Roberto Rosado Fernández.
UASD, San
Juan de la Maguana.
El sistema de vida que se ha
impuesto en la República Dominicana en
los últimos tiempos esta permeado por un cada vez más creciente consumismo.
Este modelo de sociedad genera expectativa,
principalmente en la juventud que lo obliga a querer tener lo que un trabajo
remunerado no le permite adquirir.
La juventud de más de 14 años
hasta los 21 años, y, tal vez más, no posee la cultura del trabajo, además de
no tener, en la mayoría de los casos, una orientación en el hogar que lo
conduzca a obtener lo que quiere por medio de lo que adquiere como resultado
del trabajo que realiza y el ahorro para solución de problemas perentorios.
Desde las instancias del Estado
hay mucha inoperancia en ese sentido, pues, las instituciones llamadas a crear
un ambiente de trabajo han sido tan influenciadas por el mundo del consumismo
que han creado la sensación de la búsqueda de dinero fácil para exhibir bienes
que toda la sociedad cuestiona en virtud del salario que devenga y la función
que desempeña.
Reitero, un modelo de sociedad de
consumo que lo obliga a querer tener lo que su
trabajo o empleo y el salario que devenga no le permite obtener.
Esta actitud, a veces
irresponsable, ha llegado a la mayoría de las instancias llamadas a trazar
pautas para impedir que la gente se desespere y delinca, y, aplicar correctivos
cuando se cometen hechos que contraponen
lo que establecen nuestras leyes.
Se ha desarrollado una actitud de
“sálvese quien pueda”, dando paso a una creciente delincuencia que ha hecho
preso a gran parte de la población
provocando reducción del territorio a recorrer por temor a ser despojado de lo
que tiene o que se lleven lo que dejo en la casa. La gente se ha convertido en vigilante permanente
de la casa donde vive, porque ya no hay cerradura, ni alarma, ni candado
que los detenga si elijen la suya como
blanco de la búsqueda del dinero que necesitan para suplir sus exigentes
necesidades.
Yo quiero tener los bolsillos
llenos sin esperar la quincena de cada mes, sin cumplir horario de trabajo, sin
esperar un cliente en el taller de mecánica, de herrería o de electricidad, en
un puesto de vendutero de frutas , de víveres o de hortalizas, sin tener que
levantar la voz para anunciar productos en guagua anunciadora, es la impronta
del momento que ha metido a tantos jóvenes, a veces niños y adolescentes, a
quitar armas, arrancar prendas, hacer atracos muchos de los cuales la vida se
le acorta sin disfrutar de lo que su desmedida aspiración lo hace obtener,
consiguiendo morir antes de la fecha en la misma forma violenta como logran el
dinero.
De continuar este ritmo acelerado de violencia
provocada básicamente por el poder mediático y su incidencia determinante en la
sociedad, pronto convertiríamos a los pueblos en cárceles domiciliarias para
cuidar las pertenencias adquiridas en el curso de su vida.
Una política desde el estado de generación de empleos de calidad y bien
remunerados, de eliminación de la impunidad, la violencia y la criminalidad, de
fortalecimiento de la escuela y la familia, de protección del medio ambiente y
los recursos naturales, ayudaría a incidir en la juventud para que disminuyan
las razones que lo impulsan a tomar el rumbo de la violencia y del delito.
Esas tareas están a la orden del
día y es apremiante ponerlas en práctica para
contribuir a controlar la creciente violencia que actualmente nos
arropa.
Los mayores no verían morir a sus hijos a
temprana edad y los abuelos se irían más
contentos a su morada final sabiendo que sus hijos y nietos son quienes lo
conducen a depositarlo en su eterna
estadía a los pies del señor.
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