Señores:
Señoras
Señoras
y señores, autoridades, maestros, amigos, compañeros, a todos.
Buenas
noches a todos. Quiero empezar con un
abrazo grande, solidario. Un abrazo.
He
escrito y publicado esta una novela que esta noche, con los compañeros del
Colegio Dominicano de Periodistas, y del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, estamos presentando
a ustedes. Para empezar, mi gratitud a
los compañeros Pedro Pablo Mateo y Alfredo del Valle, secretarios de ambas
instituciones.
No
quisiera hablarles de la novela, porque de eso ya habló el presentador,
Sobieski de Leòn, y lo ha hecho brillantemente, como él sabe hacerlo, y estoy emocionado con lo que ha dicho; quisiera solamente hablar de cómo estructuré
el relato, y de cómo se estructura un relato novelístico, en base a mi
experiencia.
Y al pensar
en cómo estructuré este relato, pienso en mi abuela
Y
en Gabriel García Márquez. Y en mi obsesión por la escritura. De modo que no voy a hacer un abordaje científico
sobre el arte de escribir, sino más bien un enfoque emocional, sin obviar el
marco teórico que me brindan los maestros como Diógenes Valdez, Julio Cortazar,
Italo Calvino, Horacio Quiroga, Seymuor Menton y otros consagrados escritores
que han dado a conocer sus métodos para que sirvan de base a los jóvenes, y a
los que como yo, sin ser jóvenes, cultivamos el arte de narrar cuentos y
novelas.
Digo
que he sido un obsesionado porque empecé a leer libros y a escribir desde
temprana edad, poesías y narraciones que describían el entorno de mi hábitat. Dicen los expertos y les doy la razón, que para ser escritor se necesitan
dos cosas (inseparable una de otra): vocación y aptitud.
Y
me explico: una persona puede tener vocación para ser, por ejemplo, profesor,
de una escuela, del liceo, o de una universidad; pero si no tiene aptitud para
el magisterio, nunca será un buen profesor aunque haya estudiado para serlo; o
puede tener la aptitud pero si no tiene la vocación, tampoco. Así es en el arte de ser escritor y dedicarse
a escribir novelas, ensayos o cuentos.
En
alguna parte leí que el escritor tiene que aprovechar todas las circunstancias aún
las más adversas y escribir aunque estés en el hospital, en el desierto y no
vea más que arena, aunque pase hambre, y aunque esté en prisión.
Hay muchos casos de escritores que trazaron sus mejores obras en la cárcel:
el costarricense José León Sánchez, condenado a cadena perpetua, tras 48 años
de prisión escribió “La Isla
de los hombres solos” y obtuvo el premio nacional de literatura. Miguel Hernández,
un poeta guerrillero que luchó contra los fascistas en España, fue hecho
prisionero y desde la cárcel escribió los poemas que están en las antologías más
representativas de la literatura en lengua española. Alexander Solzgenizen en Rusia, Julik Fucik en Chescolovakia escribió un hermosísimo
reportaje al pie del patíbulo, y el
poeta dominicano Eugenio Perdomo quien terminó de escribir su diario minutos
antes de ser fusilado por la ocupación española en el 1863.
De
modo que las dificultades no pueden ser un
obstáculo para escribir, por el contrario, deben ser motivo de
inspiración.
A
propósito de la inspiración, para escribir este libro nunca tuve que esperarla
porque siempre la tuve, pero cuando no la tuve escribí igual, sin ella, dejándome
llevar por aquella frase de algún genio que dijo cuando llegue la inspiración
que te encuentre escribiendo.
Antes
de emprender viaje a mi primera novela, esta que llevo el gusto de compartir
con ustedes esta noche, he publicado algunos libros de poesía, historia y
testimonio.
Aunque
“Con la boca llena de hormigas” fue
publicada en la postrimería del 2011, empecé a gestarla en setiembre del 1998
cuando la republica fue golpeada por el huracán Georges, que también atacó y
produjo cuantiosos daños en Puerto Rico.
El
peor desastre de ese huracán se produjo en el barrio que lleva por nombre La Mesopotamia. Es un suburbio de obreros
agrícolas, honestos y trabajadores, situado en entre las derivaciones de un río
que se abre y forma una especie de islote que se inunda cuando, como en esa ocasión, llueve en proporciones catastróficas.
Horas
después de pasado el huracán me presenté
allí a ver lo que había pasado. La gente
y las brigadas de socorro estaban de este lado del río porque todavía las aguas
cubrían los techos de las casas. De este lado, veíamos a un hombre y a una mujer subidos en
el cogollo de una mata. No se sabía quienes eran pero yo dije oye es increíble,
la historia que ese hombre está escribiendo en las ramas de esa mata es digna de
que se haga una novela con su vida, porque él sobrevivió ahí, en lo alto de ese
árbol, a este huracán que todo en ese barrio lo ha destruido.
Así
empezó la historia de una novela que no escribí en ese momento. Era solo una idea. Como cinco años después yo estaba en Taipei,
en la Republica China
de Taiwàn, y trabajé mucho la idea, pero no sabía cómo arrancar, cómo iniciar
el relato.
Y
fue con mi llegada a Uruguay en el 2008 que vi el aviso de que una profesora,
Ana Magnabosco, estaba dictando cursos sobre la técnica de narrar y yo me presenté.
En seguida se me prendió la chispa y arranqué con el nudo del relato.
El
tema para mi novela estaba ahí, en el huracán. Yo no tuve que buscarlo, él me buscó
a mí. Fíjense que uno de los problemas
que enfrenta el escritor de ficciones es el problema de encontrar el tema,
sobre qué escribir. Elegir el tema. ¿Cómo elegir el tema? Muchas veces el tema
elige al autor, es así. Es mi experiencia, al menos en este caso. Otras veces, el autor debe salir a buscar el tema. Mario Vargas Llosa eligió la vida del
dictador dominicano Rafael Trujillo, para escribir La Fiesta del Chivo. Diógenes
Valdez escogió el poema Yelidá, de Tomás Hernández Franco, para escribir El
Hipocampo y el Iceberg. Miguel
Cervantes se inspiró en las novelas de Caballería, Marcia Collazo en las
mujeres que tuvo el libertador Artigas y
Diógenes Valdez , en su obra “El Arte de Escribir Cuentos, apuntes para
una didáctica de la narrativa breve”, identifica “la modificación de la
realidad”, que en sus palabras consiste en buscar soluciones nuevas a problemas
conocidos.
El
tema es como una chispa que se enciende. Solo hay que buscar el disparador. Yo tuve ambos y acometí la aventura. Por eso estamos aquí esta noche.
Cuando
terminé la novela se la mandé a Tito Alvarado, mi amigo escritor que vive en Canadá;
le gustó, me hizo algunos comentarios y le pedí que escribiera el prólogo,
porque yo quería que eso que me estaba diciendo quedara escrito y que estuviera en la novela. Entonces él escribió
algo que asimilé como una clasecita de narrativa.
Lo
que voy a leerles no está en el prólogo; lo escribió Tito Alvarado en un
mensaje de correo electrónico dirigido a los miembros de Proyecto Cultural Sur,
una red que funciona en 30 países de America Latina y Europa.
Refiriéndose
a la novela escribió:
“Ahí hay fantasía y hay realidad. El arte del escritor es mezclar
las dos cosas, y que las dos cosas sean creíbles, o de otro modo, que la
realidad parezca increíble. Pero la fantasía
tiene que parecer creíble….
Después
se la presenté a Sobieski de León, quien hizo observaciones que fueron
fundamentales para el producto final.
No
voy a revelar los detalles de la
trama, voy a dejarlo a la inteligencia
del lector.
Por
lo menos una persona, de las que leyeron la novela antes de publicarla, me comentó
mira, tal capitulo está inconcluso porque al final no se sabe qué pasó con este
personaje. Y a mí me alegró oír esa
queja pensando que algo oculto había quedado para ser desentrañado por el
lector, que el dato oculto de Mario Vargas Llosa estaba ahí. Esa es la parte que queda, para que sea
desentrañada por la inteligencia del lector.
Es
lo que el autor de La Fiesta
del Chivo llama “los silencios”, y que dice que las mejores historias de Ernes
Hemingway están llenas de silencio significativos, datos escamoteados por un
astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean
sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que este tenga
que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su
propia cosecha.
Sin
excepción, todos los maestros de la literatura coinciden que para ser buen
escritor hay que leer mucho. Hay que ser un lector habitual. Yo asumo lo que la madre Teresa dijo con la
mas absoluta conciencia:
Los
verdaderos pobres son los pobres de espíritu.
A
mi juicio, eso es verdad: Una persona
que no conoce un libro, que no le gusta leer, que no lee, que no admira una
obra de arte, una danza, una opera, una obra de teatro, es una persona pobre.
En
lo personal no sé si he sido un necio con los lectores, narrando historias que
les parecerán cercanas, o si he construido un producto que pueda servir como
reflejo de la sociedad en que vivimos.
Pero me someto al juicio de ustedes,
estimados amigos.
.
MUCHAS
GRACIAS.
RAFAEL
PINEDA
SAN
JUAN DE LA MAGUANA,
REPUBLICA DOMINICANA
03
DE MAYO DEL 2012
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