Pedro M. Archambault/Fragmento de su obra Historia de la
Restauración
Presos en San Juan de la Maguana el prócer y sus heroicos
compañeros fueron
implacablemente sentenciados a muerte de orden de Santana, por un Consejo de
Guerra presidido por un enemigo de Sánchez, el general Domingo Lasala; el
fiscal era el coronel Tomas Pimentel..
El juicio
cuya sentencia vino pronunciada de la
Capitanía General revistió un carácter aparatoso y cruel. El general Francisco
del Rosario Sánchez hizo cuando pudo en sus declaraciones por salvar a sus
compañeros, asumiendo toda la responsabilidad del movimiento.
Ya
pronunciaba la sentencia de la venganza, el coronel español Peláez le pidió por
escrito a Santana clemencia por la vida de los prisioneros y otros oficiales
españoles insistieron en el perdón. Pero inútilmente: en aquel corazón salvaje había muerto la piedad y solamente se
animaba para el logro de sus ambiciones y de sus crueles venganzas.
La
oficialidad española había reprobado el fusilamiento del coronel Contreras y compañeros en Moca y no quería que la
anexión de un pueblo engañado fuese sellada con sangre de patriotas. Pero Pedro
Santana, el verdugo de María Trinidad Sánchez, creía en su ignorancia, que el
fuego inmortal del patriotismo podía apagarse en un lago de sangre. ¡No había
seguramente estudiado la historia de todos los tiempos!.
¡La patria
puede aparentemente morir con el fresco de Kosciuszko, pero resurgirá un siglo
y cuando después , con el renacimiento de Polonia1
El padre
Barrientos le administró los sacramentos al prócer de la Puerta del Conde, que
fue fusilado en la tarde del 4 de junio 1891 con sus compañeros mártires en la
villa de San Juan de la Maguana. Mientras le conducían al patíbulo, herido,
sobre una silla, iba recitando el miserere: “Yo soy la bandera nacional,
repitió, quiero morir envuelto en ella”. Lo cual le fue concedido como un último honor al que sólo vivió para
la libertad desde la jornada épica de febrero.
El comandante
Antonio Luzón del batallón 2La Corona” protestó enérgicamente del fusilamiento,
y para no autorizarlo con su presencia, salió de San
Juan con sus fuerzas. También el Segundo Cabo el brigadier Peláez pidió desde
Azua clemencia a Santana por los sentenciados. Inútilmente. Estos
acontecimientos sanguinarios le
revelaron al Pueblo que no habían cesado los odios santanitas y las pérdidas
venganzas, si aun después de morir la República; pues el general Santana seguía
viendo con malos ojos a los baecistas y amenazándoles. Lo cual aumentaba la
hoguera de la revolución.
La masonería
para librarse de persecuciones se vio constreñida a cerrar sus templos. Pero
sus miembros tenían que ser fieles a la consigna liberal de dicha institución,
dedicada a la caridad, al derecho y a la libertad.
Creciendo la
ola del descontento general surgió el movimiento de Neyba en la madrugada del 3
de febrero 1893. Un grupo de 50 hombres, con el comandante Cayetano Velázquez a
la cabeza, pronunció a Neyba e hizo preso al comandante de armas general
Domingo Lasala.
Pero los
vecinos consideraron ese movimiento una locura y se reunieron en l Alcaldía,
atacaron la comandancia, vencieron a los patriotas y prendieron al comandante
Velásquez bajo la dirección del Alcalde.
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