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sábado, 18 de junio de 2011

La vida de Palma Sola



Palma Sola, Lienzo de Antonio Guadalupe.
“Palmasola”
, una composición de un gran mural de doce metros de largo por dos de ancho, compuesta de cincuenta y tres obras más, en tamaños de 4 y 2 metro y medio; una narrativa sobre el acontecimiento histórico de Palmasola



La vida de Palma Sola, comienza, esencialmente, con Liborio Mateo, un campesino humilde, y santo a la vez, quien era visto como un ser superior por los habitantes de Palma Sola, y también admitían el enviado de Dios a esta tierra para su salvación. Esa es la semilla, que los norteamericanos, en 1922, no pudieron desterrar de la tierra, ni con la muerte.

Y este legado mesiánico, cincuenta y tres años después, es reenlazado en Palma Sola: un lugar donde los orígenes la soledad real, la soledad de la vida, y la soledad misma de la isla, del país: de ahí la frase, palma, emblema botánico nacional, y el adjetivo sola ese lugar escogido, o mejor dicho, revelado a los Mellizos Plinio Ventura Rodríguez y León Romilio Rodríguez, asume toda las soledades posibles de la tierra. En Las Matas de Farfán, sitio entre San Juan de la Maguana y la frontera haitiana, un espacio que cubre una extensión de unas cien tareas, en forma de corral, el santo corral, en que se levantó la iglesia, las cruces… allí se edificó una comunidad marcada, principalmente por la creencia, la religión, hasta que se produjo la matanza de una buena parte de sus integrantes en 1963. Una persona, niño de entonces, me decía de Palma Sola lo siguiente:

“La vida en Palma Sola era muy bien organizada: no había desórdenes, nada de maldades, se llamaban todos hermanos, comían cosas que se producía por allí, alrededor del corral se producía un comercio muy fuerte, pues venían gente de todas partes, la gente iba en misión, y allí se quedaban, la actividad mayor, que hacía retumbar el suelo, era la procesión cantando, rezando, le daban vuelta al calvario, a veces llegaban a Las Matas de Farfán, cientos de gentes, miles de gentes, niños, mujeres, ancianos, hombres…aunque vivían todos juntos, dormían en el suelo, donde quiera, nunca vi. haciendo relaciones sexuales, había un cuerpo del orden…”

De modo, que esta comunidad se caracterizó por su carácter o naturaleza primigenia, por esencialidad primaria. En ella prevalecían los elementos que sostenían el vivir llano y simple, gente apegada a un designio mayor: una revelación que empujó a la fundación de la comunidad. De ahí que las actividades se reducían a lo mínimo: siembra y crianza, dormir, comer…donde tomaba otro rumbo la vida del lugar, era en el momento de las procesiones, del rosario en conjunto, en el peregrinaje circular, aquí la singularidad se asienta en la tierra, y pervive en la imaginación y en las cenizas…

Y Antonio Guadalupe, en 1986, compone el mural Palma Sola, que según el mismo confiesa, el titulo más adecuado, por abarcador debe ser Conflicto, pues el mismo representa las luchas de intereses de los grupos dominantes en la historia contemporánea de la República Dominicana. Mas, al margen de esta disquisición titular, que encierra esa connotación ideológica, el trabajo de Guadalupe pervive como testimonio por sus valores plásticos, sobre todo.

Un elemento determinante en la vida de Palma Sola, y que le imprime esa singularidad, lo encontramos en la simbología sobre la que se levantan sus mayores actos: así encontramos, tanto en la vida como en los ritos, tantos símbolos de referencias como símbolos de procedimientos, manifestados en la obra de Guadalupe, primero en la composición general, en los fragmentos, luego el grafismo, en los colores, en los rostros: expresionismo que se bifurcan en júbilo primero, luego en agonía.

La composición de la obra, el acto creativo, se hace dueña de la configuración central de la vida en Palma Sola: la procesión, que terminaba en el clavario, en el altar de las tres cruces. Guadalupe, reproduciendo ese rito central, reproduce con ello a la vez, la peregrinación general del hombre, la de los pueblos, la del país, y la del mismo Cristo. Y el movimiento se manifiesta en doble dirección, el que viene de la montaña hacia el llano, y el contrario, el que parte del llano hacia la montaña, forman siempre una movilidad circular, una imagen que tocándose justifica la misma circularidad de la tierra, el mismo nacer y morir, que las realidades que sostiene a todo aliento humano.

La procesión, en la que se iban cantando salves, alabanzas, forma un circulo, que es el mundo, el santo corral en concretizad inmediata y tocable. Y en ese fluir en estas dos direcciones se mueven la masa humana, el pueblo, los moradores de Palma Sola, los creyentes y esperanzados en un mejor mundo y una mejor vida. Adviértase en la composición, como Guadalupe, subraya esta movilidad cuando en momento de la composición, varias imágenes sobre todo el segundo fragmento, trampean la dirección, o mejor decir, trastocan el fluir, metamorfosean el mismo, pues de un momento los pies cofúndense en una dirección a otra.

Dos elementos esenciales nuclear todo el movimiento: el júbilo y la ira. Y esto, precisamente, porque la historia, se marca de esta forma: triunfos y fracasos, levantamientos y caídas, las antípodas humanas.

Para una descripción de esta obra, donde estos dos elementos dominan, conveniente es hacer el recorrido del mismo, dividiendo en tres estaciones, las cuales corresponden, precisamente, a la estructura general de la obra, pues se trata de un tríptico.

En la primera estación , que se inicia con un sol, símbolo de la vida plena, que nace de la montaña al que siguen una multitud que va prefigurando los rasgos a medida que desciende. El nacimiento, pues, podemos llamarle a esta estación. Aquí el júbilo que recoge las celebraciones, los ritos, se manifiesta en los frutos: arroz, las flores, las mazorcas de maíz…Es la estación de las ofrendas al dios: alimentos y bebidas, cantos y alabanzas, aparecen los iconos de la Virgen de la Altagracia, de Cristo, los animales, las velas encendidas, y la bandera dominicana fundamentando el espacio.

En la segunda estacón, se asienta el nuevo orden. Aquí cobran fuerza los elementos propios del ritual ceremonioso. Ofrenda y celebración, la plenitud de la vida y de la obra misma: el umbral de una nueva vida que, desde allí, desde aquel espacio mínimo se extendería a la isla, luego al mismo orbe. Obsérvese en ésta estos símbolos: el altar, con cruces que hace de asta y velas, la ofrenda de alimentos y bebidas, los animales: chivo, gallos, la sanación: acto de milagro. Desde luego, que no está ausente, como asechanza o premonición, la otra situación, lo inevitable y presentido: la destrucción. una cosa y otra van juntas desde los inicios, el germen de la vida anda parejo con el de la destrucción…

Y en la tercera y última estación, acontece lo presentido: la muerte se enseñorea sobre espacio, tiempo y personas. La matanza crece en los rostros y los gestos, en los elementos integradores: fusiles y revólveres, los feroces perros. Y el crucificado se eleva.

El mural no finaliza –no hay término- . La forma en que cierra: mar como el mismo inicio. ¿Y por qué ocurre esto Sencillamente porque la visión que fundamenta y recrea la obra no es la de un hecho finiquitado por la fuerza, no la obra, aunque recoge y refleja tal asunto, asiente en su accidentado tejido, en sus líneas sinuosas y en sus colores terrosos, en toda su morfología y aún más, en su tramado de significaciones, a un hecho histórico, a una situación humana que atraviesa el corazón y el ser de tantas personas, que no finaliza, pues los gérmenes están ahí, vivos, latiendo, las brasas a pesar de las cenizas y los escombros esparcidos..

La sustancia late, vive mutándose, sólo es cuestión de tiempo para que la reencarnación se produzca. Y un día, cualquier año, sobre algún lugar del territorio dominicano, cae la revelación, el mandato, y vuelven las peregrinaciones, el fluir de gentes de los cuatro puntos de la isla, hacia el lugar nuevamente señalado, y otro mundo, y el mismo..Y así será…Y Guadalupe, gráficamente da testimonio en esta obra que ya es historia, y tal vez leyenda.

Esta obra se prolonga en el tiempo procurando la vigencia del hombre a través de la lucha sin término, aquí, en forma gráfica, está representado por la singular figura final que sostiene in ídolo propio de los ritos ancestrales. Y observando bien la composición que sostiene esta obra de Guadalupe, vemos que la misma responde a un movimiento circular la linealidad única es formal, composición inmediata, pero lo que prevalece a nivel interior, en la memoria y en la zona sensible del espectador es una sensación de retorno, de vuelta siempre al comienzo para volver a proseguir, con la marcha, la huida, la lucha, con la vida…y así hasta el infinito…


Tomado de Plástica/Isla Abierta Oct.1999

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