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domingo, 29 de enero de 2012

Los poderes del dios Olivorio




Olivorio Mateo fue un campesino pobre, de Maguana Arriba, asesinado el 27 de junio de 1922

Escrito por: RAFAEL P. RODRIGUEZ
Tocar a un dios, danzar con sus pulsiones divinas, desdoblarse ante el imán de sus poderes no se acerca al sueño lejano del pueblo más ebrio.
Alzarse con un dios montuno, patriota e independiente como Liborio es una concesión y un privilegio.
 De su autenticidad como dador de posibles milagros debe dar cuenta el tiempo, no la dogmática de los credos establecidos.
La eficiencia del cuento consiste en que la gente le cree y le sigue como hipnotizada en momentos en que  predominan en el territorio una profunda crisis política lo cual le da cancha al experimento.
 Esta revelación se ha producido con el nacimiento de un siglo amenazado de guerras asombrosas y de acontecimientos extraordinarios.
Olivorio se sana el catarro con un cigarro, dice una sentencia.
La sociología futura que analiza el fenómeno lo situará en un espíritu redentorista que dominaba el momento en que el dios trasciende.
Estamos ante un hombre analfabeto que se proclama divino y que habló personalmente con el señor en medio de la tempestad.
Por cierto la ilustración nunca ha garantizado nada en términos del conocimiento de lo eterno y las expectativas del cielo.
Jesús seleccionó a gente común, con la excepción de Lucas, que era doctor de la Ley, porque los hombres extraordinarios de su tiempo se hallaban maleados y por tanto frenados por  la ilusión del linaje y el razonamiento que le crean costras al movimiento y la evolución.
Un hombre como todos los demás sólo que perteneciente a un valle mágico como el de San Juan de la Maguana, se despierta muy lejos de su hogar en medio de una tormenta y se dice llamado por el Cielo a cumplir una misión en la tierra. Ha emprendido un vuelo sobrenatural en un caballo amarillo o pardo y regresa investido de poderes extraordinarios.
Funda una extraña secta que lo aparta de los seres comunes; se mantiene en el bosque, en las montañas más altas y se hace con un reino mágico y religioso que lo adora como a una entidad de otro mundo.
Una intervención extranjera lo decide por la rebeldía y el patriotismo y se sumerge en  las noches del bosque.
Hasta ahí se llega el interventor extranjero para aniquilarlo bebiéndose el mito, los rituales, el aura de un hombre extraordinario que nunca ha probado el miedo.
La ideología dominada por el sentimiento religioso lo cubre del  estigma de la crueldad, el salvajismo, la orgía y el descreimiento, a fin de facilitar el trabajo de sus perseguidores.
Lo cazan como a un jabalí en su madriguera, lo exhiben como presa valiosa, humillando su cuerpo y desmoronando su credo. Años después, casi medio siglo transcurrido, la secta liborista se reencuentra con la primavera y con la agresiva fuerza del ejército que le ametralla y produce una masacre que sólo queda para los libros amarillos y los archivos de las bibliotecas.
 Todavía, sin embargo, está por dilucidarse lo más importante: ¿Quiénes, en ambos períodos, que no querían competencias redentoras, impulsaron la infamia de estas muertes en ambos sucesos coaligados?
¿Se ha dicho toda la verdad de lo acontecido?
¿Por qué no se ha dicho y en cambio, hay una constante de tratamiento tibio del grotesco asalto a un grupo inofensivo que decidió abrir tiendas aparte de lo habitual y lo consabido?
¿A quién beneficia ese crimen múltiple?
 ¿A quién beneficia un crimen?
¿Cuántos actos de esta naturaleza salvaje y esquizofrénica se han cometido sin el más mínimo progreso para llevar a la justicia a los culpables?
 ¿Pueden morir los dioses? ¿Estamos ante un iluminado, un loco, un “endemoniado,” un patriota elevado a los cielos rebeldes que no admiten desafíos?.
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