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martes, 19 de julio de 2011

Recuerdos de “Meota”



Bienvenido Acosta Rivera

(Dedicado a mi amigo de siempre el Dr. y profesor Carlos Vicente Mateo (Villa) quien conoció al personaje central de este escrito.)

Yo no sé de dónde vino. De repente estaba en el barrio.

Quizás nació ahí, porque desde siempre lo conocí.

Pero no supe nunca de sus familiares, ni siquiera sé si tenía padres,

Solo sé que a juzgar por su aspecto que era muy pobre, nunca vi a sus

hermanos o hermanas, la muchachada del barrio lo llamábamos “Meóta”, un apodo bastante extraño que le pusieron los vecinos desde que era un chamaquito y salía a jugar colectando tapitas de refresco en las inmediaciones del Colmado de Lolito. Cada vez que encontraba una la señalaba diciendo:

-“Mé Ota” lo cual, traducido al castellano de adultos significa:

- “ Mira otra” de ahí el extraño apodo.

Para mí fue el más notable y pintoresco miembro de la muchachada que vivía en Villa Flores. A pesar de su manifiesta humildad, era un líder nato y los juegos de “Kamán ahí” “ Pisacolá” “ El zum zúm de la calavera” y otros favoritos de entonces no nos divertían lo mismo si él no estaba.

Meota era el alma de la diversión nocturna de los muchachos de la barriada.

El dirigía la bandada de muchachos para que saltáramos la valla del estadio de Béisbol cercano a fin de provocar al guardián, el viejo Siloprén y a su hijo Cheo quienes nos caían atrás para atraparnos, sentíamos la adrenalina en las venas y corríamos hasta más no poder, trepábamos por los huecos que previamente habíamos hecho en la pared y una vez arriba

Le bailábamos al viejo quien impotente solo gesticulaba machete en mano,

Salíamos en bandadas a nadar en “la compuerta” un lugar entre las fincas de Don Nonito Marranzini y Siquito Estephan que nos quedaba muy cerca. Sabíamos que estaba prohibido entrar a la finca pero lo mismo entrábamos. Cuando más entretenidos estábamos, Meota salía sigilosamente sin que nos diéramos cuenta, se ponía su ropa y entonces gritaba:

- “ Ahí viene Siquito!!”

Salíamos del agua despavoridos recogíamos la ropa y echábamos a correr desnudos.

Había que cruzar un canal elevado que nosotros llamábamos “ El sifón”

El cual pasaba por encima del río Tenguerengue y se necesitaba cierta destreza de equilibrista para cruzar por el estrecho borde sin caerse.

Hasta hoy no me explico como es que lo cruzábamos a tal velocidad y no nos caíamos. Llegábamos al barrio a medio vestir, jadeando y con la lengua afuera por el esfuerzo de la carrera y por el susto solo para encontrar a Meota desternillándose de la risa mientras saboreaba una botella de mabí de tamarindo helado, su bebida preferida que compraba donde Doña Sara, su protectora.

Había en el San Juan de entonces un vehículo de terribles evocaciones para muchos, era una especie de Van GMC blanca que transportaba con celeridad a los temibles “Cascos blancos” de la policía represiva de los hermanos Peguero. Me refiero al general Belisario Peguero Guerrero y su hermano, Simón Tadeo Peguero Guerrero.

Como leíamos las tiras cómicas de “Daniel el Travieso se nos ocurrió que ese era el vehículo de la perrera municipal que nunca faltaba en las tramas de esta tira, así que Meota y yo decidimos llamar “Perrera” al vehículo anti-motines de la policía. Muy pronto toda la muchachada se refería al vehículo con ese mote y luego los adultos lo fueron asimilando y de ahí todo el pueblo comenzó a llamar “Perrera” al fatídico vehículo.

Otra de las bromas favoritas de Meota era dispersarnos de nuestros juegos nocturnos en la esquina con un:

-“Los muchachos, ahí viene la perrera!

Demás está decir que dejábamos el claro.

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre yo lo creo Pero no siempre es así. Yo no sé por qué a algunos perros del vecindario uno parecía caerle particularmente mal Meota siempre estaba acompañado de uno o dos perros que le seguían mansa y fielmente. Era muy amigo de los perros pero hay sus excepciones.

Frente a nuestra casa vivía un oficial de policía quien tenía un lanudo perrazo San Bernardo llamado Bobby.

Meota intentó hacerse amigo del canino pero este parecía rechazarlo con furia. Un día, no se por qué razón, Meota le gritó:

“ Matatíta”

Eso pareció enfurecer a Bobby que vuelto una fiera le cayó atrás, solo vimos cuando las piernas le fallaron y cayó para levantarse rápidamente y encaramarse en un almendro mientras la fiera le acababa de desgarrar los ya de por sí raídos pantalones. Eso nos dio una nueva posibilidad de una diversión un tanto temeraria. Nosotros la muchachada íbamos al callejón de Medrano y voceábamos: “ Matatíta! Matatíta” y con el jadeo y los primeros ladridos de furia del can poníamos pies en polvorosa entre risas y gritos. Muchas veces el oficial nos amenazó con trancarnos pero en el fondo él también disfrutaba de la diversión. Éramos todo una familia en el vecindario de entonces.

El tiempo pasó, la ciudad creció y se expandió, muchas caras desaparecieron y otras nuevas las reemplazaron.

Meota desapareció, se lo tragó el horizonte, se desvaneció para siempre su simpática figura en la vorágine de acero y asfalto del Santo Domingo Post- revolución, Jamás le volví a ver. Pero atesoro en mi corazón para siempre la gran lección que nos enseñó a todos.

Aunque seas pobre, vive la vida feliz, disfruta al máximo de las pequeñas cosas que están disponibles y no cuestan nada. Así vivíamos entonces.

Por eso amo a mi pueblo natal y en este exilio forzado lo extraño.

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