera,
principian a
nacer los recentales
en toda la
extensión de la pradera;
y el sueño de
altozanos y breñales
rompe entre
albores la canción vaquera
cuando al trajín
se dan los mayorales.
V
¡Oh, fiestas
de San Juan- hoguera y vino-
y jinetes que
van en la montura,
haciendo galas
de primor y trino
sobre el
potro enjaezado con finura!
Trajeado de
colores el Bautista,
tambaleándose
en manos de la gente
bajo un cielo
de grana y amatista
lo llevan por
las calles lentamente.
Alborotan
jadeante las comparsas
en el calor
de sus alegres farsas
y atruenan
las campanas con sus voces.
Carreras de
sortijas y alboradas,
Ramos, misas
de diez, salves cantadas,
y entre ruido
y fervor mundanos goces.
VI
En un extremo
de la antigua aldea
la plaza de
las ferias sabatinas,
donde en
variada confusión campea
el fruto de
las huertas campesinas.
En otro extremo, la rural gallera
donde afluye
la tropa abigarrada,
que apuesta
en la embriaguez de la jugada
cuanto lleva
en valor la faltriquera.
Y cuando
empieza a declinar el día
la pintoresca
múltiple teoría
de la gente
que torna a sus lugares;
dichosos unos
al vencer su gallo,
y otros,
muertos de alcohol sobre el caballo,
con olvido
fugaz de sus pesares.
VII
Junto a la
casa en que la niña mora
Como reina
gentil de la comarca,
para servir a
su imperial señora
al garrido alazán el cuello enarca.
Acuden a la
cita alborozada
en corceles
vivaces y altaneros,
otras niñas
del pueblo, prestigiadas,
de una corte
de mozos caballeros.
Ganan
sonrientes la campiña abierta,
que se ofrece
a sus ansias como puerta
para soltar
el volador deseo.
Y cuando
tornan con la luz que expira,
hay más de
una doncella que suspira
prisionera feliz
de un devaneo.
VIII
Es medianoche.
En el astral sosiego
suena el
bordón de la guitarra tierna;
está enhebrado,
con la voz del ruego
una canción
para la amada eterna.
En las
blanduras de la muelle alcoba
La virgen
sueña entre la calma tibia;
El bardo
canta a quien su amor le roba
Y espera en
vano a quien su pena alivia.
Afuera el
aura en el rosal anida,
Entre celajes
de la blanca luna,
Para quedar
en el barcón dormida.
En la
penumbra de la reja maga,
la suspirante
endecha sin fortuna
en el
silencio idílico se apaga.
IX
Viene el
otoño con sus aires fríos
y maduran los
granos en las eras;
se inicia el
afanar en las queseras;
sucede la
estampada a los plantíos.
Con la diaria
labor es la hatería
una porción
de la colmena humana,
que amasa con
el pan de la sabana
el hondo amor
a la heredad natía…
Muere la
tarde en el confín sangrante,
Y se pueblan
los llanos y los cerros
Con el mugido
del ganado errante,
Que acosado
en la cola por los perros,
Busca el
abrigo del corral distante
Entre el
ronco ulular de los cencerros.
X
Es nochebuena.
El bravo mocerío
echa la
pierna a su mejor potranca,
y entre unos
tragos de aguardiente arranca
en busca del
liviano mujerío.
Luce
orgulloso tricolor bufanda
y el traje
que ganó con la cosecha;
y oculta
adrede en la cintura estrecha
el arma
protectriz en la parranda.
En los
jolgorios del poblado encuentra
la moza
alegre y el violín serrano,
y en
competencias del amor se adentra.
Mas cuando al
templo el campanario invita
para cumplir
con su deber cristiano
el fervor en
su pecho resucita.
XI
¡Pasajes de las altas cordilleras:!
¡Llanuras con
sus flores amarillas!
¡Ribazos en
que crecen las javillas
sombreando de
verdor las torrenteras!
¡Majestad de
los anchos horizontes!
¡Brisas
cargadas de boscoso aliento!
¡Mariposas de
junio por el viento!
¡Palomas y torcaces
de los montes!
¡Luna de
agosto tras plomizo velo
y luna de diciembre
suspendida
como un
diamante en la oquedad del cielo!
Recostado en
la sangre de mi herida,
Volviendo atrás
el torturado anhelo,
siento pasar
mi juventud florida.
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