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sábado, 5 de mayo de 2012

DISCURSO DE PRESENTACION EN SAN JUAN DE LA MAGUANA DE LA NOVELA “CON LA BOCA LLENA DE HORMIGAS”.




Señores:

Señoras

Señoras y señores, autoridades, maestros, amigos, compañeros, a todos.

Buenas noches a todos.  Quiero empezar con un abrazo grande, solidario.  Un abrazo.

He escrito y publicado esta una novela que esta noche, con los compañeros del Colegio Dominicano de Periodistas, y del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, estamos presentando a ustedes.  Para empezar, mi gratitud a los compañeros Pedro Pablo Mateo y Alfredo del Valle, secretarios de ambas instituciones.  

No quisiera hablarles de la novela, porque de eso ya habló el presentador, Sobieski de Leòn, y lo ha hecho brillantemente, como él sabe hacerlo,  y estoy emocionado con lo que ha dicho;        quisiera solamente hablar de cómo estructuré el relato, y de cómo se estructura un relato novelístico, en base a mi experiencia.

Y al pensar en cómo estructuré este relato, pienso en mi abuela        
Y  en Gabriel García Márquez.  Y en mi obsesión por la escritura.  De modo que no voy a hacer un abordaje científico sobre el arte de escribir, sino más bien un enfoque emocional, sin obviar el marco teórico que me brindan los maestros como Diógenes Valdez, Julio Cortazar, Italo Calvino, Horacio Quiroga, Seymuor Menton y otros consagrados escritores que han dado a conocer sus métodos para que sirvan de base a los jóvenes, y a los que como yo, sin ser jóvenes, cultivamos el arte de narrar cuentos y novelas.

Digo que he sido un obsesionado porque empecé a leer libros y a escribir desde temprana edad, poesías y narraciones que describían el entorno de mi hábitat.  Dicen los expertos y les doy  la razón, que para ser escritor se necesitan dos cosas (inseparable una de otra): vocación y aptitud.  

Y me explico: una persona puede tener vocación para ser, por ejemplo, profesor, de una escuela, del liceo, o de una universidad; pero si no tiene aptitud para el magisterio, nunca será un buen profesor aunque haya estudiado para serlo; o puede tener la aptitud pero si no tiene la vocación, tampoco.  Así es en el arte de ser escritor y dedicarse a escribir novelas, ensayos o cuentos.

En alguna parte leí que el escritor tiene que aprovechar todas las circunstancias aún las más adversas y escribir aunque estés en el hospital, en el desierto y no vea más que arena, aunque pase hambre, y aunque esté en  prisión.   Hay muchos casos de escritores que trazaron sus mejores obras en la cárcel: el costarricense José León Sánchez, condenado a cadena perpetua, tras 48 años de prisión escribió “La Isla de los hombres solos” y obtuvo el premio nacional de literatura. Miguel Hernández, un poeta guerrillero que luchó contra los fascistas en España, fue hecho prisionero y desde la cárcel escribió los poemas que están en las antologías más representativas de la literatura en lengua española.  Alexander Solzgenizen en Rusia,  Julik Fucik en Chescolovakia escribió un hermosísimo reportaje al pie del patíbulo,  y el poeta dominicano Eugenio Perdomo quien terminó de escribir su diario minutos antes de ser fusilado por la ocupación española en el 1863.

De modo que las dificultades no pueden ser un  obstáculo para escribir, por el contrario, deben ser motivo de inspiración.
A propósito de la inspiración, para escribir este libro nunca tuve que esperarla porque siempre la tuve, pero cuando no la tuve escribí igual, sin ella, dejándome llevar por aquella frase de algún genio que dijo cuando llegue la inspiración que te encuentre escribiendo.

Antes de emprender viaje a mi primera novela, esta que llevo el gusto de compartir con ustedes esta noche, he publicado algunos libros de poesía, historia y testimonio.

Aunque “Con la boca llena de hormigas”  fue publicada en la postrimería del 2011, empecé a gestarla en setiembre del 1998 cuando la republica fue golpeada por el huracán Georges, que también atacó y produjo cuantiosos daños en Puerto Rico.

El peor desastre de ese huracán se produjo en el barrio que lleva por nombre La Mesopotamia.  Es un suburbio de obreros agrícolas, honestos y trabajadores,  situado en entre las derivaciones de un río que se abre y forma una especie de islote que se inunda cuando, como en esa ocasión,  llueve en proporciones catastróficas.

Horas después de pasado el huracán  me presenté allí a ver lo que había pasado.  La gente y las brigadas de socorro estaban de este lado del río porque todavía las aguas cubrían los techos de las casas. De este lado,  veíamos a un hombre y a una mujer subidos en el cogollo de una mata. No se sabía quienes eran pero yo dije oye es increíble, la historia que ese hombre está escribiendo en las ramas de esa mata es digna de que se haga una novela con su vida, porque él sobrevivió ahí, en lo alto de ese árbol, a este huracán que todo en ese barrio lo ha destruido.

Así empezó la historia de una novela que no escribí en ese momento.  Era solo una idea.  Como cinco años después yo estaba en Taipei, en la Republica China de Taiwàn, y trabajé mucho la idea, pero no sabía cómo arrancar, cómo iniciar el relato.
Y fue con mi llegada a Uruguay en el 2008 que vi el aviso de que una profesora, Ana Magnabosco, estaba dictando cursos sobre la técnica de narrar y yo me presenté. En seguida se me prendió la chispa y arranqué con el nudo del relato.

El tema para mi novela estaba ahí, en el huracán. Yo no tuve que buscarlo, él me buscó a mí.   Fíjense que uno de los problemas que enfrenta el escritor de ficciones es el problema de encontrar el tema, sobre qué escribir.  Elegir el tema.  ¿Cómo elegir el tema? Muchas veces el tema elige al autor, es así. Es mi experiencia, al menos en este caso.  Otras veces,  el autor debe salir a buscar el tema.  Mario Vargas Llosa eligió la vida del dictador dominicano Rafael Trujillo, para escribir La Fiesta del Chivo. Diógenes Valdez escogió el poema Yelidá, de Tomás Hernández Franco, para escribir El Hipocampo y el Iceberg.   Miguel Cervantes se inspiró en las novelas de Caballería, Marcia Collazo en las mujeres que tuvo el libertador Artigas y  Diógenes Valdez , en su obra “El Arte de Escribir Cuentos, apuntes para una didáctica de la narrativa breve”, identifica “la modificación de la realidad”, que en sus palabras consiste en buscar soluciones nuevas a problemas conocidos.

El tema es como una chispa que se enciende. Solo hay que buscar el disparador.  Yo tuve ambos y acometí la aventura.  Por eso estamos aquí esta noche.

Cuando terminé la novela se la mandé a Tito Alvarado, mi amigo escritor que vive en Canadá; le gustó, me hizo algunos comentarios y le pedí que escribiera el prólogo, porque yo quería que eso que me estaba diciendo quedara escrito y       que estuviera en la novela. Entonces él escribió algo que asimilé como una clasecita de narrativa.

Lo que voy a leerles no está en el prólogo; lo escribió Tito Alvarado en un mensaje de correo electrónico dirigido a los miembros de Proyecto Cultural Sur, una red que funciona en 30 países de America Latina y Europa.

Refiriéndose a la novela  escribió:

“Ahí hay fantasía y hay realidad. El arte del escritor es mezclar las dos cosas, y que las dos cosas sean creíbles, o de otro modo, que la realidad parezca increíble.   Pero la fantasía tiene que parecer creíble….

Después se la presenté a Sobieski de León, quien hizo observaciones que fueron fundamentales para el producto final.

No voy a revelar  los detalles de la trama,  voy a dejarlo a la inteligencia del lector.

Por lo menos una persona, de las que leyeron la novela antes de publicarla, me comentó mira, tal capitulo está inconcluso porque al final no se sabe qué pasó con este personaje.  Y a mí me alegró oír esa queja pensando que algo oculto había quedado para ser desentrañado por el lector, que el dato oculto de Mario Vargas Llosa estaba ahí.   Esa es la parte que queda, para que sea desentrañada por la inteligencia del lector.

Es lo que el autor de La Fiesta del Chivo llama “los silencios”, y que dice que las mejores historias de Ernes Hemingway están llenas de silencio significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que este tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha.
Sin excepción, todos los maestros de la literatura coinciden que para ser buen escritor hay que leer mucho. Hay que ser un lector habitual.  Yo asumo lo que la madre Teresa dijo con la mas absoluta conciencia:
Los verdaderos pobres son los pobres de espíritu.
A mi juicio, eso es verdad:  Una persona que no conoce un libro, que no le gusta leer, que no lee, que no admira una obra de arte, una danza, una opera, una obra de teatro, es una persona pobre.
En lo personal no sé si he sido un necio con los lectores, narrando historias que les parecerán cercanas, o si he construido un producto que pueda servir como reflejo de la sociedad en que vivimos.    Pero me someto al juicio de ustedes,  estimados amigos.
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MUCHAS GRACIAS.

RAFAEL PINEDA
SAN JUAN DE LA MAGUANA, REPUBLICA DOMINICANA
03 DE MAYO DEL 2012







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