Narración de Bienvenido de js. Acosta Rivera
Era el verano, en Abril de 1910. Ella salía apresuradamente de la compañía Riemann & Procter Corporation, se llamaba Lucy Jane Potter Mcklintock, la bella secretaria particular del mismísimo Señor Riemann, el presidente y administrativo de la firma.
Esbelta y delgada, rubia, de ojos azules como el cielo colocados a ambos lados de una nariz casi perfecta para su rostro y de una horizontalidad diríase muy pero muy bien calculada; en su mirada se adivinaba una velada nostalgia que la hacía mucho más atractiva para cualquier hombre que tuviera experiencia en admirar la belleza de una verdadera mujer. Sus cejas parecían dibujadas por las geniales manos de un Rafael o un Donatello y sus labios parecían delineados por algún genial escultor Griego. Era como una combinación de Norma Talmadge y Mary Pickford, caminaba como una modelo de su época como si se moviera entre ascuas de fuego. Eran las cinco de la tarde. En la acera, un joven aristócrata, Ian Alexander Riemann Livingstone Stokes, esperaba impaciente en su flamante Phaetom Lagrange último modelo. Era el tipo de petimetre insolente y petulante, arrogante hasta más no poder. Del tipo de los que creen ser el centro del universo y los demás, simples satélites que orbitan a su alrededor. De mediana estatura, cabellos negros peinados hacia atrás que emitían un brillo casi sideral por la gomina, y una muy bien cuidada insinuación de bigotes porque su cara era tan delicada que parecía mas bien femenina. Manos largas y delicadas, acostumbradas a manejar a velocidad las barajas y el póquer, vicios en los cuales se gastaba largas sumas en los casinos de la mafia de Chicago. Vestia de exclusividades de la casa de modas Kuppenheimer
La chica llevaba un fajo de documentos apretados contra su pecho, como quien lleva tareas urgentes del trabajo para hacer en casa.
Se acercó al flamante automóvil y esperó hasta que el dandy se bajó, dio la vuelta y descubriéndose ceremoniosamente ante la dama, tomó en la siniestra el sombrero de copa y el bastón al tiempo en que con la diestra franqueaba el paso a la joven para que entrara al vehículo y partieron raudamente hacia un sector exclusivo al este de la ciudad de New York
En la acera opuesta un joven observaba la escena y se quedó mirando fijamente hasta que el carruaje se perdió en el horizonte del Sunset Boulevard.
-“Mamma mía! Que bella la ragazza” Mamma mía!
( Dijo mientras lanzaba un beso al aire y se apartaba una y otra vez el mechón de cabellos que caía sobre su ojo izquierdo. Esto lo hacía cuando estaba excitado o nervioso)
Era Franchesco Giapparelli Rinaldi Carlinni, un joven inmigrante italiano nacido en Nápoles. Trabajaba en el ferrocarril como asistente de maquinista
Franchesco era un joven temerario, lleno de confianza en sí mismo, parecía tener fuego en las venas, decidido a todo y hasta un poco irreverente, pero un buen muchacho, de mediana estatura, cabellos de un color oro oscuro, un mechón siempre le caía sobre la frente y un par de ojos verdes como las esmeraldas que le daban una mirada penetrante y profunda que incomodaba a veces sin proponérselo a muchas mujeres y a las damas que pasaban ya por la menopausia les provocaba un abanicar persistente y sin fin cuando les pasaba cerca de alguna de ellas.
Amaba el “antipasti” y el “Gragnano”, su vino favorito, y la “parmigiana de melanzane” y la “crostata di Tagliolini” además de ser un fiel amante de las canciones Napolitanas y las arias. Poseía una voz privilegiada con una tesitura de primer tenor, pero sin escuela o entrenamiento formal.
Además era un recio boxeador y peleaba de vez en cuando por dinero para sobrevivir, jugaba póquer se envolvía en alguna pelea callejera hasta que la policía llegaba y él escapaba saltando de valla en valla.
Llevaba una vida intensa y era el alma del grupo de sus amigos, pobres inmigrantes como lo era él. Vestía pantalones ajustados con breteles, gorra aplastada al estilo cubano, botas de obrero y camisa de mezclilla. Era un pícaro consumado sobreviviendo en aquella jungla de asfalto y acero.
Iba con su inseparable amigo y compañero de trabajo, Vicenzzo Fallacci,
Los dos habían llegado a Nueva York de polizontes en un barco Siciliano, habían sido descubiertos a media jornada, y tuvieron que trabajar duramente alimentando las calderas de la nave hasta que llegaron a puerto.
Iban bromeando y dando saltitos como jugando al trúncamelo. Se empujaban uno al otro, en un momento Vicenzzo le quitaba la gorra y salía corriendo, Franchesco pretendía perseguirlo hasta que lo alcanzaba y pretendía dominarlo hasta quitarle la pieza de las manos, reían hasta más no poder con una actitud verdaderamente pueril.
La gente a su paso parecía divertirse con la actitud alegre de ambos muchachos, otros, (los muy caucásicos) les miraban con cierto aire de severidad y desdén. Se tenían uno al otro, como dos hermanos, estaban unidos por el infortunio y por su historia particular, habían venido a América para triunfar.
II
EL ENCUENTRO
Lucy salía deprisa como siempre, iba a la floristería del frente por unas flores y unos bombones de chocolates suizos para el escritorio de la Señora Riemann, la esposa de su jefe, estaban de aniversario y aunque Mr. Riemann no parecía muy interesado en el asunto, su esposa por el contrario parecía muy ilusionada lo cual es un record considerando los 44 años de “feliz unión matrimonial” que ya habían soportado. Ya había hecho los arreglos para ir a almorzar en el “Tavern on the Green” en Central Park. Ese era uno de sus días más difíciles durante el año, debido a que no era fácil dejar totalmente complacida a la señora. Iba cruzando la calle cuando una carruaje de bomberos tirado por cuatro mulas desbocadas venia directamente a la joven, el conductor tiraba con afán de las bridas pero sin lograr detener a las brutas que seguían corriendo a galope tendido.
Quedó paralizada ante la inminencia de una muerte segura. De pronto, sintió que alguien se abalanzaba sobre ella y unos brazos robustos y potentes la arrancaban literalmente del lugar al tiempo en que el carruaje paso a escasos piés de ella que yacía en el pavimento bajo un cuerpo poderoso que le protegía, sintió muy cerca su jadeo por el esfuerzo desplegado, sintió muy cerca su respiración. El sintió el dulce aroma perfumado de su piel tan delicada como el más fino de los terciopelos.
Reconoció el olor de “L’heure bleue” la colonia francesa para mujeres jóvenes y deportivas que entonces estaba a la última moda en parís.
El se incorporó agarrándola por el talle con delicadeza la puso en pié
Y quedaron frente a frente, él la penetró hasta el alma con el fulgor de su mirada esmeralda, ella, por su parte, lo taladró con su mirada azul como el anchuroso cielo hasta lo más recóndito de su pensamiento, hasta el “ Sancta Sanctorum” de su espíritu que ya no pudo estar en paz.
Franchesco se puso colorado como un tomate maduro y sus ojos parecían destellar. El detalle que más llamó la atención de Lucy fue su lucha permanente por apartar el mechón de cabellos que caía obstinadamente sobre su ojo izquierdo.
Ella sonrió visiblemente nerviosa, le dio las gracias al joven y se marchó.
Esa noche, en la soledad de su alcoba no conseguía conciliar el sueño pues los ojos de Franchesco seguían fulgurando en la penumbra de su corazón.
Franchesco por su parte, abrió la ventana y miraba los astros en el oscuro firmamento tachonado de estrellas que cintilaban a lo lejos tenuemente, los acordes de un nostálgico blue llegaban hasta la buhardilla desde el bar McMahon’s, un antro de mala muerte lleno de prostitutas y borrachos situado en la esquina. Desde la ventana en el ático en donde se encontraba tenia una amplia perspectiva de las calles aledañas tampoco podía dormir, la mirada azul de su dama hacia sus efectos, desatando una tempestad en el alma de nuestro joven amigo.
La abordó a la salida de su trabajo descubriéndose y con un ramo de flores en las manos
Ella las tomó y las olió balanceando sus hombros d al tiempo en que decía:
- “Están lindas! Quien eres?”
- “Yo soy Franchesco, ¿y tu?” –Dijo mientras se apartaba de la frente el obstinado mechón de cabello-
- “Llámame Lucy”
(Dijo la joven con un destello inusitado en su mirada)
- “A propósito!” –continuó la joven-
- “Gracias por salvarme de la carreta”
- ( Dijo ella esbozando una sonrisa que dejó al descubierto la más perfecta dentadura que ningún mortal jamás viera)
Franchesco se volvió a ruborizar y un detalle tan evidente no pasó inadvertido para Lucy.
- ¿Puedo verte otra vez? -Interpeló Franchesco-
- “No sin mi chaperona” -dijo Lucy-
- Chaperooooonaas, Vaya! ¿Quién las necesita?
(Dijo Franchesco con un marcado acento italiano que a Lucy le pareció encantador)
- Nos veremos mañana a las cinco de la tarde frente a la catedral de San patricio.
- Convenido! – Dijo la joven-
Oyeron el claxon que sonaba con insistencia, era Ian quien venia por ella,
Una vez en el vehículo este preguntó:
- ¿Y ese? ¿Quién es?
- “Nadie” –contestó ella y partieron.
III
LA LUCHA
La plazoleta de la catedral San Patricio estaba un tanto despoblada cosa que era habitual. Sus torres de estilo gótico elevadas a trescientos metros sobre la calle le daban un aspecto hasta cierto punto intimidante. De vez en cuando, un Ford Modelo T pasaba sonando su bocina que semejaba el mugido de una vaca.
Algunos transeúntes paseaban alrededor de la misma sin mucha prisa,
un Señor de chistera levita, monóculo y bastón pasó del brazo de una elegante dama vestida de traje y paragua azul claro con esferitas blancas.
Bajo las acacias, en el lado sur de la catedral,
Franchesco esperaba. A unos metros un organillero operaba la manija de su
Instrumento de fabricación alemana que databa de 1810, tocando los valses de Strauss, ahora interpretaba los cuentos de los bosques de Viena para luego seguir
Con el Vals “Sobre las olas” escrito por Juventino Rosas en 1888 quince años atrás.
- “Che la musica piú bella”
(pensó el joven mientras se concentraba en la melodía)
A un lado de la plaza un anciano solitario regaba maíz a las mansas palomas
que picoteaban con deleite la gramínea. Sentado en aquel banco de la plazoleta
Parecía tan ajeno a todos ya que los paseantes pasaban por su lado sin siquiera reparar en él y en lo que hacía.
Las palomas brincaban sobre él y comían de sus manos.
- “Es lo único que me queda”
(masculló entre dientes el venerable anciano)
Franchesco lo observaba absorto y en eso estaba cuando la vio venir.
Franchesco vestía elegantemente, lucía una levita, sombrero de copa, zapatos de charol, bastón de dandy, guantillas blancas y muy delicadas y una elegante leontina de oro heredada de su abuelo materno.
Se acercó a ella, ofreciéndole elegantemente el brazo.
Era domingo por la tarde y en el vecino parque la banda de la ciudad tocaba la retreta. Se dirigieron hacia el lugar. Se sentaron en un banco colocado debajo de un álamo de proporciones gigantescas. Ella quiso saber todo sobre él.
Franchesco le contó del origen de su familia en Sorrento y de cómo se habian mudado a Nápoles buscando una mejor vida. Su padre fue empleado del Ferrocarril Metropolitano y sus hermanos mayores trabajaron en los astilleros del puerto, mientras su industriosa madre, una verdadera matriarca, se encargaba de la administración del hogar. Le contó de sus andanzas saliendo del barrio de Santa Lucia para aventurarse junto a sus camaradas adolescentes como él hasta la vía Roma, la principal arteria comercial de la ciudad. Allí estaban las tiendas con sus llamativos escaparates, surtidos de toda suerte de monerías para las mujeres y de toda suerte de artefactos y artilugios que llamaban la atención de los hombres.
Le contó de cómo se montaban a horcajadas en las estatuas ecuestres de Carlos III y de Fernando I colocadas en la piazza plebiscito, cerca del palacio real y el famoso teatro San Carlos y de cómo hacían sudar a los obesos gendarmes de macana y bombín cuando corrían detrás de ello ahogándose y sin resuello debido a sus abultadas panzas, estirándoseles los mostachos como si fueran elásticos cuando sonaban sus silbatos.
- “Oh mio Dio che quei bei momenti, come abbiamo goduto di allora”
(Decía Franchesco dejándose llevar por la emoción de revivir su adolescencia rebelde y feliz)
Lucy reía hasta más no poder por la manera graciosa de narrar que Franchesco exhibía al narrar sus peripecias juveniles, actuándolas con mucha energía y gracia. Lucy no podía recordar si alguna vez se había sentido igual al andar con Ian, el hombre con el que estaba comprometida por compromiso de familia.
Fueron a comprar algodón dulce de color rosado, caminaron alrededor de la glorieta mientras la banda con mucho brío interpretaba “El torito de la Cruz” un paso doble español que estaba de moda. Ella estaba fascinada, él estaba viviendo un sueño, ambos estaban....
“....enamorados de lo imposible”
Ella era de clase media alta, el era un obrero del ferrocarril, encantador, de una figura varonil envidiable, con la apariencia suficiente buena para ser una estrella, pero pobre y sin fortuna y fama. El no tenia un deportivo como Ian Flemming, no la podía llevar a un restaurante de lujo pero media hora con él en un banco del parque era más que tres horas en un aburrido establecimiento en donde Ian y sus amigos se enfrascaban en pláticas aburridas acerca de los índices de la bolsa de valores mientras inundaban de humo de cigarro todo el ambiente y bebían Scotch escocés, reuniones en las cuales, ella, pasaba a un segundo plano y en donde se aburría soberanamente.
Las cosas con Franchesco eran tan diferentes, era encantador:
- “He’s cute and so charming”
(Pensaba ella mientras le escuchaba atentamente)
Esa tarde el amor floreció en forma de un prolongado beso, una rosa roja y un te quiero. A partir de ahí, el tiempo fue una eterna primavera para ambos, a duras penas podía el joven concentrarse en el duro trabajo en la estación del ferrocarril, no podía dejar de pensar en ella. Ella tampoco se podía concentrar como antes en sus tareas diarias como secretaria ejecutiva. No podía dejar de pensar en él.
Sin embargo, la realidad era que estaba comprometida con Ian, el aristócrata joven hijo del socio de su padre y jefe por acuerdo de ambas familias.
IV
Florecía el romance entre Franchesco y Lucy, el amor
Se manifestaba en cada mirada furtiva en cada gesto, en cada mohín gracioso de ella para él, había química entre ellos, había esa atracción fatal omnipresente en los amores imposibles y que con frecuencia lleva hasta el paroxismo y la locura misma.
Ellos llenos de vida y de energía, deseando ardientemente entregarse el uno al otro estaban rodeados de censuras, de barreras insalvables, experimentaban el horror de amarse y tener que verse a escondidas.
Aquella tarde, él la esperaba como de costumbre cuando ella salía,
Franchesco cruzo la calle como siempre solía hacer, el paso firme y optimista, la frente altiva, aunque sin fortuna pero con clase, le tomo la diestra y la beso de manera cortesana mientras las dos esmeraldas de sus ojos fijos en ella.
- Te invito a un café! –Dijo él con seguridad-
Ella acepto con una sonrisa y se fueron a la cafetería de la esquina
Se sentaron en un rinconcito acogedor al lado de un ventanal que les
Permitía ver todo lo que pasaba en la cercana avenida sin ser vistos
Mientras degustaban el sabroso capuchino el saco un papelito del bolsillo
Y le dijo:
- Te gustaría escuchar los versos que escribí para ti?
- Versos para miiiiii? – Dijo con entusiasmo la muchacha-
- Si los compuse anoche tarde. ¿Quieres que te los lea?-Pregunto-
- Ay por favor! ¿Cómo me preguntas eso? ¡Anda! ¡Léelos!
- (Dijo ella poniéndose toda encarnada)
- Bueno, aquí van: (dijo mientras se aclaraba la garganta)
“E sarete nella mia vita
come una rosa dei venti
indicando un percorso
per il porto d'amore
e tu sarai come un raggio di luce
su pannelli in prigione notte fatale
Il vetro nei tuoi occhi
guardo calmo
e labbra rosa
dolce come un favo
Nell'anima prendo
immagine speculare che
il tuo cuore d'oro
luce celeste che”
¡Bellísimo! (dijo ella con lagrimas en sus ojos causadas por la emoción)
El verano paso y el otoño hizo su aparición, las primeras hojas alfombraron las calzadas de las avenidas, los árboles se despojaban del esplendor de sus frondas. el vertiginoso circular de la ciudad se hizo mas lento y pesado, la brisa traía mas cerca el eco de los silbatos de los trenes en
la vieja estación del ferrocarril urbano. En la catedral, una vieja replica del Big Ben daba las doce campanadas de la medianoche. Franchesco y sus amigo Napolitanos se acercaron sigilosamente al balcón de la suntuosa residencia de estilo victoriano en el sector irlandés de West-Midtown. Elegantemente vestido, llevaba una rosa roja en la solapa.
Sonaron los acordes de un bandoneón, un contrabajo, dos guitarras y una flauta magistralmente ejecutada, el aire de la noche elevo las bellas canciones Napolitanas hasta los balcones de las damiselas de aquel sector exclusivo, varios ventanales se encendieron simultáneamente cuando aquella voz encendida, diáfana clara y brillante entono ¡Oh Sole Mio!
“Che bella cosa
na jurnata 'e sole,
N'aria serena
doppo na tempesta!
Pe' ll'aria fresca
pare già na festa...
Che bella cosa
na jurnata 'e ...”
Unas tras otras la belleza de las canciones Napolitanas se impusieron. “Santa Lucia” “ Torna a Sorrento” “ El séptimo Sacramento” pasaron como en un inmenso rosario lírico.
El aire fresco de la madrugada llevo lejos el eco encantador y dulce de sus notas de oro, Lucy durmió como una princesa después de eso. Al otro día, solo se hablaba de la serenata en todo el sector.
V
Las cosas habían ido muy lejos, Ian pensaba que era mas de lo que él podía soportar, ya era tiempo de poner a ese “spaghetti” en su lugar. Las cosas no marchaban bien últimamente entre el y Lucy y era, según sus propias conclusiones a que el había sido muy permisivo, por lo tanto era tiempo de detener las pretensiones de ese “Don Nadie”con ínfulas de Don Juan.
El tenia que tomar al toro por los cuernos, la sartén por el mango y dominar en la actual situación o de lo contrario su prestigio social y su orgullo de hombre se irían a pique, después de todo, su padre era el socio mayoritario en la compañía con el cincuenta y seis punto siete por ciento de las acciones y por lo tanto el padre de Lucy, propietario de un cuarenta por ciento estaba por debajo de su padre y por lo tanto podían manejar la situación en base a los intereses familiares.
Esa noche, Ian, hablo con su padre al respecto y le planteo que quería casarse con Lucy cuanto antes idea con la cual su padre estuvo totalmente de acuerdo por dos razones:
-“Porque ya va siendo tiempo de que sientes cabeza” ( dijo sin apartar sus ojos del periódico)
y porque conviene a los intereses de nuestra empresa”
- Entonces: ¿ hablaras con los padres de Lucy?
- (Pregunto Ian mientras ensayaba un nuevo bastón de golf)
- ¡Dalo por hecho! ( Replico su padre con cierta impaciencia en la voz)
Ian salió de la sala y se fue al bar de la estancia por un trago de whisky y un habanero.
El Domingo de esa semana el Keops Club, un club de millonarios aficionados a las excavaciones arqueológicas y a la Egiptología se reunía para el habitual almuerzo del mediodía, allí se daban cita calvos banqueros, empresarios de barrigas fenomenales, chaperotas gordas y mofletudas quienes vigilaban celosamente a las Señoritas de la alta sociedad las cuales no mas pisar el club se las ingeniaban para deshacerse de ellas y verse furtivamente con sus novios quienes al igual que ellas eran componentes de la misma clase social.
Estas familias se conocían muy bien unas a otras ya que de un modo u otro estaban ligadas para proteger los intereses de su clase, ligadas por negocios, por compromisos de bodas, y por parentescos lejanos.
Allí se ventilaban todos los chismes de la semana y cualquier ocasional invitado no perteneciente a aquella elite se sorprendería de las vulgaridades e indiscreciones cometidas por la “gente fina” cuando interaccionan entre ellos.
El Señor Riemann y el Señor Potter, el padre de Lucy socios mayoritarios de la Compañía Riemann & Potter, conversaban aparte de manera muy animada, sus estiradas y aristocráticas consortes se entretenían haciendo una recopilación muy seria de los últimos chismes de mayor resonancia en su ámbito social.
- “George, ya es tiempo de que tu hijo siente cabeza”
(Dijo Donovan Rieman al tiempo en que de manera parsimoniosa encendía un puro habanero)
- Sí, lo sé!
- –Dijo el señor Riemann mientras descargaba las cenizas de su cigarro a medio consumir. El humo opacaba a luz de la lámpara colocada justo encima de la mesa que ambos ocupaban-
Y continuo:
-“Tenemos que asegurar el futuro de nuestro negocio, espero que Ian madure y se dedique por entero a la empresa”
-Solo casándose con Lucy aseguraremos ese futuro (agrego George)
-Pues no se diga mas! fijaremos las bodas para el octubre del próximo año 1911
(dijo Donovan Riemann con firmeza)
Las damas que habían escuchado aquella última parte aplaudieron con entusiasmo
al tiempo en que se abrazaban y se besaban en ambas mejillas como dándose mútuos parabienes.
- Ah! Tengo que ver inmediatamente los catálogos de Shoteby’s Weddings Fashion para elegir el vestido (Dijo la madre de Lucy la señora Potter)
- “Oh my goodness!” ( Dijo la señora Riemann)
- “Se casa mi hijo, no lo puedo creer; por fin!”
Salieron del elegante lugar parloteando hasta más no poder, se despidieron
y la Señora Riemann batió ambas manos y gritó:
- Thomas! Thomas!
Enseguida un enorme negro, con la rigidez de una varilla de acero se acercó
saliendo de un carruaje descomunal y dijo con un acento tremendamente Oxfordiano al tiempo en que le ofrecía el brazo:
“Yes Ma’am?!
- Llévame inmediatamente a casa (dijo de manera imperativa)
- Inmediately! (Repuso el negro al tiempo en que le abría la puerta del carruaje a la señora.)
Una vez que el Señor Riemann también se instaló en el carruaje, partieron para finiquitar aquel último domingo del verano junto a la alberca de la victoriana residencia.
VI
La noticia fue devastadora para Lucy, en los últimos meses había encontrado en la calidez de Franchesco algo diferente que contrastaba con la típica frialdad y la flema aristocrática inglesa de Ian, Lucy comparaba la mirada de batracio congelado de este con la vivacidad y el calor de los ojos de Franchesco, el apuesto latino que se había ganado su corazón a fuerza de su alegría y detalles.
A Franchesco le invadió un sentimiento de frustración é impotencia, aquellos eran negocios, habían muchos millones de por medio, muchos intereses espurios, muchos prejuicios raciales, para él no había manera de cubrir semejante frente, era una batalla perdida y él lo sabía.
Ella lloraba en su despedida, él la tomaba tiernamente de las manos mientras pegaban sus frentes
Franchesco dijo quedamente:
-Ah! ¿Cómo será mi vida desde aquí en adelante?
¿Cómo podré seguir solitario por la vida?
Si no eres tu, entonces Nadie más podrá entrar en la esfera de mi vida !
Ella lo escuchaba y sollozaba hasta mas no poder
-“Este es el momento del adiós” (dijo abrazándole fuertemente)
-“No me volverás a ver ni te volveré a ver, pero eso no extinguirá la llama de mi amor por ti” (Dijo la joven con lágrimas en sus ojos)
-“Recuérdame Siempre Amor” – Dijo quedamente mientras bajaba la mirada-
¿Crees que en otra vida nos encontraremos? (Dijo ella como aferrándose a un imposible)
Franchesco respondió agarrándola firmemente por los brazos y separándola de el un poco para poder mirarle a los ojos:
- “Si es verdad que regresamos a la existencia, entonces yo te encontraré de nuevo y tú me encontrarás, solo mira mis ojos y me reconocerás
Yo miraré atentamente a los tuyos y te reconoceré y entonces nadie podrá separarnos”
Al decir esto, luchaba por separar el mechón de cabellos que pugnaba por taparle la visión de su ojo izquierdo, esto solo le pasaba cuando estaba nervioso o excitado.
La tarde estaba cubierta de un gris plomizo y una ligera llovizna empezó a caer
la brisa barrió las hojas de los árboles ya desnudos y sin copa. Se separaron y cada paso para ambos pareció el inicio del trayecto hacia el patíbulo.
Aquella noche ella lloró hasta el amanecer. El se refugió en el alcohol hasta perder el sentido.
Corre octubre de 1911, a pesar de que ya se sentían los primeros amagos del frío invernal la multitud no estaba dispuesta a perderse los pormenores de tan importante acontecimiento social.
Las bodas fueron las más fastuosas que el Nueva York de principios del siglo xx jamás conociera. La plaza frente a la catedral estaba llena de gente común que había venido a curiosear. Franchesco y su amigo Vicenzzo estaban entre la multitud, sonaron las campanas, tronaron los fuegos artificiales anunciando a la ciudad que un evento importante ocurría, salieron los novios entre los víctores de la multitud allí congregada, subieron al carruaje decorado mientras la multitud aplaudía, llovía los confetis y todo era alegría solo que había un detalle inusual, la novia no sonreía, y ni siquiera el maquillaje había logrado camuflagear las profundas ojeras causadas por su hondo y desde aquí en adelante inacabable y sin fin sufrimiento.
Desde el carruaje ella divisó a Franchesco quien se había puesto al frente, se miraron fijamente y a ella le pareció que los ojos de él despedían una luz especial, él la miraba mientras luchaba con el mechón de cabellos que no le dejaba ver claramente.
El carruaje partió entre aclamaciones de “Vivan los novios! “ por parte de la abigarrada multitud, ella le dijo adiós con la diestra, el siguió ondulando tristemente la suya hasta que el vehículo se volvió un punto en el horizonte.
Partieron de luna de miel hacia Southampton, en Inglaterra en donde pasarian las navidades y desde donde eventualmente volverían en Abril.
VII
Las arenas del tiempo siguieron hundiéndose vertiginosamente y una tarde, el 10 de Abril de 1912 se embarcaron en el RMS Titanic, el novedoso vapor y buque insignia del correo Real Titanic, el barco de pasajeros más lujoso de su época, embarcaron en primera clase, mientras subían por las escalinatas ella vio un gato negro que trepaba por la borda y se perdía corriendo entre los pies de los pasajeros por los pasillos de la nave, hecho al que nadie prestó importancia.
Miró al horizonte marino que se abría ante ellos en la bahía y vio suspendida en el vacío una pequeña nube negra como del tamaño de un puño.
Un negro presagio se apoderó de su corazón y su mente voló hasta Franchesco.
¿Qué hará? ¿Dónde estará? ¿Qué pensará de mí?
Siguió junto a su flamante marido con desgano hasta que se hallaron alojados en el lujoso camarote que le habían asignado. El número trece.
El 15 de abril, a las 2;20 de la mañana Franchesco despertó sobresaltado, sentía que se ahogaba y que le faltaba la respiración, comenzó a perspirar abundantemente, no comprendía lo que le pasaba pero sentía pánico, se incorporó de su cama y abrió la ventana de la buhardilla para tomar aire fresco. Había tenido un mal sueño en el cual veía a Lucy atada a un salvavidas y perdida entre las brumas marinas pidiéndole que le ayudara.
En su sueño el nadaba diligentemente pero nunca conseguía llegar hasta ella hasta que la veía desaparecer entre las frías olas y los “icebergs” circundantes en el atlántico norte.
El Royal Mail Steamship Titanic se iba a pique a esa hora hacia los promontorios
bentónicos del mar de Terranova.
Lucy pasó a ser parte de las estadísticas y de la historia de la navegación marítima de todos los tiempos, fué una de las mil quinientas diecisiete personas que perecieron en la tragedia por el contrario, Ian fue uno de los afortunados Setecientos cinco que se salvaron. Le faltaron pantalones para salvarla.
Franchesco nunca se casó, las nieves del tiempo cayeron sobre su cabeza,
y 54 años mas tarde el 15 de Abril de 1966 paso a mejor vida en el “Riverside Memorial Hospital”. Le pusieron una etiqueta al anciano cadáver la cual decía:
“Desconocido” y lo colocaron en la morgue.La enfermera que le atendió atestiguó que solo dijo una frase antes de morir:
- “ Lucy, Mi Lucy!”
- Una lágrima a medio verter quedó impresa en su cara como testigo mudo del inmenso dolor llevado a cuesta por cincuenta y cuatro años.
VIII
Año 2011, Primero de Abril, Aeropuerto Internacional de Las Américas, Santo Domingo, una pequeña isla del mar Caribe.
Un apuesto pasajero se acerca al mostrador de la Aerolínea para validar sus ticket, de vuelo es alto apuesto, es un joven temerario, lleno de confianza en sí mismo, parecía tener fuego en las venas, decidido a todo y hasta un poco irreverente, pero un buen muchacho, de mediana estatura, cabellos de un color oro oscuro, un mechón siempre le caía sobre la frente y un par de ojos verdes como las esmeraldas que le daban una mirada penetrante y profunda que incomodaba a veces sin proponérselo a muchas mujeres y a las damas que pasaban ya por la menopausia les provocaba un abanicar persistente y sin fin cuando les pasaba cerca de alguna de ellas.
Trabajaba como Stripper en un centro Nocturno de la ciudad de Santo Domingo
Ella era la mulata más preciosa del mundo entero. (Al menos eso pensó él desde que la vio)
Esbelta y delgada, cabellos negros de ojos canela como el café recién tostado colocados a ambos lados de una nariz casi perfecta para su rostro y de una horizontalidad diríase muy pero muy bien calculada; en su mirada se adivinaba una velada nostalgia que la hacía mucho más atractiva para cualquier hombre que tuviera experiencia en admirar la belleza de una verdadera mujer. Sus cejas parecían dibujadas por las geniales manos de un Rafael o un Donatello y sus labios parecían delineados por algún genial escultor Griego. Era como una combinación de Jennifer López y Salma Hayek caminaba como una modelo como si se moviera entre ascuas de fuego.
Se miraron atentamente como quien busca un algo, una señal o algo por el estilo, treinta segundos solamente y ella sintió un hormigueo intenso por todo su cuerpo, su nerviosismo se hizo muy evidente cuando se le cayeron al suelo algunos papeles que estaba manejando en ese momento.
El se sintió nervioso y le cayó un mechón de cabellos tapándole el ojo izquierdo, el pugnaba por apartarlo pero el obstinado mechón seguía cayendo, a ella le pareció un gesto familiar, algo a lo que ella ya estaba acostumbrada, él por su parte se desvanaba los sesos tratando de recordar donde, cuando y como se habían visto antes y tratando de encontrar la razón por la cual ella le resultaba tan familiar.
- “Perdón ¿Nos hemos visto antes?” ( dijo ella)
- “Siento que te conozco desde siempre” (dijo él)
- “Es curioso, yo tengo la misma sensación” ( agregó ella)
- ¿Cómo te llamas? (Preguntó él)
- “Soy Lucía Jeannette, y tú? (Contestó ella señalando su gafete de empleada)
- “Francisco! Francisco Gaspar Bencosme, soy Mocano”
- ¿Y hacia donde viajas? (Dijo ella mientras tecleaba en la computadora)
- “Voy a Nápoles, Italia, de vacaciones,, ese fue un sueño que siempre tuve, hay algo de esa ciudad que me atrae pero no sé explicarlo”
(Contestó el apuesto joven)
- Te parecerá extraño pero a mí la sola mención de Nápoles me produce una como nostalgia inexplicable, como una especie de tristeza y no sé por qué” ni siquiera tengo familia italiana” (dijo mientras chequeaba el pasaporte)
- Ella le pasó el documento y le dijo:
- “Que tengas buen viaje”
- Me gustaría verte fuera de horas de trabajo,
- ¿Dónde puedo encontrarte otra vez? (Dijo él)
- “Aquí me encontrarás” (Dijo ella)
Los parlantes del aeropuerto sonaron diciendo:
“ Atención! Pasajeros del vuelo 4602 con destino a Nápoles, Italia Favor de abordar por la puerta A – 120”
Franchesco, Perdón, Francisco apuró el paso y pensó para sus adentros:
- “ Fue amor a primera vista”
A la salida del trabajo y mientras abordaban el bus de la empresa que les transportaba Lucia preguntó a María del Carmen su amiga y confidente:
-¿Crees en aquello de amor a primera vista?
No hay comentarios:
Publicar un comentario