Espejo del Pasado
E.O. Garrido Puello
Todos los pueblos dignos tienen su personalidad espiritual y su fisonomía propia San Juan de la Maguana es de aquellos pueblos que llevan arraigados en su propia entraña los más elevados sentimientos de su propio valor.
Los años y el progreso han revolucionado el ambiente quizás lo hayan enturbiado un poco., pero el sanjuanero puro no ha perdido su personalidad. Sigue siendo sobrio, consciente de su mérito, trabajador y hospitalario dentro de la cortesía y el mutuo respeto.
Estas notas son evocadoras de un pasado pletórico de remembranzas venturosas. Forman parte de mi juventud y de un periodo de grandeza moral de mi pueblo, donde las complicaciones eran raras como decentes y acogedoras las personas. La vida discurría fácil, entre amigos que fraternizaban, sin intereses encontrados ni politiquería disociadora. El amigo lo era de corazón y se compenetraba con las penas o alegrías de su camarada. ¡Qué tiempos!.
La colonia italiana era poco numerosa., pero también escasos eran los extranjeros residentes en el pueblo. La componían hombres ocupados en el comercio al por menor. Ninguno en esa época había trasladado su familia al país como hicieron algún tiempo después. Los domingos se congregaban en la morada de donFlor Marra. El grupo lo formaban, además del anfitrión, don Antonio Marra, don Liberato Marranzini, don Graciela Marranzini, don Antonio Marranzini y dominicanos don Eugenio V. Garrido, mi padre, y yo, que siempre vivía pegado a los fondillos de los mayores. Se jugaba brisca y se pasaba un rato de franco y amistoso compañerismo. El juego de básica no tenía ningún fin especulativo. Era un entretenimiento para pasar el tiempo en algo, ya que no había otra cosa mejor que hacer. Se bebía cerveza caliente y al medio día una espaguetada. Eso era todo., pero ese todo distraía y hacia olvidar por un rato las rudezas del diario vivir.
En el ambiente de ese San Juan de la Maguana, apacible y pacato, no encuadraban los restaurantes. Resultaban discordantes y pocos productivos. Pupo con sus añejos de Baní y sus dulces y Niña Díaz con sus longanizas, chicharrones y fritos, no obstante sus humildes moradas, brindaban sitio acogedor y eso era suficiente para llenar las necesidades espirituales del sanjuanero de esa época.
Algunos añorábamos algo mejor, pero el medio aplastaba aspiraciones y sueños como si sobre los corazones cayera la pesada carga del tiempo y la distancia. Los que por la edad o sus escasas relaciones sociales no encontraban acomodo visitando amistades, donde Pupo y Niña Díaz se divertían charlando, comiendo y bebiendo Otros caseros y moderados en sus placeres, consideraban que era perder el sueño, más útil y beneficioso a la salud, el distraer su tiempo en reuniones que juzgaban insustanciales. Los contactos se hacían en visitas de familia y en los actos sociales: bailes, pasadías, etc.
Si mi memoria no tiene algún resquicio por donde se cuele algún recuerdo, fue Braulio Ruiz el primero que abrió un restaurante en forma. Allí había, además de bebidas, emparedados y dulces, un flamante billar y varias mesas para juegos de dominó. La novedad trajo público. La gente es novelera, inconsciente y olvidadiza. Pupo y Niña pasaron a la prehistoria y Braulio al escenario. Allí se congregaban don José Paniagua, don Miguel Dimayo, don Domingo Rodríguez, don Felipe Collado Martín, don Flor marra, don Liberato Marranzini, don Manuel de León, don José Lagrange, don Prospero Rodríguez (Fichín) y don José Fortuna, entre otros, y casi toda la juventud. La única reunión que le hacia contrapeso era la de Pedro Tomas Canó Soñé, de personas selectas más bien de formación intelectual: Víctor Garrido, Dr. Alejandro Cabral, Idelfonso Naut, Badín Garrido. Era un salón de pueblo pequeño con la diferencia de que lo presidí un miembro del llamado sexo fuerte. Temas: política y remembranzas históricas.
Este restaurante abrió sus puerta en la calle 27 de febrero, esquina Trinitaria, en una vieja casa adaptada que nunca ofreció comodidades adecuadas para el objeto a que se le destinaba. Estrecha y anticuada, los años tenían la culpa de su vejez.
José Paniagua y Miguel Dimayo eran tercios de billar., Felipe collado Martín, Liberato Marranzini y Manuel de León de dominó., Fichín, de todos los juegos habidos y por haber., Domingo Rodríguez, inquieto, nervioso, se marchaba apenas ocupaba asiento. Cuando su habitual intranquilidad le permitía algún reposo, acaparaba todas las sillas del rededor. Piernas y brazos ocupaban alguna.
Total: cinco sillas y una sola persona.
La movilidad del establecimiento, como la de los hijos menores de edad, no pasaban de la primera noche. Después de la diez ya era trasnochar y pocos se atrevían a desafiar las costumbres tradicionales del pueblo.
Don José Paniagua regulaba sus horas por la oscuridad. Una noche el entusiasmo del juego le hizo olvidar hora y regreso. De improviso suelta el taco sale a la calle, otea el firmamento y retorna al salón dice:
-Miguelito, es de noche., tu ganaste., me voy.
Don José invariable decía ya es de noche como indicación de hora avanzada.
El fuerte de Liberato era el dominó. Una noche que estaba muy perdido, se arrancó el cuello, se pasó el pañuelo por la cara y mirando impaciente hacia todos lados:
-Qué calore ¡ fue lo único que atinó a decir.
A Liberato le desagradaban los mirones a su lado.
Los suponía presagio de mala suerte. En el argot del juego a estos indeseados se les llama despectivamente obenques.
Una noche que tenía detrás un amigo al cual le faltaba un farol, mirándome y tapándose un ojo, me dijo:
-Como voy a ganar, como voy a ganar!
En otra oportunidad era un hombre de pequeña estatura el que ocupaba el asiento a su espalda. Miró hacia donde yo estaba y me gritó, un poco sofocado, levantando la mano hasta la altura aproximada del tamaño del obenque:
-Badí, el chiquitico, el chiquitico.
Fichín, aunque una generación mayor que la mía, gozaba entre nosotros de simpatía y compañerismo por su temperamento jovial, chancero y hasta un poco cómico.
Algunas veces le divertía hacerla de payaso con tal de llevar alegría al ambiente. Fichín, ya con el taco en la mano o en la mesa de dominó, sólo demostraba apetencia cuando alguien hacia algún pedido. Entonces él se antojaba de lo mismo. Si fulano decía:
-Braulio, un ron, Fichín inmediatamente repetía:
-Braulio, a mi también.
Si alguien pedía emparedado, dulce, ponche u otra cosa, invariablemente Fichín repetía la clásica palabra: a mí también.
Algunas veces Braulio lo atendía., pero otras sobretodo cuando las repeticiones superaban, se olvidaba del deseo demostrado por el pedilón, considerándolo manía de chiflado. Mi compañero de siempre era mi entrañable amigo y compadre don B. Arturo Batista. Haciéndose el acostumbrado eco de otro requerimiento, pidió un ron. Pasó un rato. Parece que en realidad tenía deseo de tomarlo. Me miró y haciendo un movimiento cómico con los ojos, preguntome:
- Me trajeron el ron
Como él pedía tantas cosas a la vez, nunca estaba cierto de lo que comíao bebía. Yo agarré la ocasión para hacerle una trastada y le contesté:
-Ya estás chocheando, hace rato que te lo bebiste.
Meneó los labios, se saboreó un poco, hizo varias mueca y terminó por decir, convencido:
-Verdad. Tengo el gusto en la boca.
Corina Piña acostumbraba a enviarnos todos los domingos en la tarde una bandeja de pastelitos al restaurante. Eran muy sabrosos y confeccionados expresamente para nosotros. Uno de esos domingos, Fichín tenía el taco en la mano y nosotros jugábamos dominó. Cuando llegó la bandeja, Fichín por dársela de gracioso, mientras nosotros comíamos, volteaba los ojos, arrugaba la cara, hacia señas y muecas, simulando un loco. A mi me pareció que la muchacha estaba asustada y le dije:
-Huye, que ese hombre se ha vuelto loco
La fámula no se hizo repetir la insinuación, abandonando el restaurante como alma que lleva el diablo, Fichín trató de detenerla., la llamó con insistencia., pero la muchacha corría desesperadamente creyéndose perseguida por el loco.
Fichín, que era el principal cliente de los pastelitos, se pasó mucho tiempo antes de perdonarme la jugarreta.
Parece que la emoción del juego hace subir la temperatura de los perdedores. Por lo menos esa es la impresión que reciben los mirones. El caso es que una noche en que a Fichín le acosaba de manera desconsiderada la mala suerte mientras jugaba billar, los espectadores lo veíamos intranquilo quitarse el saco, luego la corbata, mirar nervioso a todos lados, ordenar abrir ventanas, hasta que al fin, en la más cómica postura, decir a gritos:
-Braulio, me asfixio! Quitame ese pedazo de techo señalando hacia arriba.
Era enero. Noche azul y serena. Frío de invierno sanjuanero.
Las repentinas salidas de Fichín, siempre en actitud de actor, provocaban risa., pero esta fue una explosión de carcajadas. Su figura y la expresión de su rostro no invitaban a otra cosa. ¡Eran tan cómicos sus gestos de amargura y de crucificado de la mala suerte!
Don Felipe, antes de marcharse decía:
-Braulio, mi dulce con dulce. Esta frase significaba dulce de naranja en pasta rociado con el mismo dulce en almíbar.
Ni el dominó ni el billar se jugaban por interés. Por cada mesa de billar pagaba el perdedor 20 centavos a favor del establecimiento. En el dominó la casa cobraba 4 centavos por cabeza, que los ganadores tenían derecho a usufructuar en dulces, emparedados o cualquiera otra cosa disponible en la cantina.
Braulio le pastel negocio a santiago Matos, quien, para subir, le agregó una barbería. Los clientes eran siempre los mismos.
Era Noche Buena. Para hacer hora, como se dice corrientemente, entré al restaurante en espera de otras distracciones propias de la noche. Ocupé asiento junto al dueño. Braulio Ruiz leía un periódico. Distraído en interesante lectura parecía olvidado del lugar donde se encontraba. José Féliz, que había tomado la delantera en la celebración de la fecha, entró con un amigo. Se proveen de tacos y tratan de hacer carambolas. José, demasiado saturado, parece que viendo más bolas de las que habían sobre la mesa, fallaba y perdía el equilibrio, yéndose de bruces sobre la baranda. Contemplando Santiago y yo el ridículo espectáculo, nos reímos de las cómicas actitudes de los embriagados jugadores. De momento José, con los ojos caídos y la mente vacilante, dando un duro golpe en el suelo con el taco y encarándose con Braulio que leía tranquilamente:
-¿ De qué te ríes ¿Tú quieres pelear
Braulio suelta el periódico, mira sonreído a su increpador y le contesta:
-De manera que entre los tres que estamos aquí ¿el que te ha gustado he sido yo
¿ Por qué no te fajas con Badín o Santiago
¿Por qué son grandotes. Esos son los que se están riendo de ti.
La actitud de Braulio, cuya manera de hablar era sumamente expresiva, más bien explosiva y fuerte, nos hizo reír a todos, inclusive al retador, cuya pose sólo era de borracho gracioso.
El sábado es el día de mayor afluencia de campesinos a la población. Ese día las pulperías hacen una zafra vendiendo ron. La pulpería es el restaurante del campesino, el cual considera su visita al pueblo como un acontecimiento que hay que celebrar embriagándose, quizás porque es su único día libre y disponible para ahogar sus penas sobre una botella de veneno. Penas del duro trabajo sin rendimiento, de las luchas sin esperanzas, de la vida embrutecida y desamparada.
Zacarías Piña, extraviado el sitio, se presentó una noche en el restaurante. La borrachera era de esas que llaman de cinco pisos. Entró haciendo eses y se plantó frente al mostrador, mirando retador a la concurrencia. Pidió un ron. Cada vez que bebía un sorbo escupía y volvía la vista hacia el público con los ojos desorbitados, que parecían de loco en función de gallito de pelea. Su actitud era cómica y risible. Los presentes reían a la sordina. De momento se encara con el con el grupo más cercano, hace ademán de extraer un arma y pateando el suelo con vigor exclamó:
-jóvenes, en el tribunal de los burros el que más patea gana. Se irguió con bríos y abandonó el establecimiento caminando entre los parroquianos como majestad ofendida.
Muchos años después Valentín abrió un restaurante en la calle Independencia, esquina 27 de febrero. El mismo público frecuentaba los dos establecimientos. La pequeñez del pueblo y sus costumbres no permitían que cada restaurante tuviera su público., pero la rotación tenía algo que ver con la contabilidad. Valentín era flemático como un inglés. Una noche, a la llegada de algunos clientes, informó en alta voz, como para que todos los presentes se percatara de lo que estaba diciendo:
-Aquí hay uno que no puede jugar. Que no ponga las manos sobre las fichas si no quiere pasar vergüenza. Repitió dos o tres veces la misma cantinela.
Los presentes quisimos ponerlo en evidencia, no obstante que sabíamos a quien aludía, diciendo que su sorpresiva aclaración sería considerada como ofensa si no determinaba la persona a quien se estaba refiriendo. Todo lo que hizo fue dibujar una sonrisa y decir:
- El sabe¡ El sabe¡.
José Lench, comerciante establecido en Azua, por razones de su negocio, pasaba frecuentes temporadas en San Juan de la Maguana. Como aficionado al dominó compartía con nosotros tiempo y mesa en este agradable entretenimiento. Mi compadre Arturo y yo éramos sus principales contendientes y sus martirizadores. Lench, que presumía de jugador conspicuo, no se resolvía admitir nuestra superioridad y achacaba sus desventajas a la inhabilidad de sus compañeros . Su orgullo lo hizo importar de Azua a Neno Bucarely, a quien le atribuía excepcionales condiciones como jugador de dominó. Neno Bucarelly amaneció un domingo en San Juan Lench nos citó para las 10 de la mañana. Fuimos exactos. Las partidas concertadas tres dos, tendrían como ganancia una caja de cerveza, caliente naturalmente. En esa época San Juan de la Maguana no tenía fábrica de hielo. A las 4 de la tarde, cansados y aburridos, dimos por terminado el desafío con un balance de seis cajas de cerveza a nuestro favor.
Al levantarnos de la mesa, dije, en son de broma dándole a Lench una palmadita amistosa en el hombro:
-Convéncete, Lench, que tú eres muy poca cosa para terciar en justas de dominó con nosotros. Te perdonamo0s la ganancia.
Lench se sintió mortificados por mi broma, considerando que hería su orgullo deportivo y me respondió:
-No acepto esa renuncia. Yo0 no soy un pordiosero.
Nos reímos de su bronca, quedando todo como debe ser entre amigos y leales compañeros: no hubo vencidos ni vencedores. El honor y el humor de Lench quedaron a salvo. Esta justa se celebró en el restaurante de Valentín Féliz.
Esta descripción es una imagen del San Juan de la Maguana del primer cuarto de siglo: Noble, amistoso y de vida pacifica, ordenada y moral, donde los sitios de mala reputación se desconocían. La vida económica de los restaurantes era precaria. Se desplomaban por falta de clientes y consumidores
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