Tahira Vargas
El sentido de “la dominicanidad” desde un análisis cultural y desde la perspectiva de la identidad es sumamente complejo, encierra muchos elementos vinculados a patrones de arraigo en el territorio, enculturación de valores, símbolos-representaciones y un sentido de cohesión social vinculado al sentido de pertenencia.
En este momento vivimos un proceso de invisibilización de este sentido de la dominicanidad con el ejercicio continuo de la negación de la misma a personas que han construido su identidad desde su nacimiento en nuestro territorio por varias décadas.
Una gran parte de la población se debate entre el ser “dominicanos de pura cepa” o no. Se denominan “dominicanos de pura cepa” aquellas personas nacidas en el país con padres y madres dominicanos. Si aplicamos este concepto literalmente a muchos de nuestros personajes históricos encontramos que no eran dominicanos de pura cepa, porque su padre o su madre eran extranjeros (Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperon, Antonio Duverge, Máximo Gómez, Ulises Heuraux, Juan Bosch, José F. Pena Gómez, Joaquín Balaguer, Jacobo Majluta, entre otros).
La dominicanidad de pura cepa, no existe. Somos una nación formada de mezclas de diversas etnias desde 1492. Una isla con una historia de migraciones permanentes de grupos humanos diversos como: árabes, ingleses, franceses, italianos, libaneses, cubanos, puertorriqueños, afroamericanos, cocolos y haitianos.
La dominicanidad se encuentra en estos momentos en un estado de confusión y de trasiego en miles de personas que han vivido durante años como dominicanas, ahora sufren el despojo de su nacionalidad. Miles de personas que en intentos de renovación de su acta de nacimiento se le niega porque son “extranjeros”, denominación que solo se utiliza para quienes tienen padres/madres o abuelos haitianos no así para otros hijos/as de migrantes (chinos, cubanos, puertorriqueños, españoles, italianos…)
Es el caso de un hombre que nació hace 70 años en Higuey, desde 1945 ha ofrecido su voto en todos los procesos electorales del país, duró 45 años trabajando como técnico electricista del CEA, tiene hijos y nietos en el país, se pregunta “de donde soy ahora, me dicen que ya no soy dominicano”. “Fui dominicano cuando represente al país como jugador de béisbol en Puerto Rico y Panamá, y di muchos jonrones para la Republica Dominicana, fui dominicano cuando le deje al estado millones de pesos de mi trabajo ininterrumpido en el CEA y fui dominicano cuando procree una familia de hijos y nietos profesionales, ahora no lo soy, me niegan mis papeles y me dicen que ahora después de 70 años de ser dominicano, soy extranjero”.
Una mujer de San Juan cuenta: “Yo me siento dominicana, todo lo que hago, mis costumbres, la comida, juré por este país y juré por la bandera, sin embargo, no me tratan como dominicana, porque no tengo papeles, me dicen que soy haitiana porque soy morena, pero no lo soy, no se hablar haitiano, no tengo familia haitiana, nunca he ido a Haití”.
Esta lógica de exclusión de las personas de piel negra por ser “sospechosos” de no ser dominicanos es una negación de nuestros orígenes y de nuestra negritud. Una negritud que se convierte en una “vergüenza” una “humillación” y motivo de represión, como en la dictadura de Trujillo.
Esta tendencia represiva contra las personas de piel negra por “dudosa” nacionalidad tiene graves consecuencias en nuestra cultura y nuestra identidad. Si negamos nuestras raíces negras por miedo a convertirnos en haitianos, estamos negando nuestra historia y lo que somos como pueblo, como cultura. Esta identidad confusa afecta notablemente la cohesión social interna del país porque se quiebran los patrones de arraigo y el sentido de pertenencia.
La continuación de este ejercicio de segregación de la población entre negros y no-negros (en realidad mulatos, no blancos) nos está llevando a una peligrosa práctica de “apartheid” que deteriora la convivencia social y desencadena brotes continuos de violencia social.
Una sociedad donde la mayoría de su población es negra aunque se autodenomina “india” o “india oscura” viviendo en una zozobra continua, si viaja en una guagua publica hacia el Suroeste o la Línea Noroeste se le registra porque “parece” haitiana. Nuestra población en su mayoría esta amenazada de convertirse en extranjero en su propio país por su negritud, pareciera que no estamos en pleno siglo XXI y en una “supuesta” sociedad “moderna” y “democrática”.
El sentido de “la dominicanidad” desde un análisis cultural y desde la perspectiva de la identidad es sumamente complejo, encierra muchos elementos vinculados a patrones de arraigo en el territorio, enculturación de valores, símbolos-representaciones y un sentido de cohesión social vinculado al sentido de pertenencia.
En este momento vivimos un proceso de invisibilización de este sentido de la dominicanidad con el ejercicio continuo de la negación de la misma a personas que han construido su identidad desde su nacimiento en nuestro territorio por varias décadas.
Una gran parte de la población se debate entre el ser “dominicanos de pura cepa” o no. Se denominan “dominicanos de pura cepa” aquellas personas nacidas en el país con padres y madres dominicanos. Si aplicamos este concepto literalmente a muchos de nuestros personajes históricos encontramos que no eran dominicanos de pura cepa, porque su padre o su madre eran extranjeros (Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperon, Antonio Duverge, Máximo Gómez, Ulises Heuraux, Juan Bosch, José F. Pena Gómez, Joaquín Balaguer, Jacobo Majluta, entre otros).
La dominicanidad de pura cepa, no existe. Somos una nación formada de mezclas de diversas etnias desde 1492. Una isla con una historia de migraciones permanentes de grupos humanos diversos como: árabes, ingleses, franceses, italianos, libaneses, cubanos, puertorriqueños, afroamericanos, cocolos y haitianos.
La dominicanidad se encuentra en estos momentos en un estado de confusión y de trasiego en miles de personas que han vivido durante años como dominicanas, ahora sufren el despojo de su nacionalidad. Miles de personas que en intentos de renovación de su acta de nacimiento se le niega porque son “extranjeros”, denominación que solo se utiliza para quienes tienen padres/madres o abuelos haitianos no así para otros hijos/as de migrantes (chinos, cubanos, puertorriqueños, españoles, italianos…)
Es el caso de un hombre que nació hace 70 años en Higuey, desde 1945 ha ofrecido su voto en todos los procesos electorales del país, duró 45 años trabajando como técnico electricista del CEA, tiene hijos y nietos en el país, se pregunta “de donde soy ahora, me dicen que ya no soy dominicano”. “Fui dominicano cuando represente al país como jugador de béisbol en Puerto Rico y Panamá, y di muchos jonrones para la Republica Dominicana, fui dominicano cuando le deje al estado millones de pesos de mi trabajo ininterrumpido en el CEA y fui dominicano cuando procree una familia de hijos y nietos profesionales, ahora no lo soy, me niegan mis papeles y me dicen que ahora después de 70 años de ser dominicano, soy extranjero”.
Una mujer de San Juan cuenta: “Yo me siento dominicana, todo lo que hago, mis costumbres, la comida, juré por este país y juré por la bandera, sin embargo, no me tratan como dominicana, porque no tengo papeles, me dicen que soy haitiana porque soy morena, pero no lo soy, no se hablar haitiano, no tengo familia haitiana, nunca he ido a Haití”.
Esta lógica de exclusión de las personas de piel negra por ser “sospechosos” de no ser dominicanos es una negación de nuestros orígenes y de nuestra negritud. Una negritud que se convierte en una “vergüenza” una “humillación” y motivo de represión, como en la dictadura de Trujillo.
Esta tendencia represiva contra las personas de piel negra por “dudosa” nacionalidad tiene graves consecuencias en nuestra cultura y nuestra identidad. Si negamos nuestras raíces negras por miedo a convertirnos en haitianos, estamos negando nuestra historia y lo que somos como pueblo, como cultura. Esta identidad confusa afecta notablemente la cohesión social interna del país porque se quiebran los patrones de arraigo y el sentido de pertenencia.
La continuación de este ejercicio de segregación de la población entre negros y no-negros (en realidad mulatos, no blancos) nos está llevando a una peligrosa práctica de “apartheid” que deteriora la convivencia social y desencadena brotes continuos de violencia social.
Una sociedad donde la mayoría de su población es negra aunque se autodenomina “india” o “india oscura” viviendo en una zozobra continua, si viaja en una guagua publica hacia el Suroeste o la Línea Noroeste se le registra porque “parece” haitiana. Nuestra población en su mayoría esta amenazada de convertirse en extranjero en su propio país por su negritud, pareciera que no estamos en pleno siglo XXI y en una “supuesta” sociedad “moderna” y “democrática”.
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