Cuento
de fin de año
Rafael
Achecar Chupani
Anjélica
quería que la Estatua de la Libertad se enamorara. Tenía un grupo de muchachos
a quienes les hablaba simulando una voz baja y grave, al estilo de Barry White,
mientras los colocaba en la salita de su casa de muñecas.
--Tienen que decirle siempre que es bonita--fue su primer consejo.
Era una niña a quien se le notaba la dulzura desde la distancia. Con
cada movimiento de sus manos parecía que iba a construir algo de color, algo
que tuviera brillo. A los ocho años de edad prefería a sus amiguitos, en vez
del control remoto de la televisión.
El afiche de La Estatua de la Libertad, de casi cinco pies de
altura, estaba fijado a la pared con tachuelas de colores, frente a frente a la
casa de muñecas. Anjélica no sabía definir el silencio de la muchacha
sosteniendo hacia arriba la antorcha en su mano derecha, pero lo sentía. Le
gustaba la corona, que sabía podía subir escalón a escalón y tocarla desde
adentro. Ponía sus dedos en la túnica de bronce y la creía reina; notó
que nunca envejecía, que no le salían arrugas. Era la muchacha que le
acompañaba su sueño en la oscuridad de su aposento. Anjélica creyó que
merecía tener compañero.
Comenzó con "El Hulk, El Hombre Increíble", y fue directo al
punto.
--Eres muy verde y tienes la cara fea--lo tiró en el canasto de sus
juguetes que no eran importantes para ella.
Levantó del sofá de la salita a "El Hombre
Agua"--"Aqua-Man", quien vivía en el mar y se comunicaba
telepáticamente con la vida marina.
--Este tipo siempre está mojado, le habla sólo a los peces--no lo tiró
al canasto, lo colocó en el piso, entre la casa de muñecas y su cama, en caso
de que necesitara otra revisión.
Al "Pingüino" de "Batman" lo encontró muy villano,
relacionado con criminales y acérrimo enemigo de "Batman", a quien
Anjélica estaba considerando, pero lo descartó por el "batmovil".
-- No es un carro que uno se sube, si no que uno se pone, no tiene
puertas, hay que entrar por la capota. Es pequeño y estrecho, tanto, que el
vestido de "La Señorita" se plegaría.
Estaba casi segura que la corona se le volaría de la cabeza.
--No hay nada más feo que ver a una reina con el vestido ajado y sin
corona--dijo, antes de pensar en el próximo problema de "Batman",
"Robin".
--Siempre
andan juntos, no se separan, el "Duo Dinámico"--entonces se hizo la
pregunta que complicó más la situación.
--¿Porque?
El otro problema con "Batman" era la máscara, a Anjélica le
daban pesadillas de sólo verla, le tenía miedo y amanecía con dolores en los
oídos oyendo el chirrillo de los murciélagos imaginarios, mientras volaban bajo
el techo de su aposento.
Se deshizo del "Capitán Maravilla" sin titubeos. No entendió
como era posible transformarse en otra persona con sólo gritar "SHAZAM",
y al canasto se fue "El Capitán".
Con "Tarzan" se tomó un poco más de tiempo, pero le dijo lo
que tenía que decirle.
--Usted fue criado por monos, no sabe hablar o lo sabe poco, y vive en
la selva. Además ya usted tiene a Jane y un chimpacé llamado "Chita".
"La Señorita" merece algo mejor.
Anjélica tenía cierta debilidad por "Superman", el hombre de
acero, inmune a balas y cañones, volaba y casi podía estar en diferentes sitios
al mismo tiempo. En realidad eran dos hombres en un sólo cuerpo, uno era
"Clark Kent" y el otro "Superman". Había algo más,
"Superman" tenía ya a "Lois Lane". Eso iba a molestar a
"La Señorita". Lo puso también en el piso junto a
"Aqua-man", por si cambiaba de opinión.
Sacó al "Hombre-araña" de la salita de su casa de muñeca con
tanta delicadeza, como si hubiese regresado de la manicurista. Revisó tan
despacio el disfraz, los colores y las botas rojas altas que le llegaban casi a
las rodillas, como si fuera la primera vez que lo conociera. Lo veía humano. No
habían trucos que lo convertirían en otras cosas. La magia de la tela de araña
y la habilidad de pegarse a cualquier superficie, la controlaba igual que una
marioneta halada por cuerdas.
--¿Cómo es posible creer en alguien a quien no se le ve la cara, ni los
ojos?--Lo decía por la máscara. Era masiva, color azul y rojo, le cubría los
ojos, las orejas, todo el cuello y la cabeza.
--De mi mamá aprendí que "la cara es el espejo del alma"-- se
resignó a colocar al "Hombre-araña" en el piso, junto a
"Aqua-man" y "Superman", pero más cerca de ella.
Cuando tomó a "Atlas" con el universo cargado sobre sus
hombros, Anjélica sintió el peso de las estrellas en sus manos. El día que vio
el monumento de "Atlas" en la Quinta Avenida de Nueva York, ella fijó
sus ojos en los de él y juró que ascendió hasta que estuvieron cara a cara. Esa
fue la excusa que dio a su papá para convencerlo que necesitaba a
"Atlas" en su casa de muñecas. En sus ocho años de vida ese fue su
tercer viaje a la Quinta Avenida. Los dos primeros no los recordaba.
"Atlas" no tenía trucos, no usaba máscaras, no se convertía en
alguien más, no tenía carros supersónicos, al contrario, se pasaba los días de
pie, sosteniendo la gran bola en sus hombros, mientras mantenía la cabeza
cabizbaja. Aunque casi desnudo y cansado, Anjélica creyó que "Atlas"
venía del cielo, porque la cara le olía a lluvia y a sol. Lo colocó en el piso,
a los pies del afiche de La Estatua de la Libertad, la niña les recordó que
tenían que entenderse, que comenzaran primero a mirarse en los ojos, sin
parpadear. Anjélica había tomado su decisión.
--¿Qué traes en tus hombros?
--Los problemas del mundo--contestó "Atlas"
A Anjélica le pareció que "Atlas" se acomodó el universo mejor
en sus hombros, para mantener el balance.
--Me dio trabajo llegar a ti. Mantener el mundo en los hombros es
difícil, no puedo hacer nada más, nadie me felicita, ni me pone atención.
"Atlas" hablaba con voz baritonada ahora, en vez de la grave y
profunda de Barry White.
--Fui el último que salí de la casa. Tuve que luchar en contra de
monstruos verdes, hombres que volaban, otros que vivían en la selva, otros en
el mar, otros que caminaban sobre tela de arañas y con un murciélago que
manejaba un carro.
" La Señorita" lo escuchó con la atención de las personas
acostumbradas a decir la verdad. Creyó todo lo que "Atlas" decía.
--Los problemas del mundo son mis problemas también--ella sonaba como si
cantara e inclinó la cabeza tratando de encontrar la mirada de
"Atlas".
--Bien. Pero se han añadido otros problemas nuevos. El mundo pesa más
ahora--eso lo dijo "Atlas" con un gemido de cansancio y un sabor a
pastillas anti-depresivas en la boca, que Anjélica tuvo que acariciarle el
cuello con sus dedos, como queriendo levantar al mundo de sus hombros.
--Podemos repartirnos los problemas. Dame los nuevos y quédate con los
que ya tienes.
--Pero para repartirnos problemas se necesita amor--dijo
"Atlas".
"La Señorita" le contestó inmediatamente .
--Mi nombre es "Libertad" y mi apellido es
"Amistad"--esta vez lo dijo cantando y lo repitió como un estribillo.
"Atlas"
hizo una lista mental de los nuevos problemas y los encontró muchos, hasta que
los volvió a contar. Eran muchos.
Anjélica tenía el peinado de su largo pelo de una manera lisa y echado
hacia atrás. Se dejó caer algunos mechones en la frente que casi tocaban sus
ojos grandes y abiertos, como si siempre estuviera preguntando. El color negro
de sus ojos acentuaba más su inocencia. Se levantó del piso con
"Atlas" en sus manos y lo aproximó a "La Señorita", hasta
que tocó su mano izquierda sujetando la tableta con la Proclamación de la
Indepencencia. "Atlas" le habló con aire de protección y
sinceridad.
--Esto va a necesitar más que amistad.
Entonces sostuvo el mundo con sólo la mano izquierda, deslizó su mano
derecha por la túnica de la muchacha que le cubría la espalda, hasta que
alcanzó su cintura, se miraron a los ojos, sin parpadear, y "Atlas"
apoyó su cabeza con el mundo en sus hombros en el regazo de La Estatua de la
Libertad.
Lansdale,
Pensilvania
Diciembre
2016
Enviado
desde mi iPhone
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