Si se pudiera dar nombre a todo lo que sucede, sobrarían las historias. Tal y como son aquí las cosas la vida suele superar a nuestro
vocabulario. Falta una palabra y entonces hay que relatar una historia
John Berger
Rufino Pérez Brenan escribe desde los años jóvenes, de manera natural y progresiva ,desde adentro, desde el corazón, desde la intimidad de su
conciencia, desde su tierra.
Hoy hemos iniciado la lectura de su novela “Niebla de Sortilegios” y hemos quedado atrapados entre los
frágiles límites entre la ficción y la no ficción.
La fantasía creadora, su ingenio descomunal, nacida y crecida y aprendida desde su “Nona” ,
Ella que le hizo mirar hacia el tope de la montaña,
y luego me mostró cómo llegar alládotada de “ pureza existencial, con el gozo pródigo propio de un albedrío inocuo y de la candidez exuberante de la vida campesina”, está en cada encuentro comunitario de su obra.
Yo quedé atrapado en la pagina 17 y por esto con su permiso me atrevo a copiarle este fragmento. Quisiera me dejaran saber que reacción les ocurre a leer este pasaje
erotico marcado por la pobreza y la opresión:
Esa misma noche bendita y tibia, una brisa misericordiosa bajó del cielo, a la cama de Romelia y Manuel Santana. Eran las once de la noche. Los gallos habían
hecho una pausa en su trinar perpetuo y
el silencio se adueñó del predio. Los resoplos simultáneos dilatados y en vaivén de Feliciano y Robertina se escuchaban desde la sala, al caer vencidos por el sueño. El canturrear
de avecillas nocturnas y el silbido de
acordeón de los grillos hacían sincronización casi perfecta como música de sinfonía astral de musa divina. El concierto de la naturaleza nocturnal y el silencio de los gallos
auguraban un momento de atenuación y
tranquilidad. Esa noche, reposada dentro de sí misma, caliente como la sangre de animal en celo y poseída como consecuencia de un vendaval hormonal bravío que agitaba con fuerza
tempestuosa cada célula suya
y empujada por un poder intrínseco y un deseo desenfrenado que no eran suyos, Romelia tendió su brazo izquierdo a través de la penumbra y lo dejó caer encima de un objeto carnoso
caliente, erecto e impetuoso.
Con la misma tenacidad, y sin desperdiciar un solo segundo, alzó el brazo derecho y lo extendió para alcanzar el hombro izquierdo de Manuel Santana y lo haló con ímpetu y se echó el
cuerpo indispuesto y con el tufo a gallo de Manuel Santana encima. Con
soberbia felina,alzó las dos piernas, una de cada lado del cuerpo con
olor a alcanfor de Manuel Santana y le echó un nudo profano de anaconda
belicosa.
Romelia convulsionaba con arrebato volcánico. Lo exprimió como si le habría querido sacar la mierda y lo sumergió en su muladar hasta que el sudor con tufo a etanol
le rodaba por la canaleta que formaban sus vértebras en la espalda. Al
borde de la asfixia, en desespero, Manuel Santana sacó fuerza de donde
no tenía, se revistió de coraje y se armó con el instinto varonil
animal típico del hombre mulato, dispuesto a defender la honra. Se
encrespó como antropófago salvaje para soltarse de aquel nudo mortífero.
El crujido agitado del lecho y el resuello de animal feroz de ambos
provocaban un estruendo en la casa como si temblara la tierra. La
intrepidez de Romelia, el olor de aroma carnal y el calor de su
fertilidad exuberante desafiaron a Manuel Santana hasta llevarlo al
borde de la muerte, quien intrépidamente, con insólito y extraordinario
brío, trató de responder a aquel arrebato de Romelia,hasta que perdió la
noción de sí mismo por completo. Fue entonces cuando a las doce de la
noche, exacta, de ese miércoles otoñal sacrosanto,un bramido a coro de
desespero y frenesí, anunció la tempestad de una secreción resbaladiza
viva y caliente que se abrió paso como soplo de cañón y se asentó en el
mero centro del útero de Romelia. En ese mismo instante, se quebró la
noche y se escuchó el sonido sordo del tambaleo de los cambronales y los
tunales, mientras la hora se llenaba de ánimas alegres que se esfumaban
como centellas y fue entonces cuando detonó el clamor de un buey
solitario cuyo sonido resonó en un eco ensordecedor que se diseminaba en
ondulaciones magnéticas en todo el valle, hasta invadir cada esquina de
la biósfera de una hipnosistangible, tan fuerte que fue capaz de
despertar los muertos, incluyendo al rey del cementerio a quien le
derribó su cruz de hormigón y a quien le anunciara la fecundación de un
gran varón. Al otro día, todo el mundo se preguntaba si en la noche
antes había temblado la tierra y cuál era el significado de aquel
bramido de buey solitario que se había adueñado de la troposfera.
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