Por EMILIA PEREYRA
Emilia Pereyra
Bizarra, transgresora y prominente cabeza de una raza oprimida y devastada, Anacaona, cacica de Jaragua y de Maguana, es una referencia lejana en la memoria dominicana, a pesar de su importancia histórica.
El rol que desempeñó como lideresa y los singulares talentos de su personalidad han determinado que perviva el recuerdo de esta mujer, descrita en diversos textos de la primera etapa de la Colonia española y en otros de la contemporaneidad.
No obstante, el recuerdo de Anacaona no es vivo ni constante. No se le evoca con tanta frecuencia, como a otras figuras de la historia nacional. Aunque forma parte del panteón heroico de la primera época colonial, pues murió ahorcada a manos de los españoles en 1503, por órdenes del gobernador Nicolás de Ovando, para dar un “ejemplo” a la población taína, no es frecuente en estos tiempos leer sobre su vida ni escuchar acerca de sus proezas y tormentos.
Pero es estimulante constatar que la existencia y circunstancias de la cacica, hermana de Bohechío y esposa de Caonabo, continúan despertando el interés de personas vinculadas a la investigación histórica y a la cultura, que han considerado necesario profundizar sus indagaciones para aportar una visión más amplia sobre esta mujer, ponderada por su belleza, condiciones artísticas y valentía.
La cacica Anacaona, quien según el cronista Mártir de Anglería componía areítos, es precisamente objeto de estudio en la actualidad de la acreditada crítica literaria y especialista en literatura hispanoamericana Catharina Vanderplaats de Vallejo, quien recientemente pronunció en la Academia Dominicana de la Lengua una bien documentada conferencia titulada “500 años de construcción ideológica de la Flor de Oro”, que alude al apelativo de la jefa taína.
Nos llama poderosamente la atención la amplia y diversa bibliografía que la profesora Vanderplaats de Vallejo aporta sobre Anacaona, descrita por algunos cronistas como una mujer cortés, prudente, de gracioso hablar y amiga de los españoles, hasta que reaccionó ante la crueldad con que actuaban los ambiciosos “conquistadores” para someter a los taínos.
En los siglos XVI y XVII, Gonzalo Fernández de Oviedo, Juan de Castellanos, Bartolomé de las Casas, Antonio de Herrera y Tordesillas y Luis Joseph Peguero reconocen en sus textos la presencia de Anacaona en la Española, a quien se le atribuyó dirigir, junto a su hermano Bohechío, la organización de una rebelión contra los extranjeros.
Obras literarias del romanticismo como el poema “Anacaona”, de Salomé Ureña de Henríquez, textos de José Joaquín Pérez y la novela “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván, también aluden a la cacica, a quien se le atribuye la composición del areíto denominado “ ”Igi Aya Bongbé”, que significaría “primero muerto que esclavo”, tratado por el escritor José Joaquín Pérez en su obra “Fantasías indígenas”.
El mencionado areíto dio lugar a una serie de confusiones, pero posteriormente se aclaró que la composición es en realidad un canto acriollado de los practicantes haitianos del vudú interpretado en sus combates contra los blancos.
No es casual, pues, que la cultura haitiana celebre a Anacaona como una de las suyas. De hecho, autores del país limítrofe han producido varias obras acerca de la reina mártir. Sobre ella han escrito autores como Jacques- Stéphen Alexis, Frédéric Burr-Raynaud, Hermann Covington, Marc Laroche, Emile Marcelin, Jean Matellus, Saint Arnaud y Edwidge Danticat.
Sin dudas, el legado de Anacaona ha resistido el paso de los tiempos convulsos que han vivido las generaciones sucesivas y cuando parece que se opaca resurge con esplendor.
El cautivador interés que despierta el mito de la reina indígena es una demostración de la proyección histórica que logran los liderazgos trascendentes como el de esta taína que sobresalió por la fortaleza de su carácter y sus particulares atributos, en una época de barbarie y desesperanza.
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