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miércoles, 2 de marzo de 2011
REFLEXIONES DE MIGUEL COLLADO
Ike, como colaboración con la página de San Juan en la red, aquí te envío varios artículos:
UNA REFLEXION
EL DINERO, BUEN SERVIDOR Y MAL AMO
Por Miguel Collado
Según Juan Jacobo Rosseau “el dinero es semilla del dinero”. Y es verdad:
el dinero, cuando se invierte y se administra bien, se reproduce y crece, se
multiplica. Pero muchos son los seres humanos que sólo se preocupan por
regar esa semilla, olvidándose de abonar la otra, la del espíritu, creyendo
acaso que lo más trascendental en la vida es el dinero.
Sabemos que lo anterior tiene sabor a lugar común, pero es que se ha
convertido en algo tan común el que la gente sólo –y casi siempre- piense en
el dinero, que causa espanto la manera en que los valores espirituales y
morales son considerados como artículos pasados de moda, incompatibles con
la post-modernidad que a diario nos asalta. Es como si la parte más oscura
del hombre se estuviera haciendo dueña de todo: “¡Oh miseria humana, a
cuántas cosas te sometes por el dinero!”, dice el genio de Leonardo de
Vinci, el mismo de la Gioconda.
Sorprende lo que es capaz de hacer el hombre por acumular riquezas
materiales. La historia registra casos espantosos y dramáticos de crímenes
horrendos motivados por el dinero. Los insaciables, los codiciosos, los
ambiciosos, los vanidosos, los temerosos de sí mismos, son los perseguidores
más implacables del dinero. Parafraseando a Edme- Pierre Beauchene, esos son
los que opinan que el dinero todo lo puede, por lo que “están dispuestos a
todo por el dinero”.
Hay que admitir ciertamente que el dinero es muy importante, aunque,
contrario a lo que dice Molliere, no consideramos que “es la llave que abre
todas las puertas”, pues con frecuencia el amor y la felicidad son puertas
que no se abren cuando toca Don Dinero.Y la honestidad de muchos hombres y
mujeres? ¿Qué de esa puerta con cerrojos impenetrables?
Sí estoy de acuerdo con Alejandro Dumas –no el autor de La Dama de las
Camelias, sino el de Los tres mosqueteros- cuando aconseja: “No estimes el
dinero en más o menos de lo que vale, porque es un buen servidor y mal amo”.
Es un pensamiento sabio, pues nos sugiere que seamos prudentes al valorar el
dinero, no haciendo lo que la mayoría de las personas hace: exagerar su
importancia colocándolo por encima de las demás cosas de la vida, inclusive
de aquellas tan esenciales para la existencia humana como la amistad y la
solidaridad.
Me gusta mucho una expresión norteamericana que los hispanos radicados en
los Estados Unidos de América han hecho suya: “Money is never enough, if
always helps” (El dinero nunca está demás, siempre ayuda). Y así es que debe
verse, como un recurso que te ayuda a sobrevivir, a alcanzar cosas que son
imprescindibles para la subsistencia: alimento, salud, vivienda y, entre
otras cosas, vestimenta para protegerse del frío atroz o del tórrido verano.
Finalmente, no debemos dejarnos ahogar por el afán de acumular fortuna, pues
entonces podríamos correr el riesgo de olvidar que la principal fortuna en
la vida es la vida misma, y que el dinero –tal y como ya lo dijo Dumas- “es
buen servidor y mal amo”.
***
UNA REFLEXION
EL ACTO DE AGRADECER
Por Miguel Collado
“La gratitud no sólo es la más grande de las virtudes, sino que
engendra todas las demas”
Cicerón
LA GRATITUD NO se resume en la palabra gracias, pues gracias es una palabra
que de tanto usarse ha ido perdiendo su importancia original y ha visto
disminuido su valor. La gratitud es mucho más que eso: se expresa en
acciones y actitudes, en emociones y sentimientos manifestados en
circunstancias muy especiales en las que las personas que nos han favorecido
necesitan de nosotros.
Agradecer lo grande y lo pequeño, los diminutos actos de amor, los detalles
cargados de cortesía o de ternura, dice mucho a favor de una persona. Lo
menos: que es educada.
No olvidar nunca favores y apoyos recibidos es símbolo de nobleza, pues
quien no agradece difícilmente hará cosas en bien de los demás: entre el
ingrato y el malvado no hay gran distancia.
Es por eso que consideramos que el ingrato tiene una negativa y extraña
manera de pensar y de sentir: piensa que el acto de agradecer es humillante
y, en vez de agradecer, prefiere maldecir y evadir a los que le han servido.
En esta actitud hay mucho de egoísmo, ya que el desagradecido está
convencido de que lo que se hace por él es obligatorio, y que merece todo lo
que por él se haga, porque es su legítimo derecho. Pero nunca está
satisfecho con lo que se hace por él.
Puede ser peligroso recibir favores de un ingrato, quien tiende a
magnificar y a sobrevalorar cualquier pequeño acto de bondad o de
generosidad que, con esfuerzo o sacrificio, pueda realizar. El espera
siempre un pago, es decir, los favores recibidos de ingratos no son
realmente favores, pues no es favor el que se hace esperando
compensación, reconocimiento o pago.
La honda satisfacción que nace de haber realizado una acción positiva que
beneficie, de alguna manera, a otro ser humano o a toda una comunidad de
seres humanos, tiene un valor emocional extraordinario cuando ha sido
sincera, honesta, la intención que ha animado al autor de esa acción. Es
este el mayor pago que –a nuestro humilde entender- pueda recibirse.
Algunas veces recuerdo a ese inigualable cantor mexicano llamado Pedro
Vargas cuando, al final de cada exitosa presentación, decía: “Muy
agradecido, muy agradecido...muy agradecido”. Y veo, en imágenes nítidas y
claras empotradas en mi memoria, que realmente el gran artista azteca
reflejaba en sus ojos ese sentimiento de gratitud que le daba vida, que lo
hacía más humano y más grande. Y es que al agradecer –como al perdonar- nos
engrandecemos y somos mejores seres humanos.
Si escogemos un día de nuestra vida para agradecer –a Dios, a nuestros
padres, hijos, hermanos y amigos; a los compañeros de trabajo o de viaje y a
los transeúntes que nos advierten del peligro de ser atropellados- los actos
de amor con los que hemos sido agraciados, entonces comprenderemos quizá la
importancia de agradecer a la vida el privilegio de vivir y que tan sólo el
hecho de vivir para agradecer ya le da sentido a nuestra existencia.
***
UNA REFLEXION
El PREPOTENTE, ADEMÁS DE MEZQUINO, ES ENVIDIOSO
Por Miguel Collado
RESULTA CURIOSO QUE el prepotente siempre acusa de prepotente a aquel que
no hace las cosas como él espera, desea y entiende que debe ser. Actúa en
forma fiera y destructiva, como con odio, cuando alguien se opone a sus
designios. Es decir, el prepotente le declara la guerra a quien no satisface
sus aspiraciones, aunque éstas sean improcedentes desde cualquier ángulo o
perspectiva.
En el Diccionario Enciclopédico Quillet encontramos una descripción del
prepotente que nos parece interesante: “se vale de su poder sobre otros para
mostrarse altivo o hacer injusticias [...]; impone su voluntad, con razón o
sin ella; es despótico, altanero, soberbio”.
En otras palabras: el prepotente se caracteriza básicamente por ejercer de
manera engreída, odiosa y abusiva el poder que ostenta. Generalmente lo hace
con arrogancia e investido de una falta de humildad desesperante.
Con tendencia a la insensibilidad, demuestra tener poco interés por ayudar
a los demás y tiende a darle de lado al qué dirán. El es él y nada más,
actitud que se aproxima al culto a sí mismo, asumiendo poses propias del
vanidoso y, a veces, del narcisista.
Ser bondadoso, amable, comprensivo y humanitario no es algo común en el
prepotente, pues su ego es tan grande que le bloquea la visión espiritual,
impidiéndole ver más allá de su centro de egolatría irritante.
Ser presumido, vano, subjetivo, discriminatorio, injusto, mal amigo y
petulante es muy común en el prepotente. Ese culto a su personalidad que
muchas veces exhibe con su vestuario estirado, como si su vida fuera un
desfile de moda permanente, también caracteriza al prepotente.
Pensar que todo lo sabe, que todos los conocimientos que a través de los
siglos ha acumulado la humanidad se concentran en él, es propio del
prepotente, pues absurdamente confunde la relación poder/sabiduría. Ahora
bien, los pocos conocimientos que quizá posee no los transmite ni los
divulga, ya que ser egoísta –y no sembrador de saberes- es su anhelo mayor.
Es por esto que tal vez siente envidia del que vive enseñando con el ejemplo
y con la palabra.
Afectado por esa misma corriente de envidia, el prepotente no resiste que
alguien a su alrededor se destaque o haga público lo que sabe. Por ejemplo:
él no acepta, bajo ninguna circunstancia, que en su centro de trabajo otro,
y no él, ejerza influencias sobre el jefe o goce de la confianza de éste.
Cuando esto ocurre, acusa al que considera su rival de tener delirio de
grandeza, pero, irónicamente, el megalómano es él, que muchas veces,
envenenado por la envidia, arrastra a sus superiores a cometer errores
lamentables.
Finalmente, una hipótesis: desde el punto de vista espiritual-emocional es
posible que no haya sosiego en la vida interior del prepotente, aunque
sonría con una mueca cínica y diga que es el más feliz del planeta.
NOTA: Apreciado amigo, admiro tu tenacidad y constancia, pero, sobre todo,
tu amor por tu patria chica.
Con afectos, Miguel Collado
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