Miguel Collado
De muy joven Fania (o Fanny) sintió y demostró pasión por
la lectura, base fundamental en la formación y desarrollo de todo creador
literario. (Ambos andábamos por los 20 y tantos años cuando nos conocimos y ya
era una educadora respetable en su natal San Juan de la Maguana; escribía con
seudónimo para entonces).
Quizá en esa pasión podríamos encontrar la
explicación de la madurez y la brillantez de su narrativa, de todo su quehacer
como cultora tanto de la poesía como del cuento. Pero digo algo más: como pensadora,
pues posee ella una capacidad reflexiva en torno a su oficio y en torno a todo
que pocos escritores dominicanos pueden exhibir, en su mayoría con hondas
lagunas culturales y faltos de educación en el plano humanístico, lo cual no
ocurre con nuestra admirable autora de “1958: Llorando a Elena”, texto
narrativo con el que ella nos muestra su indudable fuerza como como narradora.
Tempranamente incursionó en la literatura de ficción (poesía y cuento),
obteniendo varios galardones en certámenes literarios regionales y nacionales.
Más importante que eso es su consistencia silenciosa a través del tiempo, sin
ruido y con perseverancia, modelando su propio estilo, trabajando con sentido
crítico y con un alto grado de autoexigencia, asumiendo con seriedad y sin
espectacularidad su oficio. No sé si alguien lo habrá dicho, pero yo lo voy a
decir: en toda la historia de la literatura del sur dominicano Fania Herrera es
la cuentista más representativa.
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